-Ya está atardeciendo. ¿Dónde se habrá escondido ese pequeño duende?-
Un niño menudo de catorce años que bien habría pasado por doce caminaba por un trecho de playa del color de su pelo y de la nube de pecas que tenía por mejillas y nariz. Vestido con camiseta y vaqueros, iba descalzo, con las zapatillas en la mano.
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El chico, que se llamaba Menma Namikaze, caminaba lentamente, con la mirada vagando ora por el mar, ora clavada en sus pies y la arena roja que se le colaba entre los dedos desnudos. Era sábado por la tarde.. Solía pasar ese día en la playa, entrenando, montando en bici por el terraplén o jugando con su hermano menor, como ahora mismo estaba haciendo.
-Me siento un poco cansado-
Le dio un puntapié a la arena, se dejó caer, se sentó de cara al mar y guiñó los ojos contra un sol salino, con alguna que otra nube de algodón cortando el cielo naranja. Alargó los brazos y hundió los dedos en la arena, como el que se aferra al mundo. Cerró los ojos y escuchó el sonido de las olas.
Una sensación peculiar.
-Hermano..-
Menma se levantó, se sacudió la arena de los vaqueros y miró de reojo a un niño de seis años. Eran casi iguales. Las únicas diferencias eran que el niño tenía el cabello rubio y marcas de bigotes en las mejillas.
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-¿Por qué has dejado de buscarme, Menma? ¿Ya te cansaste de jugar a las escondidas?-
El pelirrojo negó con la cabeza mientras se ponía las zapatillas -No, ya es hora de regresar a casa, los abuelos se preocuparán si no llegamos antes de que oscurezca-
El niño infló los mofletes y apretó los labios. Menma reprimió una sonrisa que no era de burla sino de ternura. Se puso en cuclillas y acarició el cabello puntiagudo de su hermano menor. -Te prometo que mañana vendremos aqui de nuevo a jugar-
-¿De verdad?-
-Sí, jeje, te lo prometo, Naruto- Encorvó el dedo meñique -Juramento de meñiques-
