I (Editado)

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Desperté empapado en sudor, el calor impidiéndome respirar y buscando desesperadamente a Aquiles. Al querer levantarme mis piernas flaquearon, pues me sentía débil y extrañamente tembloroso. En el intento de salir la cama sentí un extraño liquido bajando por mis piernas, ¿Qué estaba pasando? No solo era la intensa necesidad de buscar al Pelida, si no el calor sofocante que había dentro de la tienda, que a cada segundo se volvía más sofocante.

Rápidamente limpie la mojadura en mis piernas y me humedecí la cara para que me despejara un poco del sofoco que sentía, en ese breve momento de claridad me di cuenta que el calor no provenía de la tienda, tenía fiebre. Poco a poco las piezas se fueron uniendo en mi cabeza, el calor y la debilidad, la necesidad de Aquiles y el extraño fluido. Estaba en celo. Pero ¿cómo era posible? Toda la vida fui un beta, criado como tal después de años sin presentarme.

El miedo opacaba cualquier otra cosa que sintiera en ese momento, pensar en la posibilidad de ser un omega me llenaba de terror. No solo me apartarían de su lado, ya no podría ser su compañero en armas. Ya no podría ser medico como me educó Quirón; nuestra gente entregaba a los omegas como ofrendas al dios Apolo y solo vivían dentro de los templos, sin contacto alguno con el exterior. Ningún omega varón se veía fuera de esos lugares y aquellos que desafiaban aquel mandato divino era asesinados públicamente.

Me encogí en camastro de pieles, llorando desconsoladamente al saber el destino que me esperaba, uno lleno de soledad y abusos, lejos del hombre que amaba y confinado a las cuatro paredes del templo de Ftia. Ahora entendía por qué Tetis no me quería al lado de su hijo, porque del odio que profería hacia mí, no quería que la gloria de Aquiles se manchara con mi compañía, no quería que su hijo fuese tentado de esa manera.

Me sentía peor con cada pensamiento, así como el calor del celo aumentaba y los dolores en mi vientre se hacían presentes, tenía el recuerdo de cómo preparar un tónico para los dolores del celo, pero sabía que era un riesgo salir así a un campamento lleno de alfas.

Mi mente hizo una lista de cosas prácticas que debía de hacer, aprendidas después de años en el pabellón de medicina, ayudando a las pobres omegas que hacía a Aquiles recoger en las dríadas; colocar el pocillo de agua a un lado del camastro, tomar la tela de alguna túnica y empaparla en agua tibia para calmar los calores, cerrar la cortina de pieles para evitar que cualquier olor saliera de la tienda y llamara a los alfas de alrededor.

Sabiendo lo que debía hacer, me levante muy lentamente, dejando a un lado el llanto, apoyándome en una lanza del rubio para poder moverme sin caer. Agradecía todavía tener un poco de lucidez y fuerza para hacer lo necesario para posponer mi fatídico destino. Quería verlo una sola vez más; sin importar el dolor y la necesidad, tenía que despedirme de Aquiles.

Hacer estas cosas me llevo más de lo que comúnmente me tomaría hacerlas y al acabar mi cuerpo cayó rendido en el lecho de pieles, dejándose llevar en los malestares del celo.

Patroclo.

Esa única persona rondaba mi mente, sentía un malestar en mi pecho desde mediodía, como si me advirtiera algo, me sentía inquieto y desesperado al pensar en el castaño. La batalla estaba a nada de acabar, se podía contemplar la aparición de las primeras estrellas en el cielo cada vez más oscuro. Hice un movimiento con mi muñeca para clavar la lanza en el pecho de un alfa que venía hacia mí, volteándome antes de ver cómo la vida se escapaba de sus ojos. Tenía que salir de aquí y asegurarme de que Patroclo estuviera bien.

Cuando se retiraron las tropas troyanas y se reunieron los príncipes y reyes del ejército Heleno, subí rápidamente a mi caballo para acercarme a ellos, buscando la manera de hacer más rápida nuestra partida.

El Mejor Regalo | Patroquiles  OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora