La señora Rojas se había adueñado de uno de los dos baños disponibles, creando un caos con el resto de invitados. El tío Florencio corría por toda la casa, buscando el zapato que el perro había escondido. Los primos y hermanos de Marianela no estaban vestidos todavía, sentados en el patio.
A unas horas de la fiesta, todos estaban más ocupados que la misma cumpleañera. Las tías se habían encargado de guardar el vestido, los zapatos y el maquillaje en el auto, sin tener idea de dónde podría estar la quinceañera.
Marianela regresaba de pasear a Rigoberta, cargándola en sus brazos y siendo abofeteada en el rostro por sus alas. En un intento de criarla como era debido, había comprado un libro sobre cómo entrenar a una mascota. El problema era que no existía un manual para las gallinas, por lo que se había decidido por el de perros; no creía que fueran tan diferentes.
Había olvidado el día por completo, enfrascada en su nueva responsabilidad. Luego de evitar que se volviera la cena y de haber leído el manual dos veces, estaba segura de que hacía un gran trabajo. No fue sorpresa para Julieta que cincuenta llamadas más tarde, ella por fin contestara, debiendo correr si pensaba llegar a su propia fiesta.
El transporte público estaba más lleno de lo habitual, aunque eso no evitara que repararan en la adolescente con una gallina. Ella mostró a su hija plumosa con orgullo, sacando la lengua a todos los niños que la señalaban.
Llegó al hotel de forma apresurada, sin saber qué hacer con Rigoberta. ¿Podría dejarla en la habitación que alquilarían sin peligro a ser descubierta? No perdería nada con intentarlo.
En cuanto entró a la suite, se encontró a Octavio, Julieta y su abuela, ensimismados en la televisión. Reconoció la novela de inmediato: Amor vampírico en la secundaria. Barnaby robaba el escenario; el introvertido y sexy vampiro que no solo lideraba las encuestas como el preferido, sino que además, su abuela pertenecía a su grupo de fans.
Se sentó junto a su gallina, su cacareo incesante volviendo loca a Julieta. Para aumentar el drama, era el final de temporada, momento en el cual la protagonista debía aceptar o rechazar conocer a la familia de su compañero de biología.
La pausa comercial apareció a los dos minutos, la mujer suspirando con fuerza.
—¿Cómo estuvo tu paseo, prima? —preguntó Octavio, comiendo un trozo de chocolate—. En todos mis años de experiencia, jamás imaginé que una gallina tendría esos cuidados.
—Deja de comer o tendrás más bultos que los Andes, Cuarto —dijo ella.
—¡Que mi nombre es Octavio!
—¡Bueno, Tercero entonces!
La abuela los calló, el anuncio llamando su atención. Los edificios de su ciudad se adueñaron de toda la pantalla, reconociéndolos inmediatamente como los del centro. De hecho, estaban a una cuadra del hotel donde sería la fiesta.
—Durante dos días, Vladimir Leboeuf, mejor conocido por interpretar a nuestro amado Barnaby, estará de visita por la ciudad como un evento de San Valentín; no te pierdas la oportunidad de encontrarte con el dulce bombón de la serie juvenil del año.
La abuela tuvo un pequeño momento de fangirleo, interrumpido por los gritos de la madre y hermanos de Marianela. Presa del pánico, corrió hacia la cama, ocultando a Rigoberta debajo.
—¡Marianela Renata Rojas de la Fuente! ¿Dónde habías estado?
—Estaba con Rigoberta —dijo la chica, sonriendo—. ¡Llevándola a su paseo diario!
El rostro de la mujer se paralizó un momento, analizando las palabras. Se limitó a jalar a su hija, las tías y primas vistiéndola y maquillándola para la ocasión. Pronto estuvo vestida con su pomposo vestido rojo, junto a aretes y collares que combinaban. Dio unas vueltas frente al espejo, con una expresión perpleja.
—¿Qué sucede, hija? —Su madre la observó con miedo—. ¿No te gusta el vestido?
—No puedo creer lo hermosa que soy —dijo la chica, admirándose—. Me amo.
Por fin bajaron a la fiesta, donde las personas empezaban a reunirse. Vio a su padre charlar con la abuela y algunos de sus tíos, pero no vio ni a sus hermanos ni a Julieta. Necesitaba su apoyo en esos momentos, aunque no fuera a admitirlo.
—Entraré primero para presentarte —dijo su madre—. Así harás tu gran entrada, ¿bien?
La chica asintió con emoción, viendo a su madre desaparecer por las puertas. Escuchaba la música de la banda sorpresa y las risas de los invitados.
Por esto mismo es que no le puso atención a los gritos del lobby hasta que vio una gallina roja picoteando al bombón de Vladimir.
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Mi gallina rosa
HumorLos quince de Marianela están a una semana de realizarse, justo a tiempo para celebrar San Valentín. Con las decoraciones listas, el pastel y el vestido guardados bajo llave, el acuerdo con sus hermanos de comportarse y la invasión de la familia a s...