PRÓLOGO

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—Espero que puedas adaptarte a la ciudad, cariño

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Espero que puedas adaptarte a la ciudad, cariño.

—Tranquila, mamá. Estoy segura de que todo saldrá bien, ¡Seúl es maravilloso!—con el móvil pegado a su oreja, cargó la caja hacia su nueva habitación, dejando esta sobre la cama, al otro lado de la línea su progenitora no detenía sus palabras llenas de preocupación— Claro, comeré bien, y me cepillaré los dientes cada noche. Te amo.—alargó sus palabras con cariño— Adiós. —tras escucharla despedirse, colgó la llamada y se avanlanzo sobre las colchas.

Entendía la preocupación de la mujer, después de todo irse de su ciudad natal repentinamente no fue una decisión que ambas hayan tomado. Pero su llegada a Seúl era más importante de lo que todos pensaban, quiso probar un nuevo ambiente, y para eso, tenía que dejar su hogar en Ilsan, a su hermano mayor y a su querida madre, quien siempre la protegía de cualquier mal. Tenía veinticinco años, ya no podía seguir en su casa, así que busco nuevas ofertas de trabajo, y ahí estaba. Los nervios la carcomian, pero la emoción era más fuerte que cualquier otra cosa.

Acostada boca arriba, observó el techo blanco. Era un lindo piso, algo pequeño, pero acogedor, se permitió irse un poco de su presupuesto inicial para evitar estar en una zona peligrosa de la Capital; no quería causarle preocupación a nadie, por lo que le pidió un poco de dinero a su hermano mayor, este acepto rápidamente, solo para el bien de su pequeña. Sinceramente, no sabia que tan protegida estaba, pero prefería pensar que lo estaría pagando más dinero. Los alquileres de Seúl era realmente costosos.

Con un suspiro saliendo de sus labios volvió a levantarse de la cama, habían muchas cajas con sus pertenencias espacidas por todo el departamento, si no ordenaba todo antes del lunes –pasado mañana– llegaría a un colapso nervioso. Todo en su vida necesitaba estar en un perfecto orden, era organizada con incluso lo más mínimo.

Guardo su ropa en el armario de la pared, luego procedió a limpiar los muebles en un intento de que brillarán a más no poder. Estuvo de esta forma las siguientes tres horas, hasta que anochesio y su timbre fue tocado. Sorprendida, sin esperar que incluso en su primer día alguien ya la buscará, corrió a la entrada, estando en su cómoda camisa de Queen y unos shorts degastados negros, arregló un poco su cabello para abrir la puerta.

—¡Hola!—una señora de mayor edad fue lo que vio, con una enorme sonrisa en su rostro.

—Buenos días.—saludo, inclinándose, en ese momento pudo ver algo en las manos de la contraria, traía un pastel de arroz.

—Que educada eres.—rió— Como bienvenida al edificio he decidido traerte esto.—extendió la tarta en su dirección, agradecida la tomó sin creerlo, estaba hambrienta— Espero que te guste, la hice yo misma.

—Oh, no debió molestase...

—Min SuYeon, vivo en frente.—señaló la puerta del otro lado.

—Yo soy Kim ChanMin, vengo de Ilsan.—se presentó— Muchas gracias por el pastel, no pensé que en Seúl también conservarán esta tradición.

—¡Claro que sí! O por lo menos yo, vengo de Daegu, y me encanta recibir a los nuevos vecinos con algo, es por cortesía.

Verla le recordaba completamente a su madre, tan sonriente y dulce como ella. Aunque físicamente fueran bastante diferentes, el carácter era ciertamente parecido, la Señora Min ya se había ganado su corazón sin intentarlo. Habló unos minutos con ella hasta que tuvo que marcharse con la excusa de cocinar para su pequeño hijo, ChanMin se despidió tras volver a agradecerle y camino a la diminuta cocina del lugar. Dejó el pastel sobre la mesada, recogió una cuchilla, tan filosa que hasta quiso temblar al verla, en un mal movimiento su dedo podría terminar rebanado. Pero no sucedió, en cambio, recibió un poco de pastel.

¡Delicioso! Su paladar había sido bendecido.

Su felicidad no duró mucho, porque más tarde debía volver a sus tareas. Cansada recordó que no tenía mercadería para cocinar al día siguiente, así que con toda la pereza que llevaba, tomó un poco de dinero y salió del departamento, era algo tarde, puede que las once, pero si no lo hacía ahora, mañana tendría mucha hambre como para continuar el día. Tenía suerte de estar cerca de una tienda de convivencia, caminó solo un poco para comprar lo necesario y volvió al edificio, tenía miedo de andar sola en esa noche tan fría, pero sabía que en la Capital el índice de robos era casi nulo.

Cuando subió al ascensor algo en ella se estremeció, no sabía porqué, pero cada vello de su piel se erizo. Fue a la puerta de su hogar y seleccionó el código de acceso, miedo perforó sus huesos. Era, tal vez, un mal presentimiento.

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