Del infortunio, al paraíso.

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En ese lugar, donde el sol parecía ser más grande y mucho más cálido, habitaba una amplia gama de colores, los cuales provenían de una extensa y surtida vegetación, cuyos frutos y flores eran meticulosamente cuidados por un hombre bronceado y solitario, quien prefería ser la compañía de sus cosechas, sus árboles y el conticinio por las noches. Nunca planeó formar una familia, pues siempre creyó que su auténtica manera de ganarse la vida no sería lo suficientemente atractiva para las mujeres de su época. Mantenía siempre sus manos llenas de tierra húmeda en busca de nuevas cosechas, poco a poco las almacenaba en su vieja cabaña, tan sencilla como él; bañada en sol cada mañana, con el suelo rechinante y con pétalos de alguna flor que quizás se deshojó mientras intentaba adornar los solitarios rincones de aquél hogar.

Tal vez en su mente nunca intervino la espléndida idea de tener a una mujer consigo cada día de su vida, pero vaya que sí la imaginaba un poco. No creía en la perfección humana, pero anhelaba que fuese alguien a quien le gustase reproducir su oxígeno y su propio alimento, sin preocuparse por llevar las manos sucias y su frente envuelta en sudor espeso bajo el sol.

Un buen día, tras vender numerosos frutos y legumbres; recibió una inesperada visita. Era un chico joven, sosteniendo entre sus manos una caja sin etiquetas ni ataduras. Mientras el chico se presentaba, aceptaba eufórico una bandeja de uvas que el señor le tendía. Charlaron unos pocos minutos y logró entender que se trataba de un auténtico vendedor.

-Si aceptas cuidar y criar a estos halcones, mi viejo amigo, no te arrepentirás- Comentó el vendedor, mientras degustaba las voluptuosas y dulces uvas verdes.

-¿Halcones?- Preguntó asomando su rostro dentro de la caja -No he tenido mucha experiencia con ellos.

-Oh, aún no te alarmes; están recién nacidos-. Apartó suavemente la caja y sonrió reprimidamente.

Posteriormente, el joven le ofreció consejos para la domesticación y sus cuidados. Aquél hombre aceptó esa nueva responsabilidad y permitió que los días pasasen sin preocupaciones.

Las cosechas y la nueva responsabilidad con los futuros halcones, parecía avanzar exitosamente. Incluso con la soledad a flor de piel, este hombre se sentía más acompañado que nunca; la naturaleza la representaba como vida pura, como el corazón de Dios y el suyo. Amaba a la naturaleza y amaba reproducirla a su alrededor, pero no alcanzó a ser tan perfecta como cada día la observó. Esa temible cara del mundo acababa de llegar; la sequía.

-¡Oh, mi Dios!- Vociferó con temor, tras caminar vacilante sobre la arena seca.

Y así ocurrió, poco a poco las flores perdieron sus suaves y elocuentes pétalos de colores, las frutas dulces dejaron de nacer y la superficie comenzó a tener grietas. El hombre mantuvo en su almacén las últimas frutas y hortalizas. A pesar de que su grupo de halcones ya adiestrados desprendían aires de fortaleza y protección, poco a poco murieron al notar la escasez alimenticia.

Luego de no soportar más aquél paisaje vacío y sin gracia, el hombre tomó sus pocas pertenencias temblorosamente. Debía marcharse cuanto antes o él también moriría. A punto de dejar todo atrás, incluyendo su acogedor hogar, se topó con uno de los halcones que había criado anteriormente y lentamente se aproximó a sus pies desgastados.

-¿Por qué aún estás aquí?- Preguntó al halcón entristecido -Tú tienes alas fuertes para marcharte lejos de aquí. Debes irte porque ya no puedo alimentarte como antes.

La mirada de aquél hombre era abatida y cristalina. Arrastró su maleta sobre la vieja madera de la sala, dejando atrás al halcón que lo detenía con su pico. Sin embargo, no se detuvo hasta salir al aire libre. Miró con profunda decepción al cielo tras un suspiro duradero y luego dibujó mentalmente la ciudad que lo esperaba. El aleteo del ave rompió el delgado silencio que habitaba en las hectáreas. Voló rápidamente sobre el hombre, adentrándose al seco y triste cielo que comenzaba a reflejar el arrebol. El ave aleteó de prisa, observando con detalles cada nube que rozaban sus alas negras y al darse cuenta que el hombre lo observaba extrañado ante sus piruetas en lo alto, sacó de sí sus garras y las afiló amablemente; con tan sólo un ligero movimiento, el cielo se rasgó como suave papel de seda. El hombre estupefacto corrió lo más lejos posible, sin lograr asimilar lo que sus ojos acababan de apreciar, el halcón bajó de prisa hasta llegar a él para detenerlo con sus suaves alas. En lo más profundo de aquél cielo roto se escuchó un débil y misterioso trueno. En cuestión de minutos procedieron a dejarse caer grandes y transparentes gotas de agua, cada una muy de prisa, como si un diluvio se aproximase.

-Pero... ¿Qué hiciste?- Preguntó el hombre con ambas manos temblorosas sobre su pecho -¿Dañaste el cielo?.

La lluvia era tan fuerte, que aquél hombre sentía cada gota como una bala proveniente de las nubes. Se encontró obligado a dejar aquél lugar atrás y alojarse en la ciudad... Esperaba retomar su antigua vida y su exquisita cosecha que ahora estaba perdida.

•Meses después•

El hombre, acompañado de su halcón quien fue a buscarlo en la ciudad, volvieron con incertidumbre hasta las viejas hectáreas donde habitaba su antiguo hogar. Pero se sorprendió enormemente al ver lo que tenía ante sus ojos; un enorme y profundo lago transparente. A un costado reposaba un pequeño bote, el halcón lo tumbó dentro y el hombre comenzó a remar.

-No sé por qué sigo remando, si tengo la certeza de que mi cabaña desapareció y mis tierras ahora son el suelo de un profundo lago-. Trató de no desanimarse por lo que dijo y siguió adelante.

Conforme pasaban los minutos, a lo lejos divisó un pequeño espacio de arena, amplió sus ojos a causa de la palpable sorpresa que eso le ocasionó. Se detuvo en la isla y sin saber cuándo, sintió que estaba en casa.

-Este lugar es hermoso.

Con suma eficiencia, logró adueñarse de aquél regalo divino de la naturaleza; levantó su cabaña nuevamente y comenzó a obtener nuevas cosechas de todo tipo; la arena de la isla parecía mágica, cada grano más brillante que otro como delicadas brillantinas se mezclaban con el agua dulcemente. Pero jamás imaginó que una mañana cambiaría aún más su sencilla vida; detrás de los altos árboles, arbustos, pequeñas flores relucientes y sus llamativas cosechas se encontraba muy escondida una silueta femenina, plácidamente adentrada en sueños, con los párpados completamente cerrados. Su cuerpo estaba desnudo, a penas cubierto con vulnerables pétalos de rosas blancas... Parecía un ángel ante sus ojos. Transmitía vigor e irradiaba una luz que se prolongaba de norte a sur por toda la isla. Aquel hombre, absorto con su sublime figura, la sostubo entre sus brazos para lograr despertarla, ella con pequeños movimientos logró mirar sus ojos ahogados en soledad. Aquella mujer de risos oscuros como la noche, le regaló una sonrisa blanca como el diamante; por primera vez alguien le había sonreído con tanta sinceridad y timidez a la vez.

-Gracias por despertarme- Susurró a penas con un hilo de voz.

Los pétalos que la cubrían se habían despojado de sí, dejando ver una silueta muy suya... Sólo de ella, única; por eso era perfecta, porque no intentaba serlo. Se adentró al agua lentamente, invitándolo a darse un tibio baño junto a ella, no logró pensarlo dos veces y allí estaba él... Compartiendo con esa extraña fémina que aún no sabía de dónde había llegado, pero sí asimilaba que aquella mujer lo estaba haciendo sentir como en un verdadero hogar digno, lo hacía sentir bien acogido, amado, protegido... Estaba en paz cuando la miraba a los ojos.

Transcurrieron los días, los meses, los años... Y aquella figura junto a él ya se había acoplado. Las noches eran perfectas a su lado, su cabello se enrollaba entre sus dedos cuando la besaba en plena madrugada, las mañanas entre bostezos y abrazos se alargaban con una taza de café en las manos y por supuesto que amaba apasionadamente sus dulces caricias de compañía. Su vida se escondió en una pequeña crisálida, transformándose poco a poco, logrando avanzar del infortunio al paraíso; al saber que de aquél inesperado amor surgió un precioso ser, abocado a dar felicidad tras nacer de un vientre lleno de apacibilidad y ternura... En ese momento, su vida ahora era un completo paraíso anhelado.

Atentamente: Para TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora