Capítulo XI: Una puta locura

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Intento no pensar en Ayla y en su maravillosa manera que tiene de hacerme el amor en todo el fin de semana, pero cada vez que cierro los ojos las delicadas formas de su cuerpo me nublan la mente y me aceleran el corazón: pienso en su boca sobre mi sexo, en sus pechos rozándome la piel y en sus manos sobre mis nalgas. Y me levanto entre temblores y cubierto de sudor frío.

¡Odio a esa chica! Me ha dejado tirado dos veces. ¡Dos! Y yo, como un estúpido boomerang regreso a ella cada vez que me suplica. Odio que me excite de esa manera, odio desearla y ansiarla. No quiero soñar con ella, quiero que desaparezca de mi gente.

Afortunadamente, unas largas horas de vicio al Breaht of the wild y muchos y muchos pitillos me hacen sacármela de la cabeza durante algunas horas. Todo parece haber vuelto a la normalidad en mi maltratado cerebro hasta que llega el lunes y Mägo nos vemos obligados a regresar el estudio de Txus. Leo Jiménez sigue con nosotros, y con él: Ayla y Rebeca.

Ayla parece más relajada que el viernes anterior: lleva el pelo suelto, semi ondulado rozándole los hombros. Lleva un termo de café en la mano del que bebe con verdadera ansia. Ya se ha quitado el tinte violeta y viene con la cara lavada. Lleva una camiseta muy original de The Walking Dead, y en cuanto Javi la ve se tira a preguntarle donde la ha comprado. En su teléfono móvil, Ayla le muestra la web y ambos comparan modelos durante un buen rato. Ella ríe divertida, está muy bonita cuando ríe. Los observo desde la distancia mientras fumo, no hemos hablado, ni siquiera nos hemos saludado, y aunque sé que es lo mejor para ambos, el corazón se me retuerce cada vez que pienso en ella.

Hay una cosa en la que Ayla tiene razón: lo que nos gusta a ambos del otro, es el sexo

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Hay una cosa en la que Ayla tiene razón: lo que nos gusta a ambos del otro, es el sexo. No tenemos ninguna responsabilidad vinculante con el otro, solo placer físico, pasión, lujuria, estrés que deseamos liberar. Somos dos adultos lúcidos de nuestro pecado, pero ¿qué hay más humano que pecar? ¿Y si entre Ayla y yo hubiese solo eso? Sexo salvaje y sin compromiso... Sí, cierto es que estas cosas no suelen acabar bien, pero ella parece muy consciente de su cuerpo y sabe diferenciar perfectamente entre orgasmos y amor.

Entre esas reflexiones y con mi cigarrillo apoyado en los labios y el sol matutino acariciándome la cara aparecen Josema y Moha a echar la charla a la terraza. Obviamente que no le he explicado a mi querido amigo flautista que acudí a la Sala Mon el viernes, ni por supuesto, que acabé pasando una intensa noche con Ayla. Pero, cómo ella misma diría, él no tiene ninguna responsabilidad sobre mí, y aunque agradezco su gesto (Ayla sin duda, lo enviaría a la mierda) creo que ya soy lo suficientemente mayor para decidir a quién me quiero llevar a la cama.

Mientras mis compañeros charlan, veo que Rebeca y Ayla discuten en la puerta que lleva a las escaleras del segundo piso. Recuerdo la conversación en el bareto de Nacho. Rebeca chantajea a Ayla con nuestro encuentro, amenazándola con contárselo a Leo si Ayla no acepta mantenerse al margen del proyecto, no preguntar ni aportar ideas con el objetivo de que la acabarían echando de la beca, solamente que con algunos meses de retraso. Si bien Ayla me ha intentado tranquilizar asegurándome que no dejaría que el chantaje de Rebeca me afectase, es una constante jaqueca en mi cabeza. ¡Podría echarlo todo a perder por un inoportuno calentón con la becaria!

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