Prólogo

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Hedd Maktyar tenía una vida tranquila, y de eso no cabía duda.

Se levantaba todos los días a las 4 de la mañana para empezar su rutina, preparando una taza de café con leche y una barra energética para así sobrevivir al resto del día; luego de cocinar el desayuno y dejarlo servido para su hermana menor, quien tenía 15 años, y su Madre de 52, se bañaba y alistaba para partir a lo que vendría siendo su rutina laboral como profesor, llegando a la universidad en la que impartía clases a las 8. No era especialmente un profesor querido, pero tampoco podía decirse que era uno odiado; su materia, historia, era algo que le apasionaba lo suficiente como para no querer morir al estar trabajado.

Luego de llegar de su trabajo a las 6 pm, preparaba la cena y se sentaba en su escritorio para empezar a ordenar su trabajo, corregir las pruebas y revisar la planificación; no era hasta las 8 pm que se desocupaba y lograba ver durante 2 horas sus series animadas, leer cómics, algún libro de fantasía y tener un tiempo a solas que disfrutar con algún videojuego, antes de irse a dormir a las 10.

Algunas veces, cuando lo que veía cumplía cierto nivel, llegaba a quedarse hasta la medianoche viéndola, pese a odiar su decisión al despertar luego de las 4 horas de sueño.

No resaltaba lo suficiente como profesor, pero era querido por varios. Su aspecto también estaba muy entre el promedio, con una altura que a duras penas llegaba a 1.75 y el cabello negro, peinado hacia atrás para mantener cierta elegancia. Lo más resaltante en él era su barba y su rostro un poco por encima del promedio en cuanto a atractivo, y aún así era sencillo perderlo entre la multitud.

Cada fin de semana se reunía con algunas de sus amistades, las cuales venían desde la escuela media, además de centrarse en escribir por chats y soltar un poco de su frustración en el anonimato, detrás de un avatar.

En pocas palabras, era una persona fácilmente olvidable. Un personaje de relleno al que nadie podría recordar como alguien impresionante.

Vivía atrapado en una rutina en la que ya llevaba 3 años. Soltero desde hacía 8 años por razones que ni él mismo comprendía, ya Hedd había perdido cualquier rastro de interés en ese tema, sumiéndose en una vida oculta plagada del vicio hacia los dibujos animados.

Y ahora...debería seguir con su vida, con un día nuevo al que enfrentarse.

La mañana empezó tal como cualquier otra, con una tonada militar que le daba ánimos a cualquiera gracias al dolor en los tímpanos que provocaban esas trompetas. Tomó su teléfono por inercia y deslizó su pulgar para detener la alarma; por alguna razón aquél dispositivo se había sentido más grande que de costumbre, pero su cerebro prefirió obviarlo y pasar a la siguiente tarea, que era abrir los ojos y poder mantenerlos abiertos.

La anterior noche había preferido quedarse viendo unas películas animadas que al final no fueron tan buenas, por lo que acabó sintiéndose estafado. A duras penas pudo pegar el ojo por un leve dolor de cabeza que sintió, pero finalmente sucumbió al sueño y logró descansar.

Aún así, se sentía bastante más descansado que otros días.

Su habitación era bastante amplia, pero sencilla en términos de pintura y decoración, aunque contaba con todo lo necesario para alguien que le gustaba la tecnología. Una cama matrimonial, un televisor de 42 pulgadas pegado a la pared, con varias consolas colocadas en una mesa bajo de éste, y una computadora de última generación con su respectiva silla y audífonos. En una esquina se encontraba un gran escritorio donde habían muchas hojas apiladas y ordenadas, siendo el papeleo que le tocaba por dictar tantos cursos.

A un lado de la cama se encontraba una mesita de noche con un espejo que utilizaba para ver de cerca su barba y juzgar si debía recortarla.

«Agh, ¡es hora de empezar el día!» Pensó tratando de darse fuerzas.

Desperté como... ¡¿Una reina demonio?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora