Gélida Bienvenida

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Cabalgaba a toda velocidad saliendo de las montañas Jerall, finalmente había logrado abandonar Cyrodiil. El viaje había sido largo pero cumplí mi cometido de llegar a la helada provincia de Skyrim. Decidí tomar camino a través de Helgen ya que ahí fue el primer sitio donde se avistó el ataque del gran dragón negro.

Tras arribar al pueblo el cual se encontraba en un estado de destrucción casi en su totalidad con casas quemadas y construcciones parcialmente derrumbadas, decidí darle un descanso a mi caballo. Tanto él como yo, estábamos sufriendo por el frío tan inmenso que hacía, aunque la gran emoción que daba finalmente estar cerca de poder ver a los dragones y más aún; de ver al sangre de dragón, era una idea sublime.

Unas voces me sacaron de mis pensamientos por lo que en un acto reflejo escondí a Magnus, mi caballo, detrás de un muro y me dispuse a escuchar la conversación ocultándome todo lo posible.

Magnus quien fue apodado así por mi padre debido a el mismísimo Magnus, el Dios de la magia, había estado conmigo desde que era una chiquilla de diez años. Siempre había sido un equino obediente y amistoso, el cual me seguía a todos lados sin importar qué. Montar a caballo desde que tengo memoria ha sido una de mis grandes pasiones junto a la magia.

-¿Crees que deberíamos matarlo y largarnos con el botín?-decía un hombre con un leve siseo, lo que indicaba que era un argoniano.

-No lo sé, habría que planearlo mejor. Además, nos está yendo bien en esta pandilla.

Esperaba que mi caballo no relinchara al presentir peligro, pero fue en vano puesto que accidentalmente pisé un pedazo de madera vieja, lo que alertó a los que claramente era unos salteadores de caminos.

-¿Qué fue eso?-preguntó el argoniano.

-Vamos a revisar.

Sentí cómo un escalofrío me recorría todo el cuerpo, no esperaba tener un encuentro de este estilo. Mis padres me lo advirtieron, y no les hice caso. Ahora estaba a punto de pagar las consecuencias. Decidí afrontar la situación y salí de mi escondite colocándome frente a los bandidos, a unos metros de distancia.

-Mira lo que tenemos aquí...

-¿Qué haces aquí afuera, pequeña?

Estaba muerta de miedo, seguramente intentarían asesinarme. Pero no estaba dispuesta a dejar que eso ocurriera, dije que vería a los dragones, e iba a verlos.

-Perdonen, me perdí. ¿Podrían decirme dónde está Carrera Blanca?-dije con tono inocente.

-¿Por qué no mejor te quedas con nosotros, muchacha?-dijo el bosmer

-¿Por qué no mejor te corto la garganta?-respondí fingiendo confianza

-Tienes agallas para ser una niña-respondió el argoniano-pero ya deja de jugar, y ven acá.

Asentí y empecé a acercarme aparentando sumisión. En lo que vi que bajaron la guardia les arrojé ferozmente un hechizo de escarcha, congelándolos de la cintura para abajo.

-Les preguntaré una vez más, ¿dónde está Carrera Blanca?

-Maldita niña, ¡sácanos de aquí!

Entre quejidos, llegan un par de mujeres y tres hombres más a la escena, los cuales eran sus compañeros. La confianza que había logrado en un principio, se desvaneció al ver a tanta gente frente a mí dispuesta a matarme.

-Procuraré que sea rápido-dijo uno de los atacantes.

Los bandidos se acercaban sincronizadamente a mí. Sentía la adrenalina en cada fibra de mi cuerpo cada vez hacerse más notoria, nunca había tenido que matar a alguien. He estado en este tipo de situaciones en las que debo defenderme pero nunca nada tan extremo. Mi padre siempre se encargaba de todos los problemas junto a mi madre, ambos magos excelentes. Las veces que nuestra granja había sido atacada por duendes o bandidos, mi padre los expulsaba a base de relámpagos. Y mi madre los ahuyentaba con sus hechizos de ilusión, que volvían locos a sus adversarios o simplemente los ponían en un estado de vulnerabilidad.

Dos ElegidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora