Capítulo IX: La Taberna 49

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Al comenzar el siguiente día, todos estábamos impacientes por empezar a construir la máquina gigante que nos permitiría llegar a la gema, así que todos juntos, nos organizamos para recoger piezas para el taladro.

Todo estaba siendo magnífico, incluso por un momento llegué a creer que no tendríamos ningún problema, pero todos los males llegaron cuando ya llevábamos tres meses trabajando en el proyecto.
El mecanismo principal ya estaba diseñado y faltaba incorporar apenas dos piezas para finalizarlo. Ese día me tocaba a mi encargarme de la máquina y cuando me disponía a colocar esas dos últimas piezas, recibí una llamada.
Era Clara, mi excompañera de trabajo, que quería verme y tomar algo conmigo. Como la última vez no pude porque me había olvidado, esta vez no le podía fallar.

Así fue como decidí reunirme con ella en una cafetería en el centro de la ciudad.
El local era bastante acogedor y se encontraba en una esquina en la confluencia de dos calles.
El letrero principal ponía: "Cafetería Entrance" y parecía tener un carisma desbordado.

Yo, como de costumbre, llegué diez minutos antes que Clara, y escogí una mesa aislada en la esquina más alejada del mostrador. Me fijé que había, en la parte más central de la inmensa sala, unas mesas alargadas en las que un grupo de jóvenes se disponían a estudiar.
Eso, sin duda alguna, me recordó a mis buenas amigas , Elisabeth y Marta, que acostumbraban estudiar para muchos de los exámenes en cafeterías como en la que me encontraba.

Y, por supuesto, lo más destacable era ese aroma inolvidable y siempre reconocible al café recién hecho.
Siempre, incluso desde pequeño, me había encantado el olor del café, pero desde que había conocido a Bea, ese olor cobró forma y siempre me recordaba a ella. A Bea siempre le gustó mucho el café y yo muchas veces me imaginaba besándola y sintiendo sus carnosos labios con sabor a café. Pero eso eran solo fantasías.

Fue un parpadeo de la bombilla que se encontraba encima de mi, el que me hizo volver al mundo real.
Cogí una servilleta del montoncito que había en el centro de la mesa y me di cuenta de que todas las servilletas, tenían una inscripción con​ un logo que me llamó la atención.

La inscripción decía: "siempre a tu lado" y el logo se asemejaba a un triángulo invertido. Al leerlo se me puso la piel de gallina, pero rápidamente recobré la compostura pues Clara acababa de llegar.

-¡¡¡Cuantísimo tiempo sin vernos!!! ¿Qué tal estás?-dije emocionado-.

-Muy bien, ya veo que las viejas costumbres nunca se pierden. ¿Cuánto tiempo llevas esperando?

-Diez minutos.

-Nunca cambiarás, siempre con tu puntualidad inglesa.

-Si no me quedo dormido, claro.

-Si... Que sepas que me dolió que te olvidases de que habíamos quedado.

-Lo siento, pero, esta vez no me he olvidado, así que borremos ese pequeño desliz.

-Está bien.

-Además, te he traído un regalo.

El regalo estaba envuelto en papel de regalo de color plateado y negro, tonos que Clara adoraba, y en su interior contenía una caja de bombones.

Siempre que compraba una caja de bombones irremediablemente pensaba en la famosa frase de Forrest Gump: "la vida es como una caja de bombones, nunca sabes cuál te va a tocar". A veces incluso me llegaba identificar con él puesto que me daba la sensación de estar observando siempre todos los sucesos que ocurrían en mi vida desde un banco mientras esperaba el siguiente bus.
Mire a Clara y pude darme cuenta de que realmente le hacía ilusión que le hubiese regalado aquella caja de bombones.
Aunque no era el mejor regalo del mundo, sabía que esos eran sus bombones favoritos y además sabía que el chocolate le podría alegrar el día.

Ella me agradeció el detalle con una mirada alegre y una sonrisa que me hizo recordar todo el tiempo que pasé con ella en la universidad.
De hecho, comenzamos a hablar de todo lo que habíamos pasado juntos en esos tiempos e incluso recordamos algunas anécdotas graciosas.
Aunque lo que ahora era gracioso alguna vez me provocó tristeza, melancolía y también rechazo.
Pasamos aproximadamente 2 horas en esa cafetería hablando sobre qué tal nos iba la vida y sobre algunas curiosidades, y cuando ya era hora de volver al trabajo ella me dijo que le apetecía dar un paseo conmigo por el parque.

Pensé decirle que no, pero realmente me sentía muy mal por no haber llegado a la quedada anterior así que decidí en compensación acompañarla en un paseo.

El parque estaba repleto de personas que estaban aprovechando el calor de aquel día y todo estaba genial.
Era la primera vez durante estas últimas semanas que estaba tranquilo y relajado.
"La construcción del taladro puede esperar un poco más" pensé.

Me llevó a pasear por una zona que tenía un pequeño estanque en el que había una familia de patos disfrutando también del buen tiempo.
Era relajante el ver como los patitos seguían a la mamá pato y ésta estaba todo el rato pendiente por si alguno de sus patitos tenía algún problema. La escena era totalmente conmovedora.

Clara se dio cuenta de que yo estaba observando los patos y me preguntó si me apetecía que les diésemos de comer.

Después de alimentar a aquella familia de patos me di cuenta que ya habían pasado 4 horas desde el inicio de nuestra quedada y debía continuar con el proyecto del taladro, así que me despedí de ella y fui corriendo a acabar lo que había empezado.

Cuando regresé me quedé helado al contemplar que las dos piezas que faltaban por implementar en el taladro ya no estaban donde yo las había dejado.
De hecho no estaban por ninguna parte, las había perdido.

Me puse muy nervioso y removí absolutamente todo lo que encontraba a mi paso para poder encontrar esas dos piezas que eran esenciales para poder acabar el proyecto que nos llevaría hasta la gema qué tanto necesitábamos para llevar a cabo nuestro cometido.

Pero por más que busque no encontré nada y además me di cuenta de que también faltaban los planos principales del taladro.

En ese momento pensé: "seguro que alguno de mis compañeros se ha llevado esas dos piezas y algunos de los planos porque querían mejorar alguna característica de ese gran armatoste y se han olvidado de avisarme".

Ese pensamiento me tranquilizó pero en el fondo sabía que ninguno de mis compañeros hubiese cogido nada sin antes preguntarme a mí.

Decidí reunirlos a todos y comunicarles que faltaban esas dos piezas y algunos planos. Cuando vi sus caras de desesperación me di cuenta de que ninguno de ellos había cogido nada.

Por tanto la culpa de la desaparición de todas esas piezas era solo mía debido a que ese día era yo el encargado de custodiarlas.

Me sentí fatal porque sabía que les había fallado.
Entonces Elizabeth dijo muy elocuentemente:

- No os preocupéis, nos dividiremos para buscar esas piezas y seguro que al final las acabamos encontrando.

Ninguno de nosotros estábamos convencidos de que se fuese a solucionar de una manera tan fácil pero todos esperábamos una solución rápida, así que aún sabiendo que no íbamos a encontrar nada nos pusimos a buscar como locos por todos los sitios.

Eli me dijo que quería hablar un momento conmigo y que la siguiese hasta su despacho.
Yo temeroso seguí a Eli pensando en la bronca que me iba a echar por haber perdido esos materiales tan valiosos.
Pero estaba equivocado.
Su reacción fue tranquila y de lo más amistosa y lo único que quería decirme era cuando había visto por última vez esas piezas.
Yo contesté que la última vez había sido por la mañana antes de quedar con Clara.

Ella entonces de manera muy seria dijo que alguien había robado esas piezas, que no había otra forma de explicar esta desaparición tan repentina.

Fue entonces cuando comprendí lo complicada que sería ahora nuestra misión, ya que todo esto no había echo más que empezar.

Por el momento, decidimos paralizar el proyecto hasta descubrir lo que había pasado.

Yo me sentía terriblemente mal, estaba destrozado, pues fui yo el que estaba a cargo de toda esa maquinaria.

Sentía que le había fallado al equipo.

Decidí ir a dar una vuelta para reflexionar un poco.

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⏰ Última actualización: Oct 02, 2020 ⏰

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