—Valentina, esto... Esto no es bueno.
Esas fueron las palabras que destrozaron el trabajo de seis meses de Valentina Carvajal. Tres meses, eso fue lo que tardó Valentina en buscar a alguien, alguien que hiciese lo nunca visto antes. Lo peor de todo, es que no era ella ni siquiera la jefa de un proyecto importante, ella era una simple becaria que trabajaba allí día y noche, a la que le prometieron la luna y la dejaron en tierra.
Ahora estaba allí, mirando la puerta de su despacho porque mirar el proyecto en la pantalla de su ordenador le parecía demasiado doloroso. Era tarde, no había comido en todo el día y sus fuerzas comenzaban a flaquear. Ahora, a repetir un nuevo proyecto mientras el museo colaba a otro fotógrafo para hacer una nueva exposición. En San Francisco, lo único de lo que había a patadas eran gays y artistas que intentaban hacerse un hueco, y ella lo tenía, pero ese hueco se estaba cerrando poco a poco. Sólo le quedaba una oportunidad, un tiro que si no era certero la mandaría de vuelta a su casa en Phoenix.
Era tarde, quizás las doce de la noche, Valentina no miró el reloj al salir, pero por el peso que soportaban sus hombros, parecía que debía ser esa hora. Los semáforos eran como un punto de descanso para Valentina, que se acomodaba en el asiento de su coche, esperando unos segundos para volver a arrancar.
Encontró aparcamiento cerca de casa, y al no tener fuerzas para prepararse la cena, -como casi todas las noches- decidió ir a la cafetería que estaba justo enfrente de su edificio. Pero ese día había una chica frente a la puerta de la cafetería tocando la guitarra, y aunque nadie le hacía caso, la muchacha seguía tocando con su guitarra. Los acordes de una canción que Valentina no conocía sonaban al pasar por delante de aquella chica de ojos negros, que cantaba sin apartar los ojos de ella. Casi se sintió presionada por aquella muchacha a dejarle un dólar en la funda de la guitarra que tenia abierta con un par de dólares, y finalmente entró en la cafetería.
Antes de sentarse a tomar algo, entró en el baño y se miró al espejo, echándose el pelo a un lado tras meter sus dedos entre los mechones de su cabello castaño.
—¿Qué carajos vas a hacer ahora, Valentina? Pues... Pues nada, ¡nada! —Abrió el grifo de forma brusca y se echó agua en la cara, frotándose como si quisiese borrar el aspecto a fracaso de su rostro.
Cuando salió del baño, escuchó la leve melodía de lo que la muchacha estaba cantando en el exterior de la cafetería. Aquella lenta, tenue y suave melodía que la trasportaba a su niñez en Phoenix.
Ay de mí, Llorona, Llorona
Llorona, llévame al río
Ay de mí, Llorona, Llorona
Llorona, llévame al ríoValentina salió de la cafetería y se quedó plantada frente a la chica de la guitarra, que tocaba y cantaba con los ojos cerrados, sin un micrófono o algo que apoyara su voz, solo ella y los acordes de su guitarra.
Cuando la muchacha abrió los ojos, solo vio a Valentina allí en frente, que dio unos suaves aplausos con la boca abierta.
—Wow. Ha sido precioso —alabó Valentina quedándose con las manos cruzadas delante de su boca, asintiendo.
—Muchas gracias —respondió la joven, agarrando la correa de su guitarra. Valentina no podía apartar los ojos de ella después de haber escuchado aquella voz, aquellas notas, la chispa y el aura especial de aquella chica al cantar.
—Es una canción especial para mí, no esperaba oírla, y menos hoy —explicó Valentina, pasándose de nuevo la mano por su pelo. Realmente, la joven de la guitarra no entendía la emoción de Valentina, era una simple canción que estaba tocando con la guitarra para conseguir el dinero que costaba un menú en aquella cafetería—. Creo que eso no te importa mucho, pero me has hecho bastante feliz con eso, así que... —Sacó la cartera del bolso que colgaba de su brazo y buscó, pero solo encontró un billete de cincuenta dólares—. Toma, para ti. —Valentina puso los cincuenta dólares en la mano de la muchacha, que lo miró con los ojos abiertos sin saber qué decir.
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𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑜𝑡𝑜 𝑒𝑛 𝑏𝑙𝑎𝑛𝑐𝑜 𝑦 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜 {𝒋𝒖𝒍𝒊𝒂𝒏𝒕𝒊𝒏𝒂}
RomanceDesde Arkansas a San Francisco. De tener la galería a su cargo, a ser una simple becaria. Cuando Juliana y Valentina se encuentran, sus vidas están cayendo en un pozo. Una sin saber dónde ir, sin tener qué comer, y la otra ahogada por el trabajo y...