Epílogo

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Llegar a Ftia es de las cosas más duras que pase en mi vida.

El viaje fue una tortura, en cuanto supe que estábamos a salvo y a una muy buena distancia de Troya, deje que la tristeza me consumiera.
No podía dejar de llorar y con cada respiración empeoraba. Me pasaba los días vagando por el barco, abrazando la túnica favorita de Patroclo y rememorando su aroma.

El estar con los cachorros era terrible, me costaba mucho el contenerme y estar calmado para ellos, pero cada que escuchaba como pedían por su papá se me rompía más el corazón. En esos momentos los dejaba al cuidado de sus nodrizas y volvía a mi vacía existencia.

Durante esos largos meses de viaje comprendí más que nunca a mi omega.  Lo difícil que fue embarcarse a un viaje del que sabía yo no volvería. Y del que de alguna forma yo ya no regrese. 

En cuanto arribamos a Ftia, escuche los gritos de júbilo. Mis soldados eran felices de volver a casa y por un momento me sentí bien. Respire el aire con el que había crecido y ví lo precioso de mi reino.
Ese día mis bebés estaban más hermosos que nunca, la pequeña Pirra intentaba asomarse por la borda aunque no alcanzara a ver por sobre de ella y Neptolomeo miraba con su inocencia de cachorro todo lo que era nuevo para él.

A lo lejos veía a mi padre, llorando con una gran sonrisa en su rostro; estaba esperandonos. Sostuve con fuerza a mis hijos y los acerque a mi en un abrazo que sabía que les debía. Las cenizas de mi omega pesando en mis caderas.

—Lo lograste, Patroclo. Tus hijos llegaron a Ftia.

~

Los abrazos de su padre curaron un poco su corazon.  Lo sentia sollozar contra el, más feliz de lo que nunca lo habia visto. Aliviado de ver regresar a su único hijo. Sus manos  recorrieron todo mi rostro, detallando con sus dedos los cambios que diez años en la guerra habían dejado. 

---Haz crecido--- Dijo al fin, con sus manos firmes en mis hombros.--- Y veo que con el paso del tiempo conociste los pesares de la vida. 

Podía ver a mi alrededor a todas las familias reuniéndose y gran pesar oprimió mi pecho, porque por más que por fin estaba en casa ya no se sentía como un hogar para mi. 

---¿Donde está Patroclo?--- Preguntó mi padre con una suave sonrisa, sin malicia detrás de ella.---Es rarísimo no verlo junto a ti. 

El aire se atoro en mi pecho. Él no lo sabía.  ¿Mi madre no se lo había contado? Después de todo lo que habíamos pasado ella no se había tocado el corazón para decirle a mi padre que su único hijo se había enlazado. 

El suave lloriqueo de Pirra se escuchó detrás de mí, oliendo la tristeza que solo ella parecía percibir en mi aroma. Mis instintos actuaron por si solos antes de siquiera pensarlo, mis manos cargando a mi cachorra y marcandola al frotar mi mejilla en su pequeña cabecita.

---Shh, bebé. Papá está aquí. Todo está bien.--- La tranquilizó y con mi mirada busco a Neptolomeo en brazos de su nodriza, tan quieto que parecía que comprendía lo importante que era este momento. Con cuidado acomode mejor a mi hija entre mis brazos, para susurrarle despacito.--- ¿Quieres conocer a tu abuelo? Está esperándonos desde hace mucho. 

Sus manitas se aferraron a mi cuello mientras ella asentía, con una indicación le pedí a la nodriza que se acercara detrás de mí. Con la mirada de mí padre quemando en  mi espalda. 

Decidido, camine hacia el Alfa que me vio crecer, sin temor alguno. Era esta mi familia y era hora que se conocieran. 

---Padre.---Hablé fuerte, haciendo que todos a nuestro alrededor de callaran, los hombres que habían desembarcado conmigo en un silencio solemne, ya que ellos conocían mejor que nadie el impacto que esto tendría. --- Ellos son mis hijos, Pirra y Neptolomeo. 

El Mejor Regalo | Patroquiles  OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora