VI

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La relación entre Briseida y Deidamia se hizo cercana con el pasar de las semanas.  A pesar que en un inicio temía y desconfiaba de la alfa, al ver la amabilidad con la que la trataba a ella y a mí le fue imposible seguir con su actitud hostil.

Su relación era hermosa. La morena reía y bromeaba con Briseida sin temor alguno mientras que la rizada la miraba con fascinación. Aunque no era lo único se se veía en ellas.

Aquella mujer no era lo que me esperaba. Era pequeña, muy hermosa y al contrario de lo que cualquiera pensaría de una alfa, Deidamia era muy delicada y amorosa. En uno de sus escapes a nuestras filas nos platicó el porqué estaba aquí, en esta guerra que no le interesaba.

— Soy la única hija de mi padre.— Contó aquella tarde, con su melodiosa voz teñida de nostalgia.— El es un hombre muy grande, nunca engendró un varón y aunque siempre me dijo que no lo necesitaba porque me tenía a mí, sabía que no todos los alfas estarían de acuerdo en ello.

Con un suspiro cansado y triste continuó, luego de darle un profundo trago a su copa de vino.— Un día llegó un barco a nuestra costa ¡Vaya sorpresa nos llevamos al ver bajar de el a Odiseo! Llegó a hablar de las cosas que sucedían, como habían robado a Elena de su propia alcoba, que se estaban reuniendo los ejércitos más grandes para vengar aquella falta de respeto hacia Menelao.

          >> Yo sabía para esas alturas a lo que venía.—Su voz se escuchaba quebrada y llena de reproche, ademas de estar emanando suaves feromonas que mostraban sus pesares.— No era portador de malas noticias, quería llevarse a nuestros hombres. Lo que no esperaba es que le pidiera a mi padre que se uniera a esta batalla. Inmediato me negué. Mi padre moriría en cuanto pusiera un pie en el campo de guerra, nunca había destacado en ninguna de las habilidades que se necesitan para sobrevivir aquí. Así que me propuse yo en su nombre. Siempre fui una buena luchadora, por lo cual yo le sería más útil. Así se lo plantee a Odiseo y a la siguiente mañana ya estábamos rumbo a Esparta, donde me uní a Menelao y Agamenón, dejando en su mando a nuestras filas.

Después de saber su historia y todo el peso que cargaba la alfa Aquiles adquirió un profundo afecto hacia la rizada. Al llegar la noche me contaba cómo la buscaba entre los soldados y ambos salían a combatir a los troyanos juntos.

Era una vida tranquila la que lleve en los primeros meses de mi embarazo; siempre rodeado de cariño y afecto. Los alfas mirmidones nos acompañaban cada noche, donde celebraban la llegada de nuestro cachorro, muchas omegas del campamento se reunían conmigo para hablar sobre el como me sentía y darme diversos concejos.

Una de esas noches, hastiado de que las platicas a mi alrededor se centraran únicamente en sobre como cuidar de mi alfa y mi cachorro decidí retirarme. Necesitaba un respiro, estar a solas conmigo mismo. No había pasado ni un minuto solo desde que supe de mi embarazo, Briseida, Aquiles y los soldados estaban siempre a mi lado, vigilando todo lo que hacía, me sentía acorralado.

Aun no había asimilado ser un omega, los olores nuevos que percibía en todos lados y en todos, aquella parte de mi que necesitaba de mi enlazado. Ya no era mas el beta que curaba heridas y ayudaba a las mujeres del campamento, era el omega del aristos achion, el omega del mejor de los guerreros. Ya no era Patroclo, era el omega de Aquiles. Y necesitaba un descanso.

Un olor llego a mi antes de sentir unos brazos rodeándome la cintura, las manos de Aquiles se posaron en mi abultado vientre mientras besaba la marca en mi cuello. 

—Mi hermoso omega, ¿Todo bien?

—Si.— Conteste con un suspiro.— Vamos a dormir.

Y esa noche decidí tomar ese descanso que necesitaba.

El Mejor Regalo | Patroquiles  OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora