Te escucho

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-Mi nombre es Franco, y el día de hoy vamos a comenzar tu sesión. Antes que nada, quiero preguntarte, ¿Por qué decidiste venir? ¿Estas por tu voluntad? Te escucho.

-No quiero estar aquí. Pero sé que debo quedarme.

- ¿Por qué no te vas?

-Moriría.

- ¿Te mataran?

Soy Franco. Psicólogo desde hace 10 años. Atiendo, preferentemente, casos individuales. En momentos doy terapia a parejas, pero mi especialidad es Neuropsicología de forma individual.

Es fascinante analizar cada pensamiento, sentimiento y emociones de mis pacientes. Lo injusto es que no puedo hablar de ello con nadie. Claro, obligación de confidencialidad.

Aun así, no puedo evitar decir "Tuve un paciente que...", no estoy revelando su identidad así que no debe ser ningún delito.

-Tuve un paciente que decía escuchar voces, a lo que contaba y si mi juicio no fallo, no usaba ningún tipo de drogas, pero escuchaba esas voces constantes. El, llego a mi consultorio por "esas voces".

-No quería que le cobraras. –Interrumpió mi hija.

-Aun así, me aseguraba que pagaba cada sesión. Las voces que escuchaba, según decía, le daban instrucciones. ¡Camina! ¡Voltea! ¡No mires! E instrucciones similares.

-Ve al psicólogo –Se burló.

- ¡Si! De hecho, así lo conto. Un día, las voces lo llevaron hasta mi consultorio.

-Las voces se preocuparon por él. -Se burló.

-Aparentemente no tenía sentido. Llevamos algunas sesiones, pero lejos de disminuir las voces, comenzaron a ser más frecuentes y según me contaba, cada vez le daban instrucciones más específicas y constantes. Pero comencé a notar que cuando indagaba sobre estas voces, y le pedía que repitiera más de una vez, exactamente lo que le decían, había cambios. Cambios que se ajustaban, curiosamente a lo que hablábamos, o cambios como si simplemente no lograra recordar lo que le decían.

- ¡Debe estar loco! Y perdóname papá, pero lo debiste enviar a un hospital psiquiátrico inmediatamente.

-Además de las voces, debo lidiar con su mala memoria –Pensé. –Pero no, poco a poco me di cuenta que esas "Voces" como él les decía se parecían cada vez más a sus deseos, pero que por algún motivo le daba pena o culpa. Por ejemplo, las voces le decían que hiciera "algo". Y a lo largo de las terapias me confesaba que tenía deseos de hacer eso, pero se sentía culpable, porque o era lo correcto o no era bien visto. Cabe decir que siempre quiso ir al loquero "Pero le daba pena".

Todo un caso. Sin duda.

-Y también tenemos el otro extremo, la gente que necesita ayuda inmediatamente pero no quieren, por ejemplo, hace unos meses sepultaron a la hija de Keila "La prostituta". Murió por cosas de esas que no nos gusta hablar.
Ellas vivían en una calle poco habitada y un tanto pobre. Keila "La prostituta" ahorraba todo lo que ganaba pensando en destinarlo a los estudios de su hija. Cada que la veía dormida, pasaba su mano sobre su frente y pensaba 'tú tienes que ser mejor que yo', pocas veces se atrevía a pronunciar palabras frente a ella; si esa pequeña supiera lo que su madre hacía, tendría mucho que reclamarle.

- ¡Atendiste a una puta!

-Escucha... Una tarde, cuando Keila "la prostituta" salía de su casa para ir a trabajar. ¡No deberías reírte, para ella, después de tantos años ya era un trabajo como cualquiera! salió de su casa sin despedirse de su pequeña. Al día siguiente cuando llego a casa, simplemente, ella no estaba.
Tantas cosas pasaron por la mente de Keila "La prostituta", tal vez se fue, tal vez la robaron, tal vez solo salió un momento, no sabía si esperar, salir, gritar, o preguntar, pero a la prostituta y a su hija, nadie las quiere. Por más que salió, grito y pregunto la gente solo la veía extraño, pensando que quizá Keila "la prostituta" estaba drogada otra vez. La espera no fue muy larga, esa noche, encontraron a su hija muerta, tirada en un basurero del otro lado de la ciudad.
Los motivos y los sospechosos, dan igual. Esa noche Keila "La prostituta" sabía que tenía que cambiar.
Ya no era necesario, pero ahora quería hacerlo, y sola sería más difícil.
Le ofrecí mi ayuda una y otra vez, pero si acaso asistió a dos sesiones y nunca más volvió, no estoy seguro que fue de ella.

-Es impactante.

-Lo sé. –Pero dime, hija. -Mi nombre es Franco, y el día de hoy vamos a comenzar tu sesión. Antes que nada, quiero preguntarte, ¿Por qué decidiste venir? ¿Estas por tu voluntad? Te escucho...

-No quiero estar aquí. Pero sé que debo quedarme.

- ¿Por qué no te vas?

-Moriría.

- ¿Te mataran?

Te EscuchoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora