CAPÍTULO 3

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Harry no podía con la vergüenza que sentía en ese momento. Había sentido como si toda la sangre de su cuerpo se agolpara en su cara, había abierto la boca sin saber que decir y se había desaparecido.

Patético.

Probablemente había arruinado su amistad con Hermione y la posibilidad de llevarse bien con Malfoy en un futuro. No es que quisiera llevarse bien con él, pero de todas maneras lo había arruinado.

—Entonces, ¿debería pedir disculpas, o espero que no se hayan ofendido?

Harry tomó el café que le quedaba en la taza de un trago y el pelirrojo frente a él pareció dudar unos segundos. Luego de la guerra, la relación entre los Weasley y Harry no hizo más que crecer y fortalecerse. Pero George se había ganado un lugar particularmente especial en la vida de Harry. Había comenzado cuando Harry se había disculpado con George por Fred. Habían pasado esa tarde abrazados recordándolo, contando anécdotas y llorando su pérdida juntos.

Desde aquel momento, Harry y George se volvieron más unidos. Acostumbraban tomar café juntos en un negocio muggle y hablaban de sus problemas. Había ocasiones en las que Harry le contaba a George las cosas incluso antes que a Ron o a Hermione.

Finalmente, George contestó.

—Bueno, conociéndote, supongo que vas a terminar saliendo de esta situación de alguna manera. Ya sabrás que hacer. Al fin y al cabo, eres El Niño que Vivió, ¿no?

Harry lo miró intentando decidir cómo tomarse las palabras de su interlocutor.

—¿Se supone que eso es un consejo?

George bebió tranquilamente lo que quedaba de su capuchino antes de responder. Fueron unos segundos en los que Harry se desesperó y empezó a pensar en la mejor manera de desaparecer del mapa.

—Son palabras de aliento, estilo George. No me presiones tanto, tal vez en algún momento se me ocurra un buen consejo pero, por el momento, tengo que volver a casa. Ya sabes como son las cosas con nosotros, si no llegas a tiempo, no comes.

Dicho esto, George puso la mitad del dinero de lo que habían consumido en la mesa, dejó un beso fraternal en la frente de Harry y salió del local.

«Weasleys— pensó Harry— nunca cambiarían»

—⭕—

Ron había llegado al departamento más temprano que de costumbre. A esas horas, Harry todavía estaría con George en el trabajo.

Nunca lo admitiría en voz alta, pero había sentido una oleada de celos cuando Harry y su hermano habían empezado a trabajar juntos. Sabía que no tenía sentido; eran su hermano y su mejor amigo (que también contaba como un hermano para Ron), pero sentía que su relación con Harry ya no era la misma.

Apartó esos pensamientos y rodó los ojos. Aún no entendía como encender la televisión, aquel aparato muggle que transmitía imágenes en movimiento. A decir verdad, no entendía cómo funcionaba casi ninguna de las instalaciones del departamento.

Decidió salir a caminar. Eso siempre lo ayudaba a pensar mejor. Tal vez pudiera contactarse con Hermione para cenar juntos. O sea, los tres, el Trío de Oro. Algo como en los viejos tiempos. No era que quisiera tratar de tener una relación de pareja con Hermione. Ya lo habían intentado y habían descubierto que no congeniaban como una pareja, sino como amigos, quizá incluso como hermanos.

Sus pasos lo llevaron al Caldero Chorreante. Podría pedir algo de beber y tal vez firmar algún autógrafo (le hacía bien a su autoestima ser reconocido como un héroe de guerra), o bien podría caminar por los callejones Diagon y Knockturn. Probablemente debería optar por la segunda opción, tenía órdenes de revisar un par de tiendas que podrían estar vendiendo sustancias peligrosas.

Trataba de dejar de lado los prejuicios, pero no le sorprendería que esas tiendas fueran dirigidas por antiguos mortífagos.

Vio a Hannah Abbott, la administradora de la taberna y se acercó a la barra a saludarla.

—Buenas tardes Hannah.

—Ron, ¿te sirvo algo?

—Por ahora no, voy al callejón. El trabajo de los aurores nunca termina.

Una sonrisa ladeada se dibujó y desapareció rápidamente de los labios de ella.

—Ya conoces el camino —dijo Hannah, como dándole un permiso que Ron no necesitaba, pero que siempre buscaba —la chimenea y la entrada al callejón están a tu disposición.

Caminó hasta el callejón. Tenía varias tiendas que revisar y no era particularmente un fanático del trabajo, pero sus pasos lo llevaron por el camino largo.

Recorrió el Callejón Diagon hasta el final. Se detuvo un rato mirando las nuevas escobas deportivas, las pelotas de quidditch y los libros sobre el quidditch. Tenía ganas de entrar en la tienda, aunque no figurara en su lista de sospechosos.

«Después— se dijo—, ahora tienes una responsabilidad» 

Siguió caminando por el callejón y entró en el Knockturn. Revisó su lista: Borgin y Burkes figuraba subrayada, y las letras estaban hundidas en el pergamino; no le sorprendía que fuera mucho más urgente que las demás tiendas.

Al llegar a la tienda, no notó nada inusual. Sí, era un lugar escalofriante, pero así era siempre. No había razones para sentir más miedo de lo usual al ingresar en cualquier lugar que tuviera que ver con el ya derrotado Lord Voldemort.

Lo recibieron el frío y la penumbra, las únicas fuentes de luz eran unas velas en candelabros de manos humanas.

—¿En qué puedo ayudarlo... —la voz que se escuchó detrás del mostrador le sonaba familiar, y es que el hombre que Ron juraría que no estaba ahí cuando había entrado en la tienda era nada más y nada menos que Blaise Zabini, su antiguo rival de Hogwarts, que lo miraba sonriendo casi burlonamente —señor Weasley?

—Auror Weasley, —empezó haciendo su clásica presentación— vengo de parte del Ministerio de Magia y tengo órdenes directas del Ministro de registrar este local e interrogar a sus dueños.

Zabini apretó los labios y una expresión de desagrado cruzó su rostro. Luego lo miró inexpresivamente.

—No soy dueño de Borgin y Burkes, Weasley, le estoy haciendo un favor a una amiga, y no puedes tocar nada hasta que ella llegue.

—Puedo interrogarte a ti, estás en el lugar indicado, y si no eres encargado de la tienda, de todas formas eres un testigo.

—No puedes interrogarme acerca de la tienda sin la dueña presente. Y no pienso decirte nada.

Ron suspiró. Estaba intentando no insultar al Slytherin, pero Zabini no se lo estaba poniendo nada fácil.

—Zabini, tengo órdenes de arrestar a cualquiera que se interponga en la investigación y permiso para usar Veritaserum o hechizar a los que eviten que el Ministerio avance. No quiero hacerlo, pero necesito que respondas algunas preguntas con la verdad.

Zabini no sabía qué pensar, podría estar en su casa en este momento, disfrutando de los lujos que había heredado de su madre, pero justo ese día tenía que lidiar con un auror, y no cualquier auror, sino que Ron Weasley, una persona de su pasado —entre muchas otras— que preferiría dejar atrás.

—Está bien, hagamos esto —decidió, —pero que sea rápido.

Nuevas Oportunidades || Drarry/HarcoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora