Capítulo VI: Madrid

432 22 11
                                    

Madrid, dos meses después...

— ¡Siempre que grabamos algo con Leo pasa lo mismo!—se queja Frank—¿Es que este hombre no sabe lo que es la puntualidad?

Me río, estoy sentado en una silla, en el estudio de grabación, incómodo, jugueteo con la cinta morada que llevo anudada en mi muñeca. El estudio de música de Txus di Fellatio está situado en el centro de Madrid y ocupa dos plantas del enorme rascacielos. En la planta inferior se encuentra el estudio propiamente dicho, mientras que en la superior están los despachos, oficinas y salas de reuniones. Todo ha vuelto a la normalidad en mi vida (y en mi matrimonio), ya nadie se acuerda del catastrófico concierto en Barcelona, mi mujer no ha vuelto a sacar el tema de los niños y estamos trabajando en unas cuantas maquetas para el nuevo disco.

Estamos reunidos ocho de los nueve miembros que actualmente formamos Mägo de Oz, y cada uno está dedicándole un tiempo especial de preparación a su instrumento: Carlitos, Frank y Fer se entretienen afinando los bajos y las guitarras, Josema y Moha charlan después de haber puesto a punto su flauta y su violín. Javi está completamente absorbido por su nuevo teclado eléctrico y no deja de instarnos a todos para escucharlo. Patri y yo ya hemos calentado la voz. Ella está impaciente: estamos preparando una maqueta con Leo Jiménez, un buen amigo de la banda, además de maravilloso cantante, pero, como es habitual en él, llega tarde:

— ¿Dónde se ha metido?—Patricia camina de un lado para otro, nerviosa, sus tacones repiquetean en el suelo de parqué y su falda corta vuela alrededor de sus caderas.

—Relájate—la tranquiliza Fer, que vive en una especie de esfera zen—. Solo se está retrasando un poco.

— ¿Un poco? Habíamos quedado a las once y son las once y media.—protesta ella.

—El tráfico de Madrid a estas horas es insoportable.—puntualiza Josema.

—El tráfico de Madrid siempre es insoportable.—corrige Moha en una carcajada mientras afina su violín eléctrico zeta de caja blanca esmaltada.

—Por cierto, ¿Y Txus?—pregunta de brazos cruzados una cada vez más indignada Patri.

—Al final ha ido a buscar a Leo, se ve que trae una sorpresa...—añade Frank que tiene una bonita guitarra eléctrica apoyada en la rodilla.

Finalmente, el líder y fundador de nuestra banda, y nuestro querido amigo Leo se dignan a aparecer. Leo tiene esos andares que desprenden confianza y seguridad en sí mismo vayan donde vayan. Rostro de rasgos fieros y tipo duro, de arcos ciliares pronunciados, tez morena y enmarcada por una larga melena de rizos castaños. Viste camiseta negra de Metallica y vaqueros caídos.

Txus, por su parte, hoy "viene informal" y ha pasado de su maquillaje (de casi todo) y su cuero prieto habitual para ponerse una camiseta de tirantes blanca, muy ancha que deja ver todos los tatuajes de sus brazos y pantalones tejanos y botas y una gorra muy americana cubriéndole la melena grisácea.

La sorpresa que nos tenía preparada Leo, es que no ha venido solo: dos chicas jóvenes los acompañan. Dos chicas muy jóvenes, veinteañeras. Mi corazón se vuelve de piedra en cuanto reconozco a una de ellas. Se me cae el alma al suelo. Empiezo a temblar e instintivamente agarro la cinta morada que hay en mi muñeca.

—Zeta, ¿te encuentras bien?—me pregunta Patri mientras nos acercamos a Leo—Estás pálido.

—Perfectamente. —balbuceo mientras me seco el sudor de la frente y me recoloco la cinta del pelo de estampado militar.

Una de las chicas es una preciosidad: pelo largo, liso y castaño claro, ojos azules, piel morena y, aunque bajita, tiene un cuerpo de escándalo: pecho abundante y firme, cintura pronunciada y la curva exacta de las caderas. Lleva un top rojo de manga larga y un pantalón negro de corte alto, combinado con botines negros de suela de goma y un discreto maquillaje que realza sus pómulos y sus ojos claros. Tiene un porte seguro de sí misma, que me recuerda mucho al de Leo. Camina altiva y orgullosa, mostrando una radiante sonrisa.

La voz detrás de ZETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora