Capítulo VII: Un Futuro Incierto

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Me levanté corriendo de la cama y me dirigí al baño para asearme de forma que cuando acabase, ya estaría el desayuno en la mesa.
Ese día la abuela había hecho torrijas, mis favoritas, así que casi no respiré hasta acabarlas.

Papá y mamá estaban de vacaciones así que la abuela y el abuelo podían mimarme más de lo normal.

-Alejandro, cielo, ¿que haces?

-Me estoy lavando los dientes.

-Vamos apura, que hoy tenemos que hacer recados.

Una vez terminé de lavarme los dientes, me abrigué y bajé corriendo las escaleras hasta encontrarme con mi abuela, quien con una expresión seria me indicaba que ya íbamos tarde.

Llegamos al mercado del centro de la ciudad y compramos 600 gramos de carne de ternera y dos bolsas de patatas para cocinar un guiso. Entonces miré a la abuela y me di cuenta de todo lo que había hecho por mi y de lo feliz que era con ella.
Me gustaba escuchar sus historias de cuando era joven y vivía muchas aventuras, aunque la mayoría no me las creía porque eran totalmente inverosímiles, pero yo nunca le decía nada.
Siempre decía que el abuelo no paraba de meterse en líos cuando era joven, pero que al final, ella siempre conseguía salvarle de todos los apuros.

Después de realizar la compra, mi abuela y yo nos dirigimos a una cafetería en la cual ella había quedado con sus amigas para tomar un café y, de paso, echar una partidita a las cartas.
Mientras tanto yo saqué mi móvil y me dispuse a ver alguna de mis series.

Después de dos largas horas de espera, finalmente mi abuela se decidió a terminar la partida para volver a casa.
Mientras volvíamos nos encontramos con unos cuantos conocidos de mi abuela.
Siempre me había impresionado lo famosa que era en el barrio. Todos la conocían y, por consiguiente, también me conocían a mi, ya que ella no paraba de hablar sobre su "querido nietecito".

Cuando llegamos a casa, la abuela fue directa a acabar de preparar la comida que había dejado haciéndose antes de que nos fuéramos y yo me dispuse a ir al salón para charlar un poco con mi abuelo.
Él se encontraba dibujando en la mesa del comedor, como solía hacer habitualmente.
Comencé hablando yo:

-¿Qué tal abuelo?

-Bien, aqui dibujando un poco para pasar el rato.

-¿Qué dibujas?

-Un paisaje isleño.

-Que bonito, que bien dibujas.

-Gracias Alejandro.

-¿Que es ese objeto que has dibujado en el centro?

-Es una gema. Una malaquita para ser exactos.

-¿Y por que lo dibujas en el centro?

-Por que me apetece. ¿No tienes deberes?

-No, ya los acabé ayer por la mañana.

-Bueno pues hazme un favor y vete al desván a cogerme mis pinturas que me he dejado algunas allí. Eso sí, no toques nada más.

-Vale.

Me daba miedo el desván. Siempre había cosas extrañas en él y no soportaba que mi abuelo me mandase a cogerle cualquier cosa.
Pero lo que más me llamaba la atención es que siempre decía lo mismo: que no tocase nada más de lo que había en esa habitación oscura.
Yo nunca le di importancia pero siempre me pregunté que debía haber en esa habitación que yo no pudiese tocar o que no pudiese ver, que había allí escondido.
Sabía que mi abuelo ocultaba algo pero nunca le quise preguntar qué era lo que guardaba en el desván.

La taberna 49Donde viven las historias. Descúbrelo ahora