Capítulo 5 última parte

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     Comenzó a sacudirse, intentando empujar a Andrew. Quería ser liberada de ese amarre. Quería echársele encima al cruel sacerdote y propinarle una bofetada.
     Exasperada, frustrada y enojada; sin embargo deseosa, con la excitación al máximo aún latente y en el límite. Podía sentir su feminidad palpitar.
     Andrew no se inmutaba a sus intentos de apartarle.
     —¿Te gusta ser torturada, Liddie? ¿Lo recuerdas?
     Él, una vez más, repitió las mismas palabras que ella le había recitado la noche anterior. Burlándose abiertamente mientras ella intentaba mover sus piernas y cerrarlas, enfadada y al borde de soltar una lagrima, intentando golpearle.
     Andrew sintió en lo profundo de su ser una punzante sensación de dolor, su pecho encogerse al verla a los ojos, más no dio un paso atrás.
>>—Con que te gusta ser más ruda, ¿eh? —murmuró, manteniendo la burla en su voz, fingiendo—. Más... ¿eh? Continuemos nuestro placentero juego entonces.
     Y aquello desencadenó la furia contenida de Liddie.
     Le propinó una patada en el hombro, seguida de un rodillazo a su otro costado, antes que él la detuviese.
     Andrew tomó sus tobillos con tal brusquedad como si de un objeto se tratase, y abrió sus piernas de par en par sobre el reposa brazos a cada lado de la silla, dando otra lamida a su coño.
     Liddie se sacudió, ahogando un jadeo.
     Estaba batallando con ella, y tanto Liddie como el padre Andrew sabían quién llevaba la ventaja en ello.
     Andrew volvió a lamer su feminidad, esta vez, adentrando succionando sobre la tela que cubría su clítoris. Le arrancó un dulce gemido ahogado desde la garganta, y se apartó inmediatamente de su sexo, otra vez.
     Tenerla así le ponía al máximo, sin embargo, habría adorado verla gozar su orgasmo.
     Pero debía apegarse al plan.
     Lamió el interior de sus muslos rozando su feminidad, sacándole gemido tras gemido.
     Liddie jadeó, dejando de batallar.
     —Deja de torturarme... —imploró, con aquella dulce y casi inaudible voz, volviendo a excitarse a mil, pero al borde de las lagrimas—. Ganaste, me hiciste rogar por ti... ¿Acaso quieres aún más? Sólo fóllame de una vez, Andrew... Te deseo.
     Cada palabra calma que escapaba de su boca poseía un deje de profunda molestia.
     Como si fuese el peor de los castigos.
     —Claro que lo haré, pequeña sucia —dio otra lamida—. Pero un caballero debe tomarse su tiempo con una dama hermosa como tú.
     Mantuvo el tono burlesco, más aquellas palabras... Aquellas palabras habían salido de su interior. Aquellas palabras no habían sido una burla en absoluto.
     La tenía justo como había deseado, justo como había fantaseado. Sometida y hambrienta por él.
     Y la noche aún era joven.
     Soltó el agarre bruto de sus piernas, acomodándolas sobre sus hombros, y tomó las bragas de la hermana Liddie levantando su cuerpo, comenzando a bajarlas poco a poco. Malditamente lento. Las deslizó hacia sus pies, y cuando suavemente tomó el izquierdo con su mano para liberarlo de la tela, besó cada uno de sus dedos. Haciéndola sentir como una diosa.
     La más hermosa de las diosas.
     Lamió cada uno de sus dedos, y cuando llegó a su dedo meñique, le dio un sutil mordisquito, haciéndola estremecer soltando un gemido.
     Había olvidado las lágrimas y la desesperación se volvía en un tipo de placer distinto. Nunca antes explorado. Aquello activó todo sus sentidos nuevamente, y su feminidad se acaloraba con tanta intensidad que creyó sentir un ligero dolor dentro.
     Rogaba para sus adentros que esta vez no la dejase al borde, sin correrse.
     Continuaba privada del tacto, atada de manos. Deseaba poder quitarse los amarres y perder sus dedos en aquella cabellera azabache que la volvía loca. Obligarlo a lamer y besar su punto débil; pero no podía y aquello la desesperaba excitándola y molestándola al mismo tiempo.
     Una mezcla de sensaciones que sólo él había provocado.
     —Basta, Andrew —gimoteó y él creyó que se le saldría alguna lágrima en ese instante. Levantó su mirada llena de una brillante perversión. La lujuria plasmada en aquellos orbes azules. Y la miró a los ojos con el corazón latiéndole a mil, mientras deslizaba sobre su tobillo la tela de las bragas que quitaba, ahora de su otro pie—. He aprendido la lección, por favor...
     El padre Andrew le regaló una sonrisa torcida, admirado por la belleza de su cuerpo completamente, lamiendo cada uno de los dedos de su pie derecho. Pero esta vez, extendió sus lameduras desde sus dedos, subiendo por el empeine, siguiendo a través de la suave piel de sus piernas.
     Ella gimió, encantada ante aquello.
     —¿Quieres que deje de torturarte? —inquirió el pecador sacerdote, cuando había subido a través de sus piernas, depositando sus labios finalmente en el pliegue entre su sexo y su muslo.
     Liddie respondió con un dulce gemido, asintiendo. No podía más.
     El padre Andrew dio una pequeña mordida en aquel lugar y formuló una lenta sonrisa en su rostro al ver la expresión de placer de la hermana Liddie.
     Todo estaba saliendo como esperaba.
     Entonces no pudo resistir más, no resistía un segundo más a tener a esa mujer dispuesta para él sobre la silla, con su coño a unos centímetros de su lengua y sus labios. No, no podía aguantar más.
     Besó su clítoris con desesperada pasión y comenzó a lamer sobre él. Lamía y mordisqueaba a su entero disfrute, gozando de la voz extasiada de Liddie. Deleitándose y deleitándola.
     Esta vez la haría llegar al orgasmo como él deseaba y ella ansiaba.
     Lamió y lamió, jugando con sus pliegues, saboreando y chupando. Tal era el deseo, que se hallaba lubricada hasta el punto de haber mojado el asiento.
     Andrew la miraba a los ojos mientras movía su lengua, con conocimiento. Y ante todo ello, Liddie se preguntaba: ¿Cómo era posible que una persona como él, un sacerdote, supiese manejar su boca de esa forma? Casi como si tuviese experiencia...
     Pero después de todo, ella realmente no le conocía, y aquello no importaba ahora.
     —Ah... Joder —suspiró.
     Apretó sus manos atadas entre sí, cuando él introdujo su lengua dentro de su sexo. Rígida, tocando las paredes de la entrada de una forma deliciosa. Liddie podía sentir sus labios apoyarse contra su vulva.
     Un placer fascinante, exquisito. No podía callar sus gemidos.
>> —Por favor, Andrew, no... —las palabras apenas brotaban desde su garganta, y ella esperaba a que él le diese la gloría por fin—. No me dejes esta vez.
     El padre Andrew sintió su pecho agitarse ante aquellas palabras.
     —¿Quieres el orgasmo, preciosa? —musitó, con la voz ronca, separándose de su sexo por un segundo. Liddie asintió. Él tenía una espectacular vista de sus pechos desde allí abajo—. Y yo quiero dártelo.
     Y con aquella declaración, subió sus manos hasta sus pechos, acariciando su cuerpo mientras lamía y chupaba su clítoris, llevándola al límite y esta vez liberándola con un desgarrador sollozo de placer. Estremeciéndose, con pequeños espasmos, mientras Andrew apoyaba su lengua justo en la entrada de su coño. Esperando por su dulce miel.
     Había alcanzado el primer orgasmo de la noche, por fin, después de toda aquella exasperante tortura. Se hallaba completamente exhausta, rendida y finalmente satisfecha. Podría haber dormido como un bebé en ese mismo instante.
     Haber dormido entre los brazos de Andrew.
     Sin embargo, él sólo había disfrutado de verla y oírla, pero su miembro estaba pidiendo a gritos ser liberado y usado.    

Holy Sin [Santo Pecado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora