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Milan Cavalli

Conforme Sofía se iba, mis miedos se acrecentaban. No era ni por una posible 'infidelidad', si es que se podía llamar así, ya que aún no éramos nada, era porque Sofía hace un mes era heterosexual, salía con un chico, su entorno no era exactamente un ejemplo de mente abierta e inclusión. A esto se le sumaban sus amigas.

Las amigas de Sofía, esas chicas que habían sido mis 'compañeras' de instituto durante seis años enteros. Esas chicas que difundieron el rumor de que yo iba tocándoles el culo por las escaleras, que las tocaba debajo de las faldas y que intentaba abusar de ellas. Con veintisiete años podría perdonar que me llamasen bollera, marimacho, machorra, camionera y todas esas burradas que me llamaron durante el instituto, pero ¿acusarme de todo eso con dieciocho años cuando ya no eran unas niñas? Eso me rompía por dentro. Me rompía por dentro pensar que la gente me recordaría así, como la lesbiana que abusaba de sus compañeras porque era una enferma.

Entonces, sabiendo esto, si Sofía les contaba lo nuestro, comenzarían a decir cosas como "¿estás con una chica?" "Y estás con Milan, yo no te digo nada, pero en el instituto nos tocaba a todas..." "¿Estás segura de que te gusta eso? No sé, pero si nunca te han gustado y ahora sí, eso es raro..." "¿De verdad no te da asco?", y entonces, esa mente de Sofía, asustada, regresaría de Cádiz, me diría que había sido un error, que sólo estaba confusa y que esto no era real. Ya podía escuchar sus palabras, diciéndome "lo siento, Milan, pero esto ha sido algo tonto".

... Todo esto, en el supuesto caso de que Sofía les contase algo de lo nuestro.

*

Sofía Larios

Estar con mis amigas era como volver a cuando tenía 14 años y era libre. Podía hacer, comer, vestirme y decir lo que me diese y como me diese la real gana. Íbamos camino de Cádiz con la música puesta a todo volumen, las ventanas abiertas mientras cantábamos y reíamos juntas. Qué recuerdos me traía aquello, de cuando aún era feliz, de cuando aún no conocía lo horrible que podía ser la vida.

Llegamos a Sancti Petri, y aunque tardamos un poco en encontrar nuestro hotel, por fin llegamos. Compartíamos habitación de dos en dos, y aunque llevábamos años sin vernos, no se me hizo extraño compartir habitación con Alba, la que era mi mejor amiga entonces.

-Oye, Milan y tú os lleváis muy bien ahora, ¿no? –preguntó con las cejas juntas mientras colocaba su ropa en el armario.

-Sí –admití poniendo mi maquillaje en el baño-. Nunca me llevé mal con ella. Es decir, tampoco bien... No nos hablábamos –Salí del baño y me senté en la cama con un suspiro.

-No sé cómo ha venido a traerte –Sacó uno de sus bikinis del armario y me miró-. La puteamos muchísimo en el instituto.

-Lo sé, y me odiaba al principio del verano cuando nos volvimos a ver, todo por vuestra culpa, ¿sabes? –Y, aunque esperaba una risa ante mi broma, Alba no rio, sino que desapareció para ir al baño. No entendí muy bien su reacción, pero tampoco le di mucha importancia.

Comimos en el restaurante del hotel casi hasta hartarnos, pues era buffet libre y ellas querían aprovecharlo todo. Incluso Susana probó un poco de marisco que, cuando éramos pequeñas, odiaba con toda su alma.

-Oye y... ¿Esa amistad con Milan? –Volvió a preguntar Carmen de camino a la piscina. No había mucha gente, ya que aquél hotel era bastante caro. Yo puse la toalla en la hamaca, que estaba dentro de la misma piscina.

-¿Algún problema con eso? Os veo muy alarmadas –reproché tumbándome en la hamaca con mala gana, poniéndome las gafas.

-No, solamente me sorprende después de todo lo que le hicimos. Y que además tenga el valor de venir a traerte... -Me quité las gafas tan rápido como me las había puesto y me senté en la tumbona.

noches de terralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora