𝓬𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝟏𝟎

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Nota: a partir de ahora empieza lo bueno. 


Los ojos de Valentina discurrían por la hilera de focos fluorescentes que alumbraban el hospital en el que se encontraba su hermana. Nunca le habían gustado los hospitales, quizás por aquél mal recuerdo de los últimos días de vida de su madre en un hospital como ese. Los escalofríos recorrían el cuerpo de la rubia que, con paso firme, avanzaba por el pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación de Eva. En la habitación, que tenía la puerta abierta, solo se veía a Mateo sentado en una silla al lado de la cama, donde no había nadie.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó Valentina con el gesto descompuesto.

—Dijeron que tenía unos pequeños problemas y se la llevaron, están revisándola —dijo Mateo, levantándose de la silla para abrazar a Valentina, que suspiró con alivio.

—Mateo, me has asustado —se quejó dándole un golpe en el pecho, relajándose entre sus brazos, aunque su cuñado seguía estando un poco tenso—. ¿Ella está bien? —Y al hacer esa pregunta, Mateo se puso un poco serio.

—No, no lo sé. Llegamos al hospital porque vomitaba, tenía fiebre, dolor en todo el cuerpo y...

Valentina no sabía qué pensar, ni cómo reaccionar, simplemente se sentó al borde de la cama con las manos en la cara, con Mateo en frente y sus manos en los bolsillos. Ambos permanecieron en silencio, Mateo porque estaba demasiado abatido como para darle ánimos a Valentina, y Valentina porque era la persona más pesimista del mundo.

—Todo va a estar bien —dijo Valentina sin creerlo, y eso hizo a Mateo sonreír, aunque no por mucho tiempo.

El silencio de los médicos era demoledor, porque cada segundo que pasaba era una aguja que no se movía en el reloj, y ningún médico aparecía, no había rastro de Eva, no había forma de saber qué le pasaba. Se apoyaba en el hombro de Mateo, buscando un poco de refugio y consuelo, con la esperanza de que no hubiese pasado nada, pero de nuevo, ese triste y lejano silencio que invadía la sala los dejaba fríos sin saber qué esperar.

Un médico apareció al final de la sala y ambos se levantaron como un resorte para ir hacia él.

—¿Está bien Eva? —Preguntó Mateo sin esperar a llegar al doctor, que cerraba los ojos casi pidiendo prudencia.

—Eva tiene preeclampsia, tiene una presión arterial muy alta y signos de fallo renal. Lo primero que tenemos que hacer es inducir el parto, pero no les puedo decir más.

—¿Pero hay riesgo para ella y para el bebé? —Se apresuró a preguntar Valentina sin casi esperar a que el doctor terminase la frase.

—Todo conlleva un riesgo, señorita —respondió el médico con gesto riguroso y serio—. Usted puede pasar a verla —dijo señalando a Mateo, que se giró hacia Valentina.

—Ve, te necesita. —Valentina abrió los brazos para abrazarlo, y frotó su nuca como si quisiese darle toda la fuerza que en ese momento necesitaba.

Los peores presagios se amotinaban en la cabeza de Valentina, que se llevó la mano a la frente y paso las manos por su pelo de una forma casi desesperada. Aquella miraba del doctor le recordó a cómo el médico miraba a su padre para decirle que a su esposa le quedaban meses de vida. Y ahora era lo mismo, porque para Valentina, Eva había sido como una madre.

La hija mayor de los Carvajal había tomado las riendas de los dos hermanos cuando su madre murió, porque por desgracia, León no pasaba mucho tiempo con ellos, y a pesar de lo que pasaba en muchas familias, en las que el hombre era el cabeza de familia, en la familia Carvajal pasó lo contrario. Eva era la que preguntaba si ese fin de semana salían, si habían estudiado, e incluso a veces les obligaba a tomarse el zumo de naranja rápido porque se les iban las vitaminas.

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⏰ Última actualización: Mar 10, 2019 ⏰

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𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑜𝑡𝑜 𝑒𝑛 𝑏𝑙𝑎𝑛𝑐𝑜 𝑦 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜  {𝒋𝒖𝒍𝒊𝒂𝒏𝒕𝒊𝒏𝒂}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora