XIII | Capitulo Final

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Había caos en el campo de batalla.

Espadas chocando, lanzas y flechas atravesando el aire. Feromonas llenas de furia y tristeza embriagando el ambiente.

Patroclo había muerto.

Los mirmidones vieron con terror como sucedió toda aquella pelea. Observaron con temor e incredulidad que quien salía de entre la armadura no era Aquiles, sino su amado, Patroclo. En cuanto quisieron actuar fue demasiado tarde, una lanza había atravesado al omega. Y en un último acto de valor, el omega ejecutó al alfa frente a él; justo antes de caer de rodillas, sangre por todos lados.

Los griegos no tardaron en atacar, abriéndose paso para llegar a dónde estaba el cuerpo. Necesitaban ayudarlo como tantas veces aquel hombre los había ayudado.

Entre todo el caos, un hombre avanzaba sin esfuerzo alguno. Dando tajos y golpes certeros. Solo había otro hombre con esa destreza entre las filas y desafortunadamente no estaba ahí.

Héctor avanzaba, cada vez más cerca del hombre agonizante por el que el campo de batalla se había vuelto más sangriento que nunca.

Aquel alfa siempre había visto de lejos al hombre siempre detrás de Aquiles. Siempre protegido por los demás. Verlo ahora en ese estado era impactante.

El moreno tenía el cabello sudado y pegado a las sienes, sangre derramándose a los lados de la lanza. Sus manos estaban manchadas de sangre, tanto de él como la de su ejecutor. Era extrañamente hermoso. Con una abundante barba enmarcando su rostro y unos ojos oscuros, salvajes. Parecían estar retando a las Morias.

Tal vez fue eso lo que atrajo a Héctor hacía él. No podía dejar de observarlo.

Cuando estuvo a solo unos pasos del hombre, este con un último esfuerzo levanto la espada, apuntándolo a él. Sin siquiera dudar.

-Si das un paso más, eres el siguiente.- Exclamó entre jadeos cansados.

-Eres el omega de Aquiles.- Proclamó Héctor, sorprendido por la fuerza de aquel omega.

-Lo soy.- Contestó sin duda, dejando caer la espada, más pálido de lo que había visto a alguien. -No lo hagas.- Suplico, su voz débil, cada vez más agotado.- No me mates. Aquiles no te dejará vivir si lo haces. Los dioses saben de lo que será capaz.

Un sollozo salió de su garganta, tan desgarrador que el alfa se acercó a él, intentando darle un alivio que no podía brindarle.

- Mis bebés. -Murmuro Patroclo, con menos lucidez por la falta de sangre.- Pirra no desayuna si no estoy yo a su lado ¿Cómo va a comer hoy? -Su llanto cada vez era más errático, desesperado.- Neptolomeo es aún muy pequeño como para que su papá lo haya dejado solo toda la noche. - Patroclo miro fijamente a Héctor, la última mirada con claridad que pudo otorgar.- Mi Aquiles, nunca pude estar enfadado con él. Lo quiero a mi lado.- Con un suspiro dejo salir sus últimas palabras, el adolorido omega recostandose.- ¿Puedes llevarme con mi Alfa? Quiero decirle lo mucho que lo amo.

-Lo haré.- Contesto impulsivamente Héctor, viendo la última sonrisa del omega frente a él.

No pudo evitarlo, no si en sus ojos veía reflejada a su propia omega. En un último acto de misericordia empujó fuera del cuerpo la lanza que había acabado con aquel ser tan hermoso, tan humano.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

Algo iba mal, terriblemente mal.

Aquiles sentía un pesar en el pecho desde que Patroclo se había marchado de la tienda. Un mal presagio.

El campamento estaba extrañamente silencioso. Tan silencioso que los pequeños cachorros yacían durmiendo en el nido con total tranquilidad.

Unos veloces pasos se escucharon acercarse, el golpeteo de una armadura contra el cuerpo de su portador. Soldados. Con un ágil salto Aquiles ya estaba frente a sus bebés, una espada en mano. Quien quiera que estuviera cerca no tendría ni una visión de su nido.

El Mejor Regalo | Patroquiles  OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora