𝓬𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝟕

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 Tras recoger las cosas de la habitación del hostal, las chicas llegaron a casa de Valentina, y Juliana no pudo evitar fijarse en el enorme libro que había en la mesa del salón. Era diferente al que había la última vez que Juliana estuvo en su casa, y estaba marcado con separadores de colores hasta el final. La joven se preguntó con qué velocidad devoraba Valentina los libros, y sobre todo aquél, El mundo de Sofía. 

—Mira, este es el cuarto de invitados. Solía quedarse mi hermana cuando venía a San Francisco, ahora ya no viene.

—¿Y eso por qué? —Juliana dejó su maleta encima de la cama, observando la habitación. Tenía un armario pequeño y un escritorio, además de un espejo. Nunca había estado en una casa tan bien amueblada, casi parecía la habitación de un hotel de cadenas serias para ejecutivos.

—Está embarazada, tiene su familia —Valentina observó cómo la morena sacaba su ropa de la mochila para colocarla en el armario—. Te puedes dar un baño relajante, si quieres. Hay otro baño dentro de mi habitación. —Juliana negó rápidamente.

—Tú te vas a dar el baño, yo me voy a duchar, y luego vamos a pedir algo de cenar.

Valentina no parecía muy convencida de eso, pero cuando vio la bañera junto a la ventana llena a rebosar de agua caliente, se metió en ella sin dudarlo un segundo. Apoyó la cabeza en el borde de la bañera, y de entre sus labios salió un suspiro que pareció eliminar la presión que oprimía su pecho durante esa última época de su vida.

Su mente, por primera vez en meses, pensó en algo que no fuese el trabajo. Pensó en Eva y en sus sobrinos, en que no había tenido tiempo para tomar un vuelo de San Francisco a Los Ángeles, en que su hermana iba a tener a su primer hijo en poco tiempo y ella aún no la había visitado. Sabía que Eva no la culparía, tampoco Mateo.

Valentina tomó su teléfono móvil y marcó el número de su hermana, que no respondió, así que optó por mandarle un mensaje.

—Eva, soy Valentina. Solo llamaba para saber cómo estabas, hace mucho que no te llamo... Que no sé de ti, en realidad. ¿Cómo estás? ¿Es un niño o una niña? Nunca llegaste a decírmelo —confesó la joven con una risa triste mientras esparcía el agua de la bañera por sus rodillas, que sobresalían—. Si quieres puedo ir a verte pronto, Roger me ha cambiado el cargo, ahora ya no soy la becaria que debe encargarse de todo, ¿sabes? Pero... Supongo que ahora te interesará poco mi vida, estarás con mucho lío por el parto. Uhm... Si me quieres, estaré allí. Hasta pronto, Eva.

Valentina casi se olvidó de que Juliana estaba en su casa, así que cuando salió con el albornoz puesto y la vio en el salón con una bolsa de comida, casi se muere del susto. Juliana permaneció con bolsa de comida china en la mano, riéndose por la reacción de la rubia, que casi saltó del suelo sin tomar impulso.

—¿Val? —Decía riéndose, contagiándole la risa a la muchacha que se tapaba la cara con las manos.

—Perdóname, me he relajado tanto que... —Valentina se percató de que Juliana se había duchado y le había dado tiempo para pedir a un restaurante chino—. ¿Cuánto tiempo he estado dentro?

—Una hora, más o menos.

—Lo siento muchísimo, mmh... Me cambio y estoy contigo.

Juliana, desde el salón, parecía interesarse por el estado de la que, se podría llamar ahora amiga. Se sentó en el sofá y mientras sacaba las cajas que habían llegado, no dejó de observar aquel libro de seiscientas páginas que tanto le llamaba la atención. ¿Qué tendrían esas páginas para que Valentina las engullese de aquella manera? ¿Qué tenía la lectura que a la gente le entusiasmaba? Ella nunca lo entendió, y quizás jamás llegaría a entenderlo, porque por mucho que nos empeñemos, no todos tenemos los mismos gustos.

𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑜𝑡𝑜 𝑒𝑛 𝑏𝑙𝑎𝑛𝑐𝑜 𝑦 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜  {𝒋𝒖𝒍𝒊𝒂𝒏𝒕𝒊𝒏𝒂}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora