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Sofía Larios

A la hora de comer la mesa era un popurrí de diferentes platos; salpicón de pulpo, boquerones al limón, boquerones en vinagre, adobo, gambas cocidas, ensaladilla de patatas y naranja y además unas cuantas patatas fritas con pollo para Marcos, que estaba sentado entre Milan y yo.

—La verdad es que estoy pensando en comprarme la casa de al lado. —Dijo Mónica llevándose un trozo de pan a la boca. —Me gusta Sotogrande, pero está lejos de Málaga y es muy... Elitista.

—Sí, esto está en la costa pero hay cercanía. —Añadió mi padre, recogiendo un poco de la ensaladilla de patatas.

Marcos se había manchado la boca del aceite que llevaba el pollo y Milan, al darse cuenta, cogió una servilleta de papel y le limpió la boca al pequeño, que se reía por la forma en que ella le limpiaba.

—Milan, deja al niño, por favor. —Milan arrugó el papel cuando terminó y frunció el ceño, sin entender muy bien esta vez la reprimenda de mi madre.

—Déjala, si se ve que a Marcos le gusta estar con ella. —Afirmó mi hermana comiéndose uno de aquellos boquerones en vinagre encima de un trozo de pan. —¿Verdad, bicho?

—Sí. —Asintió Marcos contundentemente, cogiendo las patatas con los dedos.

—Es que no me gusta que se junte con mi hija. No. —Mónica miró a Milan, que seguía comiendo tranquila sin mirar a su madre. Asunción tenía tan desprecio por su propia hija que, aunque llevase ya varias semanas aquí, me sorprendía muchísimo. ¿Cómo una madre podría tratar a su hija así?

—¿Cómo que no? —Intervino mi madre, señalando a Milan. —Si Milan es un encanto con el niño, y con todos, he de decir.

—Gracias, Rosa. Pero mamá, di por qué no quieres que me acerque al niño, por favor. —Se giró hacia ella, poniendo el brazo en el respaldo de la silla que tenía al lado, que era la de Marcos. Asunción miró a su hija desafiante, con la mandíbula apretada, como ese "cállate que cuando estemos a solas te mato a palos". —A mí dime razones concluyentes.

—¡Pues porque le vas a pegar al niño eso de... De que le gusten otros niños! Y no. En esta casa ya hay suficiente contigo, tampoco quiero que esta familia sufra lo que yo. —Dio un manotazo en la mesa, casi desesperada. Milan sonreía mirando a su madre, agachó la cabeza y siguió comiendo.

—Tranquila, Mónica, no me acercaré al niño si no quieres.

—Pues claro que quiero que te acerques a mi hijo. —Respondió mi hermana con una carcajada. —A ver, Asunción, ¿usted sabe que la homosexualidad que ni es mala ni contagiosa?

—¡Uy que no! —Asunción parecía casi alterada por la indiferencia de mi hermana y yo estaba apunto de estallar en risas. Piero, el padre de Milan, negaba con una mano en la frente. —Además, ha estado intentando ligar con tu hermana.

—Yo ya no sé cómo decirle, Asunción, que su hija y yo no tenemos nada, y si lo tuviésemos no sería nada malo, porque ser homosexual no es malo. —Milan abrió la boca de par en par con una sonrisa.

—Qué fuerte, saldrías conmigo. Sabía que te gustaba. —Milan dio un golpe en la mesa en señal de victoria y apretó el puño.

—¡A la tita le gusta Milan! —Canturreó Marcos, moviendo las piernas mientras comía. Mónica escupió el vino blanco que estaba tomando y hundió la cara entre sus manos matándose a carcajadas. Yo, por mi parte, me quería morir. Estaba encendida como un hierro al fuego y noté cómo el calor me asfixiaba.

—¡No! —Me apresuré a decir negando. —¿Por qué lo entendéis todo mal? —A ese punto todos se estaban riendo excepto Asunción, a la que casi le da una bajada de azúcar.

noches de terralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora