—Este es el ropero de las visitas —dijo Marianela conforme Octavio llevaba la última maleta a su cuarto repleto—, pero no puedes usarlo.
Ahora veintitrés personas durmiendo bajo el mismo techo y solo cuatro pizzas, los más pequeños habían decidido rebelarse contra los adultos, tomando la cocina a fin de evitar "morir de hambre". Escuchaban las voces, sus hermanos y resto de sus primos corriendo por los pasillos.
—¿Tampoco puedo usar este? —Octavio arrojó sus cosas junto a un colchón aplastado, su nueva cama.
—Oh, por mis estrellas, ¡por supuesto que no! —gritó una chica de la nada, apareciendo de la nada y corriendo frente al armario—. ¡Este es intocable! ¿No ves lo que está en juego?
Sin esperar respuesta, abrió las puertas, revelando un enorme vestido pomposo de color rojo fresa, degradándose a un tono más claro. Poseía varias capas que a duras penas cabían en el mueble, junto a unos tacones enormes que le hicieron creer al chico que alcanzaría la luna. Muchas cajas de maquillaje permanecían en orden en la parte superior del ropero, de las cuales no conocía la mayoría de productos.
—¿Escogiste ese color por San Valentín? —preguntó Octavio; una sonrisa se le formó en el rostro, creyendo que su regalo combinaría a la perfección.
Marianela negó, explicando que todo era idea de su madre. La chica nueva lo miró con desdén, su vista subiendo y bajando de forma acusadora, una indirecta sobre su no deseada compañía.
—¿Y tú eres? —Trató de alegrar el ambiente, sin éxito—. ¿Eres una prima perdida?
—Sexto, ella es Julieta, mi mejor amiga —dijo Marianela, sonriente—. Sus padres no podrán llevarla el jueves a la fiesta, por lo que decidieron dejarla acá toda la semana.
—Allá afuera es el caos. Si movemos el vestido, los monstruitos que tiene como hermanos lo destrozarán.
Los niños corrieron frente a la habitación, una caja de pizza ahora siendo de su propiedad. Pasaron sin prestarles atención, al poco tiempo el tío Florencio y la abuela haciendo acto de presencia, persiguiéndolos.
—Oh, lleva la chancla —susurró Julieta mientras señalaba su mano—. Esto va en serio.
Marianela cerró la puerta en un esfuerzo por disminuir el volumen de los gritos de euforia del padre de Octavio y del suyo, entretenidos en el viejo álbum familiar.
—¡Si me pierdo el nuevo capítulo de Amor vampírico en la secundaria sentirán el poder de la chancleta! —Escucharon a la anciana, sin prestarle atención.
Octavio suspiró, ahora molesto con sus padres por haber viajado antes de tiempo. ¿Qué importaba que vivieran al otro lado del país? No era nada que un avión no resolviera. Escuchó a su prima y su mejor amiga conversar, él limitándose a sentarse en el viejo colchón con olor a polvo.
—Todo está cubierto; el hotel Armonía ya confirmó el arribo de las decoraciones; el vestido sobrevivirá una semana más y... —Ambas voltearon a verlo, como leones encontrándose con un trozo de carne—. Y tenemos a los chambelanes.
—No voy a hacer eso —dijo de inmediato, su rostro pálido—. Odio bailar...
Su voz fue interrumpida por los grititos de las chicas y los saltos descontrolados de Julieta. No paraba de repetir el mismo nombre, llegando al punto de empezar a bailar un vals improvisado.
—¿Estás segura que invitaste a Julián, no? —Reía como boba, Octavio debiendo quitarse de su colchón para no ser pateado—. Oh, ese hombre será mío.
Marianela asintió, aunque hiciera una mueca de desagrado. Miró a su primo, perdido en la charla.
—Julián es mi mejor amigo y amor platónico de Julieta desde los siete años. Nuestra misión, Quinto, es juntarlos durante el vals y obligarlos a bailar juntos.
El chico quiso quejarse, pero no pudo lograrlo. Unos cuantos sonidos provenían de la caja que portaba, robando toda la atención de su prima. Sonrió, por fin capaz de entregarle el obsequio.
—Prima Marianela —comenzó, ambas chicas rodeando la cama—. No sabes lo mucho que mamá y papá están agradecidos con la invitación, por lo que trajimos un regalo según dicta la costumbre. Quisiera dártela antes que se asfixie.
La caja se movió debido a los gritos de los niños y los ladridos. La mencionada mantuvo sus ojos fijos en el cartón, con estrellas en las pupilas.
—Nacida de un linaje fino, nutrida con los mejores granos... —dijo él, a lo que ella se carcajeó. Tardó un poco en recuperar la compostura, bajo la mirada irritada de Octavio—. Y poseedora de los mejores colores. ¡Feliz cumpleaños!
Levantó la manta de golpe, el silencio rodeándolos un momento. Julieta fue la primera en dar un vistazo, antes de retroceder con sorpresa. El chico sonrió con satisfacción. No pudieron decir lo mismo de Marianela, quien permaneció en silencio un instante.
Una enorme gallina roja la miraba con indiferencia, cacareando y caminando por toda la caja. Un olor curioso se apoderó del cuarto, esa extraña mezcla que ella solo había sentido en casa de su primo, cada vez que volvía de recolectar los huevos.
—Se suponía que iba a intercambiarla por un perro, pero me obligaron... digo, me pareció buena idea dártela como regalo de quince años. ¡Ya eres toda una mujer, como diría mamá!
Marianela volteó a verlo de forma lenta, procesando las palabras una por una. Él extendió ambos brazos, tendiéndole un collar. Un collar para una gallina.
—Se llama Rigoberta —finalizó con una sonrisa—. ¿Te gusta?
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Mi gallina rosa
HumorLos quince de Marianela están a una semana de realizarse, justo a tiempo para celebrar San Valentín. Con las decoraciones listas, el pastel y el vestido guardados bajo llave, el acuerdo con sus hermanos de comportarse y la invasión de la familia a s...