𝓬𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝟑

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Valentina permaneció mirando la puerta de su apartamento como si le hubiesen roto el corazón. Era la primera persona que se había acercado a ella en meses y tan pronto como vino desapareció.

Pero algo en Valentina le decía que las cosas no podían quedarse así, por lo que se sentó en el escritorio de su despacho y abrió el portátil para buscar aquel nombre: julspic. En la sección de imágenes pudo ver una foto, parecía la entrada al pueblo de Fort Smith, en Arkansas, pero la dirección no coincidía con aquella pintada en su maleta, sino que era valsart. Pinchó en el enlace y, al abrirlo, el nombre de Juliana Valdés apareció en la parte derecha de la pantalla.

Valentina no se esperaba aquellas fotos, y mucho menos aquel talento. Juliana había capturado el momento en el que las burbujas de aire de un lago, que subían a la superficie, habían quedado atrapadas en el agua helada. Era la primera vez que veía aquél fenómeno, su cabeza no podía explicarse cómo quedaron atrapadas esas burbujas en el hielo, pero mucho menos cómo llegó hasta allí para hacer la foto.

Pero no solo era eso, conseguía que un vaso de agua pareciese el interior de un diamante, o que aquella imagen costumbrista tan americana que eran unos huevos con beicon en una cafetería de carretera te inspirase la añoranza de un hogar que nunca tuviste. Las ropas tendidas en el jardín trasero de una casa o el reflejo de la iglesia del pueblo en un charco que inundaba la carretera eran simples muestras de lo que Juliana era capaz de hacer. No era la foto en sí, era la sensación que provocaba en el espectador cada una de ellas, y eso era algo esencial que su padre le había enseñado a Valentina. "¿Para qué mirar si no vas a sentir?", le decía él.

Valentina agarró el teléfono y marcó el número de las oficinas del museo, dando vueltas por el salón.

—¿Sí? —Respondieron al otro lado del teléfono.

—¡César! Qué bien que te encuentro.

—Dime, Valentina, ¿qué ocurre? —César parecía un poco preocupado.

—Creo que he encontrado a alguien para el proyecto de nuevos artistas de Roger —dijo con voz firme. César se echó a reír al escuchar las palabras de la joven, que permanecía en silencio.

—Espera, ¿de verdad?

—Sí, imbécil. Espero que Roger no lo rechace, ¿le podrías dar tú el visto bueno?

—Claro, mándame la página.

Valentina le envió el enlace a César, y tuvo que esperar un par de minutos. El muchacho sólo respondió con un 'ahora te cuento' por WhatsApp bastante curioso, porque después de eso no contestaba ninguno de los mensajes de Valentina.

Estaba nerviosa, no tanto por conseguir una buena fotógrafa para el proyecto que Roger quería crear, sino porque esa fotógrafa fuese una joven con aquella historia detrás como era Juliana. En la mente de Roger planeaba la idea de hacer una exposición sobre los rincones de San Francisco visto desde otra perspectiva, desde el punto de vista de los lugareños y no los turistas. Quería que dejasen de fotografiar el Golden Gate y mirasen más allá de aquél puente.

Valentina daba vueltas por el salón con el teléfono en la mano porque, al fin y al cabo, su trabajo dependía de ello. Notó que el móvil vibraba en su mano y al toque descolgó.

—¿Qué? ¿Qué te ha dicho, César? —Casi se mordía las uñas de la impaciencia.

—Quiere ver a la chica, Valentina.

*

Juliana permanecía sentada en las escaleras de un enorme edificio en el que acababa de dejar otro currículum. Ya iban diez esa mañana. El día anterior fue un auténtico desastre, ¿qué le pasó para huir de esa manera de la casa de la persona que más le había ayudado, quizás, en su vida? Ahora se sentía mal, casi tenía una presión en el pecho que no la dejaba respirar, pero es que tampoco quería la compasión de una extraña.

𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑜𝑡𝑜 𝑒𝑛 𝑏𝑙𝑎𝑛𝑐𝑜 𝑦 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜  {𝒋𝒖𝒍𝒊𝒂𝒏𝒕𝒊𝒏𝒂}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora