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CAPÍTULO 6:

Cuando terminé de comer nos quedamos ambos en silencio. Yo no quería pronunciar palabra alguna y él tan solo se había quedado a mi lado, observándome. Tenía miedo e inconscientemente mi cuerpo había empezado a temblar.

De pronto se levantó y recogió las cosas. Tomó las bolsas y las llevó fuera de la habitación. En ese momento pensé, como siempre y a cada segundo, tratar de escapar. Sin embargo esa opción se esfumó al oírlo entrar nuevamente.

-Acuéstate. -me ordenó. Le obedecí por temor a mi vida. Me tendí sobre la cama, boca arriba y tan derecha como una flecha.

Luego, él se acostó a mi lado, de igual manera. Ambos nos quedamos mirando el techo y en verdad no sabía cuál sería el siguiente movimiento.

Se giró hacia mí y me hizo una señal con la cabeza de que yo hiciera lo mismo así que me volteé mirándole de frente. Cerré mis ojos instintivamente porque a pesar de que me causara miedo, no podía evitar sentir algo por él. Probablemente no era más que atracción física pero de alguna manera, ese aura de misterio que emanaba de él me daban ganas de seguir investigando. Quería ayudarlo pero antes debía salvarme yo misma.

Así que, con los ojos cerrados, intenté no pensar en los suyos, en su imponente barba y en sus innumerables e incontables piercings y tatuajes. Dios santo, que a pesar de ser muy peligroso, eso no quitaba el hecho de que fuese muy fascinante. Mis pensamientos iban divagando y su presencia muy cerca de la mía no ayudaba en lo más mínimo.

-Bésame. -de pronto habló. Abrí los ojos tan grandes como pude y me alejé un poco de él. No había notado qué tan cerca lo tenía, su respiración casi se entremezclaba con la mía. No pude alejarme más puesto que sentí como unos fuertes brazos rodeaban mi cintura y me apegaban a él. Nunca antes había estado en una situación similar con alguna otra persona. Una situación tan íntima y personal como lo era estar en una cama acostados, juntos.

Sin poder resistir más observé su rostro. Divagué entre sus cejas, su perfilada nariz, sus grandes ojos marrones y sus labios. Sus brazos habían quedado estáticos a mis costados hasta que en un fugaz movimiento me apretó contra él y juntó sus labios con los míos.

El miedo que sentía había desaparecido completamente. El enojo se había dado a la fuga. Ahora lo único que quedaba en mí era una pequeña llama que se encendía poco a poco.

Movió sus labios lentamente, acariciando los míos como si se tratara de un objeto de cristal. Sus manos comenzaron un recorrido ascendente hasta posarse por completo en mis mejillas. Apretó su rostro contra el mío. Quería más y yo de alguna manera también. Acaricié con mis manos su pelo y su barba. Por dentro estaba hecha todo un torbellino.

Sus besos empezaron suaves y cálidos, pero de pronto se tornaron más feroces y salvajes. Introdujo su lengua en mi boca y esa fue una sensación completamente nueva para mí. Con tan poca experiencia, intenté realizar lo mismo y él respondió bajando sus brazos a mis glúteos y dando un pequeño apretón.

Fue en ese momento en el que otra vez me asusté. Me estaba liando con un chico que no conozco. No se ni si quiera si su nombre es real, no se su edad y tampoco se qué quiere hacer él conmigo. Me tensé y él se percató de aquello. Interrumpió el beso y habló.

-Escúchame Maddi. -me miraba fijamente a los ojos. -No te voy a hacer daño. Te voy a cuidar como si fueses mi más preciado objeto. Daré mi vida por ti. Por ahora no quiero pensar en lo que haré contigo mañana, pero tienes que confiar en mí.

-Pero yo no te conozco. -dije en un susurro, bajando la mirada.

-¿Eso quieres? ¿Conocerme? -increpó. Yo me limité a asentir aún pegada a su pecho y con sus manos acariciando mi espalda. -Está bien, eso haremos entonces. -Se acomodó en el colchón y observó el techo. Yo me puse a su lado rodeando su torso con uno de mis brazos y observando su perfil. ¡Sí que daba miedo!

-Me llamo Antoine Dumont, tengo 30 años, soy francés y no tengo familia. ¿Algo más que quieras saber? -Vaya, eso sí que es una presentación rápida.

-¿A qué te dedicas exactamente? -le pregunté tratando de obtener la mayor información posible de su respuesta.

-Te diré solo unas cuantas cosas. Todos en este barrio me conocen, saben qué hago y para quienes trabajo. La policía me tiene miedo, princesse. -habló formando una pequeña sonrisa. -Es un logro que no se obtiene tan fácilmente. -dijo, orgulloso. -He amenazado a cientos de personas sin dudar en hacer realidad las advertencias. Así que, si en algún momento intentaras algo contra mí, déjame decirte que lo harás en vano. -hizo una pequeña pausa, dándome a entender que ya había terminado con su aviso. -Respecto a lo que me dedico, es algo complicado. ¿Ya te debes hacer una idea, no es así? -me miró desde arriba levantando las cejas, esperando a que responda.

-¿Vendes droga? -inquirí. Él solo asintió y dejó de mirarme. Mi mente de alguna manera no daba cabida que estaba en la cama con un traficante. Me senté en la cama y él no se opuso. Frente a él y con las piernas cruzadas continué con mi pequeño interrogatorio.

-¿De eso se trata? ¿El clan? -hice una pequeña pausa tratando de recordar. -¿Los murciélagos?

-Sí pequeña. De eso se trata todo. -mi corazón dio un gran brinco al oír esa palabra. ¿Qué me estaba pasando? -Los murciélagos somos una red muy extensa. Estamos presentes en todo el mundo. Desde Bologna hasta Paris. -comentó citando mi ciudad. No recuerdo haber comentado algo sobre mí antes con él.

-¿Qué más haces a parte de eso?

-¿A parte de vender drogas, armas y cientos de cosas de mercadería ilegal más? Pues captar a pequeñas chicas inocentes e inofensivas como tú. Es más como un pasatiempo. -habló tremendamente serio. Le creí, claro que sí, y mi cuerpo también. Mis ojos se llenaron de lágrimas, mis manos comenzaron a sudar y mi cuerpo entero empezó a temblar.

-¿Me harás daño?

Luego oí cómo reía nuevamente. Esta vez, su risa se me antojó increíblemente macabra y morbosa.

-Bien, empezaremos con unas clases de dejar de ser, precisamente, tan inocente. ¿En qué mundo has estado viviendo toda tu vida, Maddi? -me habló pero yo seguía con la idea anterior. Se acercó a mí bruscamente me tomó de la cintura y me puso sobre él. Mi cabello caía a mis costados y mis manos se posicionaron a los lados de su cabeza. Estando debajo de mí volvió a hablar. -¿No te he dicho que te voy a cuidar más que a mi propia vida? No te voy a hacer daño Maddison. En la única persona en la que puedes confiar en este país es en mi. Tal vez en tus padres, pero en nadie más. Olvídate de tus amigos y de todas las otras personas que te rodean. Nadie va a querer más tú bien que yo. -eso sí que no lo creía. Si quisiera que estuviese bien, no me tendría en ese lugar en esos momentos. Estaba muy confundida con todo. Sentí como nuevamente unos labios presionaban los míos. Esta vez, por más loca que me encontrara, lo besé con cierto cariño. Se estaba ganando mi confianza muy rápidamente con tan solo unas simples palabras.

-Vamos a dormir que mañana nos espera un gran día. -interrumpió el beso acostándose en la cama. Me agarró por la espalda y nos acurrucamos. Sentía su respiración levemente agitada en mi oreja mientas yo trataba de calmar los latidos de mi corazón. Sus manos se encontraban en mi abdomen y eso mandaba sensaciones eléctricas por todo mi cuerpo.

Fue casi imposible conciliar el sueño pero luego de unos minutos, tranquilamente quedé dormida al lado de un completo desconocido en una ciudad desconocida.

Peligrosa atracción Donde viven las historias. Descúbrelo ahora