IV (Editado)

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Se podía sentir la tensión en la tienda, así como el miedo. Era aterrador que incluso Aquiles olía a miedo, tensando al omega a un lado de él. Podía olfatear como cada vez era mayor el miedo que sentía el Pelida, la incertidumbre de lo que pasaba allá fuera. Me sentía atrapado y asfixiado, sin ser capaz de hacer nada.

-¡Príncipe Aquiles, Patroclo! -Se escucho que aclamaban a gritos fuera de la tienda.

En un rápido movimiento Aquiles tomo una de las muchas lanzas que se encontraban dispersas en el suelo de la tienda y me posicionó detrás de él en una pose defensiva, retrocediéndome los pasos que había avanzado por inercia al escuchar las diversas voces de mando de los alfas allá a fuera, incluso Briseida se había sobresaltado con ellas. Cuando el alfa intento dar un paso hacia el exterior lo tome fuertemente del brazo. No, no podía salir de aquí.

-No salgas, no me dejes...- Supliqué con un nudo en la garganta. El solo pensamiento de perderlo o de que lo hirieran bastaba para hacerme sentir una opresión en el pecho, un dolor del que sabía que nunca me recuperaría. La mano cálida de la morena se hizo presente, intentando reconfortante pero eso no era lo que yo necesitaba, necesitaba a mi alfa y su estabilidad; lo necesitaba a mi lado, fuera de peligro. Con un sutil manoteo la aparte de mí y la encare, pensando en lo que era mejor para ella. -Briseida, vete. Sal de aquí por detrás de la tienda, no puedo arrastrarse con nosotros a esto.

La morena dudo un momento antes de encaminarse rumbo al lugar más alejado de la entrada, nuestro nido. Su mirada herida e indecisa fue lo último que vi antes de que desapareciera entre las cortinas que protegían la entrada de nuestra habitación, dejándome una sensación incomoda al saber que estaría cerca de nuestro nido. No era momento para pensar en ello, me reprendí antes de volver toda mi atención al alfa a mi lado posicionándome frente a él. Pude percibir en sus ojos el deseo de Aquiles de mandarme con ella, pero lo detuve antes de que hablará.

-Aquiles, mi vida. Si quieres salir lo haré contigo- tome su mano, apretándola suavemente antes de seguir hablando, mirándolo fijamente y con decisión a los ojos. -Juntos, como siempre lo hemos estado.

-Yo no... No puedo...- se interrumpió antes de terminar de hablar, indeciso. Quería hacerle saber lo hermoso que se veía ahí parado, brillando con su esplendor divino que lo caracterizaba, su porte sublime y su hermoso cabello rubio resplandeciendo aún más que el mejor de los tesoros. Pero podía ver lo tenso de su cuerpo, no estaba de acuerdo, pero temía que con ese acto contradijera todo lo que había prometido en los días anteriores.

Con una fuerte inhalación soltó mi mano girando un poco su cuerpo para tomar la espada que estaba atada alrededor de su cintura y con un ligero temblor en sus manos la puso sobre las mías.

-Está bien, ven conmigo- suspira, pareciendo ahogar todos sus miedos en esa simple acción, escondiendo perfectamente la ansiedad que percibía en él. -Pero en el instante en el que estés en peligro no dudaré ni un segundo en enviarte de regreso y protegerte como siempre he hecho.

Sin poder evitarlo lo abrace contra mí, dejando que el me empapara en su aroma, sacando fortaleza de sus firmes brazos que siempre me mantenían anclado a este mundo.

Con último roce ligero en los labios decidimos salir, con el aristos achion dirigiendo la marcha mientras apretaba de tal manera el mango de lanza que podía ver como sus nudillos se ponían blancos, de la misma forma que yo tomaba aquella espada intentando imitar la forma en que había visto que él hacía, recordando el entrenamiento con Quirón.

Cuando salí cerré mis ojos al instante, cegado. Tantos días encerrado en nuestra tienda cobraron factura y la luz era demasiado resplandeciente; con suaves parpadeos fui abriendo mis ojos, jadeando de la sorpresa casi al mismo tiempo que Aquiles.

El Mejor Regalo | Patroquiles  OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora