Andrew bajó la cremallera de su faldita remilgada, y cuando dejó a Liddie sobre la cama, se llevó consigo aquella prenda, bajándola a través de sus piernas. Tenía a la mujer de su vida vestida con aquella lencería que lo volvía loco, con sólo una pequeña camiseta cubriendo su brasier.
Le encantaba verla tendida de esa forma sobre la cama. Tan sexy.
Se relamió y le regaló una intensa mirada de deseo, excitado.
Olvidándose ambos, por un rato, del inminente problema sobre sus cabezas. Con la confianza ciega de que aquello que sabían podría ocurrir, no ocurriría de inmediato.
Era imposible que el rumor se extendiese tan rápido y todo el mundo lo creyera de buenas a primeras, ¿no?...
Su miembro presionaba poco a poco bajo sus pantalones, deseando sentirse dentro de Liddie. Andrew deseaba sentir su cuerpo desnudo junto al suyo. Piel con piel.
—Tengo una sorpresa para ti —dijo ella, con una sonrisa traviesa y coqueta en el rostro.
Andrew le dio una mirada pícara, esbozando una sonrisa de medio lado al verla morderse el labio inferior.
—Estoy ansioso por verla, bebé —murmuró.
Subió sobre la cama de rodillas, abriéndose paso entre sus piernas, dejando sus botas tiradas en el suelo.
—Sé que te encantará —Liddie le miró a los ojos, acomodándose bajo el cuerpo de Andrew—. Me lo puse esta mañana antes que... ella llegase.
Andrew le echó una mirada lujuriosa a todo su cuerpo, deteniéndose sobre sus pechos. Observó cómo sus pezones se marcaban bajo la camiseta negra, provocando un millón de fantasías en su mente.
¿Habría dejado sus pechos al descubierto bajo la ropa? ¿O quizás llevaría alguna prenda demasiado fina como para dejarlos notarse?
Las imágenes pasaban cual película en su cabeza, una tras otra, haciéndole soltar un gruñido de gusto a la curiosidad. Estaba erecto por completo. Tan duro que dolía bajo la cárcel de tela.
Duro por Liddie.
Se apresuró a besarla adentrando su lengua en su boca. Ella le recibió con gusto, disfrutando de su hombre. Una lucha deliciosa se inició entre sus lenguas y en cuanto las manos de Andrew bajaron a acariciar las piernas de Liddie, ella lanzó un gemido bajito. Le encantaba sentir esas grandes y suaves manos sobre su cuerpo. Le encantaba sentir sus besos y su dulce lengua.
El padre Andrew la hacía sentir Afrodita, aunque ella merecía el nombre de Eva.
—Sabes, Liddie... —susurró Andrew entre cada beso depositado en el cuello de la castaña— Después de irme la otra noche, cuando dormí, he soñado algo.
Liddie acariciaba su espalda con suavidad, luego llevó sus manos con lentitud hacia sus pantalones. Quería liberar su miembro y acariciarlo con los dedos, los labios, sentirlo entre sus piernas.
—¿Fue algo bueno o malo? —preguntó, mordiéndose el labio.
Desabrochó por fin aquel botón malditamente rebelde de los pantalones de tela negra y húmeda.
Andrew bajó a través de su cuerpo, dejando pequeñas lamidas desde su cuello hacia el borde del escote de la camiseta. Mordió la tela suave y perfumada, tirando con picardía de ella.
Oh, sí. ¡Vaya que era algo bueno!
—Eramos tú y yo —le susurró, con la mirada colmada en deseo fija en sus ojos brillantes—. Huíamos.
Liddie creyó que su corazón escaparía de su pecho, emocionada ante el sueño de su ojiazul. Quería saber más.
Se removió en la cama para facilitarle a Andrew el quitarle la camiseta, y ¡oh, jodido infierno! Cuando él vio su brasier de media copa, de encaje, con un pequeño moñito de color rojo en el centro, quiso comerse a Liddie. Quería arrancarle ese sujetador jodidamente provocador y mordisquear cada uno de sus pezones, que asomaban traviesos, incitándolo, sobre la tela. Quería comérsela como si no hubiese un mañana.
Los contempló por un momento, con una hambrienta sonrisa dibujada en su rostro.
Sus pezones ligeramente descubiertos parecían incitarlo a perderse en ellos.
—¿Y qué ocurría? —preguntó, agitada y deseosa.
Andrew posó sus labios en el borde de la suave tela, besando las líneas que construían las copas de aquella elegante y provocadora prenda; con sensual lentitud.
Seductor.
Echó un gruñido de gusto, encantado por el cuerpo de su mujer. Bajó la copa derecha para lamer y dar un pequeño beso a su pezón ya endurecido y delicioso para él. Luego guió sus labios hacia la copa izquierda y repitió el encantador acto, haciendo gemir a Liddie bajo sus manos y sus labios. Haciéndola sentir su cariño y su deseo.
—Lo lográbamos —dijo, levantando la cabeza para mirarla directo a los ojos. Una conexión ardiente—. Lográbamos salirnos con la nuestra y vivíamos nuestra libertad en una humilde casita rural —Liddie soltó una risita encantada. Andrew le sonreía—. Con porche de madera blanca y un verde jardín donde camines descalza en verano.
Liddie sonreía feliz, con las mejillas tintadas de rojo. ¿Cómo podía ese hombre hacerla sentir de aquella manera? En un segundo la tenía completamente encantada, excitada y deseosa. Y al siguiente momento, la tenía completamente enternecida hasta el punto de desear abrazarlo y acurrucarlo bajo su cuerpo como a un osito de peluche.
Los ojos de Liddie se nublaron de emoción, excitada, imaginando aquello. Imaginó las tímidas risillas de niños y no se detuvo a pensar dos veces lo que preguntaría.
—¿Habían pequeños? —preguntó, sin cortar la conexión de sus miradas.
Le tomó por el cuello con suavidad y giraron sobre la cama, acomodándose sobre él. Sus sexos se rozaban aún con la tela de sus interiores, sintiéndose exquisito.
—¿Quieres que hayan niños?
Andrew sentía al corazón a mil por segundo, acelerado por la excitación y la emoción de algo tan importante como el futuro de ambos.
Un gemido se escapó desde su garganta respondiendo al roce de sus intimidades.
Liddie sintió en su estomago el revolotear de mariposas imaginarias, como una adolescente con su primer amor. Y es que él era su primer amor.
Asintió, algo avergonzada. Inclinándose hacia el pecho de Andrew para depositar pequeños besos y mordiscos.
—Me encantaría que hubieran pequeños. Un par, niña y niño.
Una lenta sonrisa se dibujó en los labios del ojiazul, quien acariciaba con ternura las piernas de Liddie. Ella besaba y lamía su abdomen con cariñoso deseo, desabotonando su camisa al paso.
—También estabas tú —dijo Andrew, retomando su sueño, haciendo que Liddie le mirase. Acunó sus pechos en sus manos cuando ella se enderezó, y los acarició sobre la tela tirando de sus pezones. Liddie gimió—. Llevabas uno de estos y me esperabas sobre la cama al verme llegar.
Tomó uno de los elásticos del liguero negro y tiró de él haciéndolo chocar como un látigo contra la piel de Liddie; sonriendo.
Liddie sintió cómo su corazón palpitaba como loco a la imagen de un futuro juntos. Una sonrisa tímida se asomó a sus labios, se sonrojó y Andrew lo notó.
Él sonrió con malicia y la giró dejándola bajo su cuerpo nuevamente, fijando su vista en esos orbes verdes cristalizados de emoción por las fantasías que quizás algún día se harían realidad.
O quizás no.
—¿Quieres que te espere con uno de estos siempre? —recalcó juguetona. Le regaló una sonrisa traviesa a sus ojos azules devoradores— Lo haré si tu lo quieres.
—Me encantaría, pequeño ángel —dijo Andrew llevando sus manos hacia la parte baja de Liddie. Acarició sobre sus braguitas y ella lanzó un gemido. ¡Joder! ¡Ese hombre tenía el paraíso prohibido en sus manos!—. Pero me gustaría mucho más verte en un vestido blanco, largo y hermoso. Hermoso como tú.
Liddie sabía a qué se estaba refiriendo y sus ojos se nublaron por las lágrimas de felicidad que no podía contener. Aún así ella pensase que era imposible. Andrew le estaba diciendo algo tan importante y hermoso, como que al mismo tiempo estaba proponiéndole matrimonio sin anillo.
Liddie jadeó, sin palabras.
Andrew bajó sus labios hacia su abdomen, dejando de acariciar su feminidad. Dibujó un camino de mordidas desde la tela de su brasier, hasta la fina tela de su portaligas.
—¿Quieres casarte conmigo? —inquirió Liddie, tímida y algo confusa ante la repentina idea de ser la señora Miller.
Al momento, Andrew levantó la mirada hacia aquellos ojos húmedos de emoción.
Un tenue olor a humo llegó a su nariz, casi imperceptible, pero él no le dio importancia alguna.
—La pregunta es: ¿te gustaría casarte conmigo, Liddie?
Sus ojos brillaban con pasión, deseo y amor. Parecía ser la segunda decisión más grande de sus vidas. Y por supuesto que lo era. No había anillo costoso, pero él estaba pidiéndole a la mujer que más amaba sobre la tierra, que fuese suya para siempre en compromiso legal. Tal vez no contraerían matrimonio por medio de la iglesia, pero existían otras opciones.
>>—Casarte conmigo y ver a nuestros hijos, una niña y un niño, corretear por nuestro hogar. Y luego cuando ellos se vayan a la escuela, hacer el amor como estamos a punto de hacerlo ahora y siempre. Cásate conmigo, Liddie... ¿Aceptas?
Entonces la primera lágrima paseó con libertad apresurada sobre la mejilla de Liddie. Se abalanzó a besar aquellos labios carnosos que temblaban ligeramente a la espera de una contestación. ¡Por supuesto que era un sí!
—Te amo, Andrew, aceptaría pasar la eternidad contigo si eso fuese posible —le susurró en los labios. Sólo el sonido de sus corazones dando tumbos se oía. Sólo de sus corazones, hasta que las rocas comenzaron a llover sobre el tejado de la casa en ese mismo instante—. ¿Qué es eso?
Ambos se quedaron de piedra por un par de segundos, asimilando lo que estaba realmente ocurriendo, mirándose el uno al otro con el pánico creciendo dentro de sus cuerpos. Perplejos, alarmados y aturdidos por el doloroso golpe de realidad.
Los ojos de ambos se abrieron de par en par al comprender que el pueblo ya estaba enterado, y sus destinos estaban al borde de la nada.
El olor a humo comenzó a inundar sus narices con más intensidad.
Andrew se levantó de la cama apresurado, entregándole su falda a Liddie. Se arregló la ropa a medias, volviendo a abrochar sus pantalones.
Habían venido por ellos ahora. Debían huir, o quizás ya era muy tarde.
—Debemos irnos, Liddie —dijo Andrew ansioso, recogiendo sus zapatos del suelo para volver a ponérselos—. ¡Están aquí, han venido por nosotros!
Los ojos de la castaña se abrieron de par en par, con el pánico y el miedo reflejados en ellos. Tomó su camiseta volviendo a ponerla en su lugar de un sólo movimiento y se levantó de la cama corriendo a hurtadillas hacia la sala. Miró a través de la cortina aquellas sombras detrás de su puerta, y otras rodeando su casa. Luego una voz chillona y conocida penetró en sus oídos con un horrible grito.
—¡Están allí dentro! —gritaba la señora Smith, una de las tantas vecinas chismosas— ¡Par de desvergonzados! ¡Vengan y den la cara al pueblo del que se burlaron por tanto tiempo!
Las antorchas encendidas con su fuego brillante, iluminaban la oscura tarde, y el estruendo de las piedras golpeando el techo inundaban los oídos de ambos.
El vocerío amenazante resultaba estremecedor.
Se hallaban entre la vida y la muerte, ambos lo sabían. Sin embargo, si todo salía mal y debían partir al infierno, partirían sabiendo del profundo amor entre sus almas. El uno junto al otro.
Andrew se apresuró hacia la sala, encontrándose con las sombras alrededor de la casa. Miró a Liddie, y ella lo miró a él, atónitos, aterrorizados, cómplices.
¿Existían posibilidades de fugarse de todo el pueblo ahora?
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Holy Sin [Santo Pecado]
Storie d'amoreÉl es amable y bien parecido, un hombre impecable. Aturdido por el deseo prohibido que lo ha estado invadiendo durante tiempo. Ella es bella, dulce pero decidida, una mujer irresistible. Y está dispuesta a conseguir lo que le ha estado quitando el...