𝓬𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝟔

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La voz de Juliana se escuchaba a lo lejos, como si estuviese en un pozo, o bajo el agua, parecía distante y confusa, hasta que parecía que se acercaba y su voz se hacía más clara.

—Val. Val, despierta.

Hacía mucho que no la llamaban Val, quizás desde que salió del instituto y dejó atrás a sus amigas en Phoenix para irse a la universidad de Nueva York. Abrió los ojos y se encontró con Juliana, que sonrió al ver que despertaba del desmayo.

—Hey, qué bueno que despertaste —sonrió Juliana al ver que su amiga despertaba después de aquél pequeño altercado—. Me asustaste mucho, no vuelvas a hacerlo otra vez ¿de acuerdo?

Valentina aún no se había situado después de despertarse y lo único que recordaba era que estaba en el ascensor con Juliana. Suponía que el estrés había pasado factura, pero ¿qué podía hacer? No quería decepcionar a su padre, no quería decepcionarse a sí misma y no quería perder el museo.

Miró a su alrededor y se dio cuenta que estaba en la sala de un hospital, pero no había ningún médico, solo Juliana sentada al borde de la camilla. ¿Qué hacía ella allí? No, Juliana no podía estar en el hospital, debía ocupar su tiempo en hacer cosas más importantes que acompañarla a ella porque había tenido un desmayo al no poder soportar un poquito de presión. Observó que en su brazo tenía una vía conectada a un gotero, cosa que casi hizo que se desmayase otra vez.

—Juliana, tú... Tú no deberías estar aquí conmigo, no vale la pena y yo... Yo debería estar trabajando, me van a echar, tengo... Tengo que irme. —Hizo ademán de levantarse, pero chocó en el cuerpo de la morena, que lo impidió y la volvió a tumbar en la cama.

—Val.

Y Valentina, al escuchar su nombre dicho así, tan corto y pequeño, tan tierno y bajito, tan cercano y contundente, tan suyo y tan preocupado, volvió a tumbarse en la camilla sin decir nada más. Val, qué extraño y lejano le sonaba aquel nombre, aquél diminutivo que tan solo su padre y sus hermanos solían usar. Val, la niña sonriente. Val, la pequeña mimada. Val, la novia perfecta y alegre. Val, la chica feliz que pasaba los días en su jardín. Val, la chica de los cuadros.

El tiempo pasó, y Val dejó de existir, ahora era Valentina. Valentina, la becaria. Valentina, la de los cafés. Valentina, la hija de Carvajal. Valentina, la del almuerzo. Valentina, en la que cargamos todo el trabajo.

Y un poco después, dejó de ser Valentina para ser la rubia. La rubia de ojos azules. La rubia a la que tocarle la cintura. La rubia de la que aprovecharse.

Pero ahora, en boca de Juliana, Valentina volvía a ser esa chica por la que alguien alguna vez se preocupó.

—Valentina, Valentina... Parece mentira que con veinticinco años tenga que decirte esto, pero lo que te pasa es que no comes lo suficiente —dijo el doctor con su carpeta en la mano y una sonrisa.

—Casi no tengo tiempo, doctor, lo... Lo siento —se disculpó frotándose la frente con la mano.

—Bueno, pues tienes que hacer tiempo. Tu nivel de hemoglobina está en 9, cuando debería estar mínimo en 12. —El doctor se guardó el bolígrafo en el bolsillo de su bata—. Debes comer mucha carne roja y alimentos con hierro. Ahora viene la enfermera a quitarte la vía y puedes irte a casa.

A casa. Puedes irte a casa. Hacía tanto tiempo que nadie le decía aquello que casi le da la risa al escuchar al doctor decir aquello.

—Te llevo a casa y te compro algo de almorzar, ¿vale? —Valentina cerró los ojos y no rechistó, simplemente asintió porque sabía que pelear contra eso era como intentar escalar un muro interminable.

𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑜𝑡𝑜 𝑒𝑛 𝑏𝑙𝑎𝑛𝑐𝑜 𝑦 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜  {𝒋𝒖𝒍𝒊𝒂𝒏𝒕𝒊𝒏𝒂}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora