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CAPÍTULO 1:

-¡Hija, apresúrate, saca las maletas ya! -gritó mi madre desde la planta baja.

-¡Ya voy! -respondí.- Solo déjame despedirme de este lugar una vez más. -susurré a la vez que observaba mi habitación con mucho cariño. Recordando cada pequeño detalle, porque sería probablemente la última vez que estaría ahí.

Me mudaba. Estaba muy emocionada y contenta de comenzar una vida totalmente sola e independiente. Iría a estudiar medicina a París. Una ciudad hermosa, con historia y cultura sagrada, en definitiva un sueño hecho realidad para mí. Me sentía tan expectante pero a la vez sentía nostalgia de dejar atrás todo. Mi familia, mi hogar y mi ciudad se convertirían en un capítulo más de mi vida, dejándolo atrás luego de 18 años.

Pero en fin, así es la vida, y si para empezar mis estudios debía hacer un sacrificio, no lo dudaría dos veces. Además, la gran mayoría de mis compañeros irían a estudiar ahí también, así que no estaría tan sola completamente. Aunque seamos recién mayores de edad y en realidad descubriríamos algo nuevo todos juntos. Nadie tiene experiencia en esto pero al menos estaremos acompañados, supongo.

Mis padres no pueden acompañarme, no tenemos mucho dinero y afortunadamente en Francia los estudios son gratuitos, lo único en lo que tendrían que gastar mis padres será en el alquiler del nuevo departamento en donde viviré y en el transporte. Yo me pondré a buscar un trabajo para permitirme algunos lujos más.

-Vamos Maddi, se nos hará tarde.

-Bien, ya es hora. -Bajé las escaleras y junto con mis maletas me dirigí al auto donde me esperaban mis padres y mi hermanito menor, en definitiva los extrañaría mucho.

(...)

Mi madre me acompañó a Paris para instalarme y se quedará conmigo una semana, conoceremos un poco la zona en donde viviría. Ya habíamos conseguido el departamento con la ayuda de una amiga meses atrás pero en realidad el lugar quedaba a las afueras de la ciudad, sería imposible conseguir uno en pleno corazón de París.

Entramos al departamento y empezamos con la instalación. La emoción que sentía en ese momento era indescriptible. Habíamos comprado utensilios para la cocina, muebles y unas cuantas decoraciones más. Además, podía decorar todo a mi manera y eso en definitiva era alucinante.

Al medio del día y de la instalación, sonó como la puerta del departamento de al lado se abría y se cerraba.

-Tienes vecinos querida. Será bueno que cuando me vaya te presentes y conozcas a alguien más. -dijo mi madre. En definitiva iría a hablarles, sería una buena idea entablar una amistad con ellos.

-¿Que te parece si dejamos lo que queda para luego? Aún tenemos más días para esto. -anuncié. Estaba completamente agotada y necesitaba un descanso.

Luego de unos días más de conocer el lugar, que indiscutiblemente era hermoso, mi madre tuvo que regresar a Bologna. Fue una despedida dura y dolorosa. Al regresar del aeropuerto a mi ahora hogar, me sentí sola como nunca. Todo era silencioso, ya no se oían los ruidos de las travesuras de mi hermano, Ian, ni los regaños de mi padre. Me senté en mi balcón que daba directo a la Torre Eiffel. Incluso viviendo en la periferia, esa grandiosidad se podía observar desde mi ventana. Así que, estando ahí, tomé uno de mis libros y comencé a leer, simplemente escuchando la brisa y los murmullos de aquellas calles parisinas.

(...)

Fue en medio de mi lectura, en la tarde, que escuché unos pasos acercarse a mi departamento. Se oyó la puerta de al frente abrirse y cerrarse nuevamente. Ahí recordé lo que me había dicho mi madre, presentarme a los vecinos. Así que me levanté del lugar, fui a mi habitación, y preparé una canastita que llené de galletas luego. Hice una pequeña carta que básicamente decía: "¡Hola! Soy tu nueva vecina. Espero que nos llevemos bien porque sería un tormento que nos odiemos, créeme. Con cariño, Maddi." Bueno, no exactamente así, pero ya me entienden, la sutileza ante todo.

Salí de mi casa, di dos pasos, y llegué, vaya. Me sudaban las manos y estaban frías, pero aún así, intenté parecer lo más calmada posible. Toqué el timbre y aguardé. Se escucharon unos pasos al otro lado hasta que alguien abrió la puerta y..... oh mi dios. Tragué saliva, en definitiva no me esperaba eso. Un hombre de unos 30 años yacía de pie frente a mí. Su pelo era negro, sus ojos marrones, su piel clara... Tenía una pequeña barba y ¿lo más notable? sus numerosos tatuajes y piercings. En definitiva, algo que no estoy acostumbrada a ver. No es bueno juzgar un libro por su portada, eso lo tengo claro, pero, madre santa, qué dilema, siempre me han enseñado que hay que mantenerse alejada de este tipo de personas. Además, entablar una amistad con alguien así no se encontraba exactamente en el top de mi lista de quehaceres.

-Ho-hola, me llamo Maddi, soy tu nueva vecina. Un gusto conocerte. -Un gusto, ja, estaba aterrada. Le ofrecí mi mano sudorosa, helada y temblorosa como parte de mi presentación. Él frunció el ceño. Desde su altura, me tendió su mano y así juramos un pacto de amistad, digo, nos saludamos. Le entregué la canasta e inmediatamente me sonroje, qué estúpida era llevándole esto a un hombre seguramente súper rudo y brusco. Pero en fin, yo esperaba encontrarme con una hermosa familia con 5 hijos, no con el malote de la cuadra. Al recibir la canasta se puso a leer la carta mientras yo permanecía ahí, incómoda y minúscula.

-Me llamo Antoine, Antoine Dumont. -Dijo con la voz más grave nunca antes escuchada. - Pasa. -Ordenó. No esperaba una invitación el primer día pero aún así entré, era la única persona con la que he cruzado más de dos palabras así que era justo conocerlo mejor. Esperaba que como buen vecino, en un futuro me ayudara a conocer mejor la ciudad y los secretos de París.

Al entrar lo primero que noté fue un inminente olor a tabaco y a alcohol. Esto no estaba bien, nada bien. Me guió hasta uno de sus sofás, un poco arruinado por el paso del tiempo y nos sentamos frente a frente. Crucé mis piernas mientras frotaba mis manos desesperadamente, qué mala idea la mía. Esperé a que él dijera algo primero y así fue.

-¿Por qué te mudaste?

-Vine para mis estudios. -respondí, mirando siempre o a mis manos o al suelo.

-Pero, ¿por qué exactamente aquí? -sentía su intensa mirada sobre mi pero yo no quería mirarlo, me daba temor.

-Estuve por unos meses buscando un departamento cerca y encontré este con la ayuda de una amiga así que, aquí estoy. -me aventuré a decir acompañada de una pequeña risa al final levantando mi vista hacia él. Error. Sus ojos marrones y su ceño fruncido me inspeccionaban cual criminal que acaba de cometer un asesinato.
De pronto, se levantó de su lugar, se acercó bruscamente hacia mí y sujetó mis muñecas, subiéndome las mangas hasta los codos mientras las recorría tratando de buscar algo.

-¡Heeey! ¿¡Qué te sucede!? -exclamé a la vez que intentaba deshacerme de él. Cosa que fue inútil.

-¿Para quién trabajas eh? ¿!Quién te mandó aquí!? -gritó muy cerca de mí acorralándome contra el sofá.

-¡Nadie! Yo no te conozco para nada. -Traté de hacerlo entrar en razón. Agarró mis muñecas y les daba vueltas tratando de buscar algo que claramente no encontraría. - Me estás lastimando. -susurré. Me soltó rápidamente y luego se puso de pie. Yo me apresuré a realizar la misma acción y salir corriendo de aquel lugar pero él se adelantó y cerró la puerta.

-Quiero ir a mi casa. -dije, tratando de contener mi acelerada respiración así como mi creciente ataque de pánico. Tampoco es como si en la mía estuviese tan segura teniendo en cuenta de quién es mi vecino.

-Levántate el polo. -me ordenó impidiendo que saliera de aquel recinto.

-¿ESTÁS LOCO? ¡Claro que no!

Se acercó hacia mí y por más fuerza que tratara de aplicar me acorraló contra la puerta empotrando mi cara en ella. Sujetó mis brazos por encima mientras mis mejillas pegaban la dura madera de mi único escape. Comenzó a levantar mi polo dejando descubierta mi espalda.

-¿Donde está tu tatuaje distintivo? ¿A qué clan perteneces? No tienes ni el tigre ni las alas. ¿QUIEN ERES? -gritó muy cerca de mi oreja mientras que yo, sin más fuerzas y más confundida que nunca, me puse a llorar frenéticamente.

Sin más, se alejó de mí y me dejó salir.

Peligrosa atracción Donde viven las historias. Descúbrelo ahora