¡McLean!

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El agua se deslizaba por el cuerpo de la chica mientras ella entonaba una de sus canciones favoritas para olvidar el extraño suceso de ese día, aunque en realidad era muy difícil, ¿cómo es posible que una chica estuvo a punto de morir y no le contara nada a nadie a excepción de su compañero "muerto"? no era ni lo más remotamente normal.

La chica giró sobre su eje para alcanzar su acondicionador. No lo encontró. Bufó por lo alto, odiaba salir de una ducha sin haber terminado, sobretodo porque le daba frio, prefería mil veces el agua hirviendo que una brisa helada sobre el cuerpo mojado. Pero no tenía opción no quería un cabello más enredado y rebelde de lo que ya estaba, y en ese momento, una vez más, pensó que ese tipo de decisiones simples quería tomar, no una en la que tuviera que encarar o esquivar monstruos y compañeros de escuela muertos.

No cerró el grifo del agua, lo que haría sería rápido, atravesó la cortina, y alcanzó su bata para evitar frio.

La chica salió con calma del baño encontrándose con una escena que nadie con una vida normal hallaría.

Un muchacho de cabellera rubia, café por la suciedad, casi a la altura de los hombros, una mugrienta sudadera azul, y unos pantalones de mezclilla que tuvieron tiempos mejores se encontraba en cuclillas esculcando el buró de noche de la joven, esa figura la reconocería en cualquier lado, la pelinegra jamás olvidaría a alguien que le dio el susto de su vida.

El muchacho al sentirse observado giró sobre su eje rápidamente, encontrándose con la mirada tormentosa de la dueña de esa casa, Ania Turner.

-¡McLean!-el grito que pego la muchacha casi destroza los sensibles tímpanos del joven, pero nada se comparó con el golpe que le proporcionó Ania con un trofeo de primer lugar de una competencia de esgrima, que casi deja durmiendo al joven rubio.

-¿Qué demonios fue eso?- se preguntó para sus adentros, el desorientado joven.

-eso fue una advertencia McLean, una en la que te digo que te vayas de mi casa y no vuelvas, Por qué no se si lo recuerdas, pero prometiste no volver a aparecer y.....-la chica fue interrumpida por el crujido de la entrada principal. Ania se irguió haciendo entender al chico que algo andaba mal, y sin poder evitarlo Jacob frunció el entrecejo, con preocupación.

-¿papá?¿mamá?- Gritó Ania algo turbada, los padres de la chica usualmente llegaban más tarde, sin contar que llegaban en carro, una máquina que hace el ruido suficiente como para avisar de la presencia de la persona esperada, y la chica aunque hubiera prestado más atención a Jacob no estaba sorda, habría podido escuchar fácilmente la mini van.

-¡si cielo, somos nosotros!-contestó la voz de su padre, la chica respiró hondo para después soltar el aire en una sonora respuesta.

-¡está bien, en un momento bajo, es que me acabo de bañar!-en cuanto ella mencionó esto último fulminó a Jacob con la mirada-no te muevas de aquí – ordenó la chica en un susurro - después de que distraiga a mis padres hablaremos de esto, me debes una muy buena explicación Jacob McLean-la morena no reparó en hacer retroceder al rubio, por más diferente que fuera la altura de ambos, colocando su dedo índice en la nariz del joven, provocando que hiciera bizcos.

Ania entró de vuelta al baño, cerró la llave y se vistió con la ropa que en un principio había traído consigo, que para mala suerte de la muchacha era una pijama que desde su infancia la había acompañado, una pijama que por más años que pasaran la tela parecía crecer con ella y seguir igual de suave que antaño....su pijama de ositos cariñositos, el rostro de la pelinegra ardió en vergüenza, pero no desistió, distraería a sus padres y cuando volviera le daría una tunda que jamás olvidaría a esa alimaña rubia.

Jacob Mclean. [HEREDEROS PERDIDOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora