Capítulo I: Un extraño encuentro

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Todo comenzó un día soleado en el que me disponía a regar las plantas de mi precioso y colorido jardín, un día normal, como otro cualquiera.
Saludo a mi vecina, que hace un gesto con la mano en señal de saludo y, después de recoger el periódico, vuelve a entrar dentro de su casa para poder disfrutar de su desayuno formado normalmente por dos piezas de fruta, una tostada bien untada de mantequilla y una taza de café acompañada siempre de una galleta de canela.

Siempre me había fijado en lo rutinaria que era mi vida, ya que cada día pasaba lo mismo con pequeños matices que me permitían diferenciar uno de otro, pero estos últimos siete años habían sido tan repetitivos que hasta las conversaciones con mis vecinos, mis excompañeros de trabajo o incluso mis padres se habían vuelto monótonas y hasta predecibles.
A veces incluso me sabía alguna conversación de memoria, como la que tenía la vecina todos los días a las once y media con el cartero.
Estaba encerado en el bucle de la rutina, pero esa mañana algo iba a cambiar.

-A todo esto... mi nombre es Álvaro, Álvaro Sánchez Carnoso y tengo treinta y cuatro años.
Hace poco que estoy en el paro y busco trabajo en alguna empresa.

Muchos dirían que estoy en la flor de la vida pero yo no pienso lo mismo.
En estos días en los que vivimos, es difícil permanecer joven con los cambios tan dramáticos que surgen día a día y que, sin duda alguna, me hacen parecer cada vez más "fuera de onda" en comparación con el resto de jóvenes.-

Recibí una carta, algo totalmente inusual pues mi correspondencia se basaba principalmente de facturas, recibos y alguna que otra multa y, esta no contaba con destinatario ni remitente.
La abrí y dentro se encontraba una hoja plegada escrita a mano.
La caligrafía era excelente y se me hacía algo familiar. La carta decía:

"Hola, supongo que te resultará extraño recibir una carta escrita a mano en esta sociedad que vivimos, pero queríamos que vieses que no hemos perdido las viejas costumbres.
Simplemente nos gustaría saber si estarías interesado en formar parte de algo más grande.
Si es así reúnete con nosotros el 10 de Marzo en el 27 de la calle Serrano.
Esperamos con impaciencia tu aprobación.
Atentamente: S.D.M.E.M.B."

Lo que me resultó más inquietante fue la utilización de esas siglas.
Por más que lo intentaba no lograba descifrar a que hacían referencia.
"¿Podría ser de una empresa que quiere hacerme una entrevista después de leer mi artículo de opinión en el periódico local?", me dije a mi mismo.
En el fondo sabía que eso no era lo que estaba pasando. Lo que no sabía, era el lío en el que me estaba metiendo al aceptar finalmente aquella misteriosa cita.

Cuando llegué al sitio acordado me quedé de piedra al contemplar que el portal número 27 daba a un edificio abandonado que tenía el rótulo de una antigua cafetería llamada la taberna 45.
La puerta estaba en tan mal estado que no hizo falta que la abriesen para que pudiese pasar, pues con un simple empujón se abrió completamente.
Al entrar, pude contemplar una sala amplia en la que se podía apreciar dos escaleras de caracol, situadas, cada una de ellas, en uno de los extremos sur.
Del techo de la gigantesca sala, colgaba una lámpara de araña, una muy lujosa, que me hizo dudar acerca de que ese sitio estuviese abandonado.
En el centro de la sala, había una mesa con una gran pantalla y, en frente, una silla.

Me dispuse a sentarme cuando, de repente, la pantalla se encendió, mostrando una imagen algo borrosa de lo que parecía ser un prado verde.
Mientras más lo contemplaba, más desconcertado estaba.

No entendía el significado ni el objetivo de aquella situación.
Cuando más inmerso estaba en mis pensamientos, comenzó a sonar una voz femenina que me dio la enhorabuena y me dijo que realmente yo era quien decía ser y, que por lo tanto, ahora pasaría a la segunda fase.
Yo sin comprender lo que sucedía corrí despavorido hacia la puerta y, finalmente decidí regresar a casa.

Durante todo el camino de vuelta estuve mirando a ambos lados para comprobar si me seguían pero no parecía que nadie estuviese observando mis movimientos.
Aún así fui cauto y di unas cuantas vueltas antes de llegar a casa.
¿De qué me conocía esa gente?, ¿se habrán equivocado de persona? Eso no lo podía saber, pero una corazonada me decía que algo no iba bien.

Fue entonces cuando me hice una idea del lío en el que podría estar metido al haber accedido a llevar a cabo ese extraño encuentro.

La taberna 49Donde viven las historias. Descúbrelo ahora