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Sofía Larios

Estaba nerviosa por salir con este chico porque nunca antes había salido como 'amigos' con un chico. No sabía si quería gustarle o no, no sabía si quería algo ahora mismo o no. Por una parte quería ser libre, pero por otra me aterraba estar sola. Me aterraba mucho más estar sola que intentarlo, así que allí estaba, cruzando el jardín porque en la puerta que daba al paseo marítimo me esperaba Lucas.

—¿Nos vamos? —Le dije al llegar. Milan me miraba apoyada desde la barandilla de hierro, siguiéndome con la mirada mientras se mordisqueaba el pulgar y fumaba. —Hasta luego.

Se provi le fai del male, io ti strappo il cuore. —Dijo mirando a Lucas con una sonrisa, despidiéndose de mí con la mano.

(Si le haces daño, te arranco el corazón)

—¿Qué ha dicho? —Me preguntó Lucas en voz baja mientras caminábamos hacia su coche.

—No tengo ni idea.

Lucas era un chico simpático, aunque bueno, sólo eso. Me llevó a cenar a un restaurante de Puerto Banús, pero no a los que yo solía ir, que aunque eran caros no eran alta cocina y ponían bastante cantidad. Él me llevó al restaurante Bibo, de Dani García, uno de los cocineros más famosos en España, y aunque me ofrecí a pagar mi parte de la cena, él insistió en pagarlo todo, que eran unos doscientos euros. Por lo que vi tenía una empresa de construcción que había heredado de su padre y me contó todos los detalles sobre ella. No me dejaba hablar durante la cena, simplemente me relataba lo maravilloso que era él, que su ex novia estaba loca y que tenía seis coches de alta gama distintos. Oh, y trataba a los camareros como si fuesen criados.

Por alguna razón que en ese momento no llegaba a entender, deseaba que Lucas fuese Milan. Probablemente haría comentarios graciosos sobre la comida, hablaríamos sobre política o su punto de vista de la mujer en la sociedad, o simplemente se metería conmigo y me llamaría 'pija de los huevos'. Además, estaba harta de todo aquél discurso elitista de la gente con la que me rodeaba. Es verdad que en mi familia éramos humildes y preferíamos tener una casa en la playa y estar con amigos a esta vida que Lucas me presentaba y que Carlos me quiso dar.

Al terminar la cena nos tomamos unas copas, no quise hacerle el feo, pero realmente quería irme a casa. Tenía hambre, hacía calor y deseaba poder meterme en la piscina de cabeza. Después de las copas supuse que me llevaría a casa, pero no, aparcamos delante de un chalet en la urbanización Nagüele.

—Vamos, entra. —Me dijo Lucas abriéndome la puerta.

—Preferiría irme a casa, si te soy sincera. —Le dije sosteniendo mi bolso delante de mi cuerpo.

—¿Cómo? —Frunció el ceño con las llaves en la mano. —¿Que te quieres ir a casa, ahora?

—Sí, por favor. —Volví a pedirle amablemente, y él se echó a reír.

—Te he pagado una cena de doscientos euros, te he pagado la copa, te he llevado en mi Porsche, ¿y ahora no quieres venir conmigo? —Me estaba haciendo sentir culpable, sentía que se lo debía, sentía que yo era la mala, que por eso los chicos tenían el derecho a tratarme así. Pero esta vez debía ser egoísta, quería serlo, por una vez, por mí, no me apetecía acostarme con nadie. Tener sexo era un suplicio, más que placer era un castigo.

—No, por favor, llévame a mi casa. —Él se enfadó y cerró la verja de su casa de un golpe, dejándome fuera.

—¡Sois todas unas calientapollas!

Yo no sabía qué hacer, así que hice lo único que se me ocurrió; sentarme en la acera mientras lloraba y marcar el número de Milan.

—¿Sí? —Respondió ella a mi llamada.

noches de terralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora