Capítulo 7. Otra extraña visita

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Capítulo 7. Otra extraña visita

Abrí los ojos con un esfuerzo enorme. “Joder…” Vi a Vicky a escasos centímetros de mi cara. Me hizo un gesto de silencio y susurró con cara de emoción:

            - “Creo que tienes visita. Está en la terraza. Yo no me atrevo a decirle nada, así que creo que lo mejor será que vayas tú.”

            Me levanté de un salto completamente despejada y salí a la terraza. Ahí estaba mi vampiro, tan blanco como la leche y más hermoso de lo que recordaba. Me sonrió cuando me vio y me hizo un gesto de bienvenida. Le pregunté que por qué no entraba y recordé que los vampiros no pueden entrar en las casas a las que el dueño no ha invitado. Entonces llamé a Vicky y ella, sin esperar a que yo hablara dijo:

            - “¡Pero bueno! Ya recibo visitas pocas veces como para que encima se queden en la terraza. Por favor, pasa al salón.”

            Sonreí ante la espontaneidad de mi amiga en una situación tan poco usual y entré en la casa ante el gesto elegante del Conde de que pasara yo primero. Nos sentamos en el sillón y casi parecíamos un grupo normal de gente de no ser por la ropa negra del vampiro y su color cerúleo de piel.

            - “Bueno…” – empezó Vicky – “¿Qué puedo ofrecerte? Aparte, claro de lo obvio…” Se calló ante su metida de pata, pero el Conde sonrió y habló con su cadencioso acento.

            - “No te preocupes, no quiero nada. A mí tampoco me resulta una situación normal el estar hablando con mortales como si tal cosa… Pero tú eres su amiga, así que tendré que acostumbrarme…”

            Una vez roto el hielo, todo fue mucho mejor. Hablamos de diversos temas y el Conde demostró estar mucho más puesto en temas de actualidad de lo que yo creía. En un momento determinado, Vicky, haciendo gala de un gran tacto, dijo que estaba cansadísima y que se iba a dormir. Desapareció por la puerta bostezando. Le dí las gracias mentalmente. Cuando se oyó cerrarse la puerta de su cuarto miré al Conde a los ojos y lo que vi me dejó sin respiración.

            El negro de sus enormes ojos me envolvió y de pronto sentí que necesitaba besarle, tocarle, sentirle cerca de mí. Era hermoso y parecía muy joven; aparentaba unos 25 años. Eso, si no se miraba a sus ojos. Esos pozos sin fondo que guardaban horrores, experiencias y conocimientos que ningún otro ser humano había podido llegar a imaginar. Esos ojos que reflejaban sus cuatrocientos años de existencia.

            Alargó la mano y me acarició la cara desde la sien y fue bajando hacia el cuello. Cerré los ojos ante la caricia y sentí que todos los pelos de mi cuerpo se ponían de punta. Deseé dejarme llevar, pero antes de perder la capacidad de razonar necesitaba preguntarle algo.

            - “Tengo que hacerte una pregunta… Hoy ha ocurrido algo que ha sido muy extraño. Nos han intentado atacar unos chicos a Vicky y a mí y de pronto me he puesto muy furiosa y…y…bueno, que han acabado huyendo y…he mordido a uno de ellos. ¿Es normal? Quiero decir, ¿es normal que me pase esto? ¿Que me dé por morder a la gente? No soy un vampiro, estoy viva… ¡¡¡Y no es normal que cuando me pongo furiosa me crezcan unos colmillos de dos centímetros!!!” – me costó más decirlo de lo que pensaba, pero al final lo solté y me sentí mejor.

Omití el episodio de Jim por si a mi vampiro se le ocurría aprovechar. La verdad es que yo no estaba con ganas de nada en ese momento. Estaba literalmente hundida y solo necesitaba estar junto a alguien que me hiciera el dolor un poco más llevadero. Y el vampiro lo conseguía.

- “Vaya…” – comenzó mientras una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su hermoso y terrorífico rostro – “La verdad es que no esperaba que empezaras tan pronto. Está claro que estás hecha para ser convertida. Por el humano al que mordiste no te preocupes. No eres un vampiro totalmente así que pueden pasarle dos cosas: o morirá, o se le curará la herida y no recordará nada. Todo depende de la cantidad de sangre que hayas tomado. Solo pueden crear vampiros los más poderosos y con años de experiencia. Respecto a lo de tu cambio, es normal. Desde el mordisco de un vampiro poderoso se empiezan a notar cambios. Tu apetito irá cambiando de gustos poco a poco y, aunque no tendrás una necesidad de sangre hasta que estés totalmente convertida, te irá atrayendo más y más. Y la luz del sol te empezará a dañar la vista, pero eso se puede arreglar con unas gafas de sol. No debes preocuparte por más cosas sobre ese tema por ahora…”

Ese “por ahora” me puso en tensión. ¿Pretendía convertirme en vampiro en un futuro? ¿No contaba lo que yo quisiera? ¿Iba al menos a preguntarme qué era lo que yo quería? Preguntas sin respuesta que no me atreví a hacerle. Le tenía respeto. No era miedo, pero sabía que debía ser respetuosa con él porque tenía mi vida en sus manos. Era dueño de mi sangre.

Después de esa parrafada yo no dije nada. Él dio por cerrado el tema y empezó a acariciarme el cuello otra vez. En esta ocasión me dejé llevar, prefiriendo no pensar en nada. Me volvió a besar y me abrazó. El cansancio me fue venciendo poco a poco hasta quedarme dormida con sus brazos a modo de protección a mi alrededor.

Tuve un sueño bastante extraño. Extraño y terrorífico. Estaba con Jim dando un paseo por una pradera de un intento color verde mientras lucía un sol brillante. Reíamos, éramos felices. De pronto, el cielo se empezó a llenar de nubes oscuras, casi negras y de la tierra empezaron a brotar ramas nudosas hasta crear un oscuro bosque. La nieve empezó a caer lenta y en silencio. Jim me cogió la mano y se puso delante de mí como para protegerme de un peligro que no conseguía ver. Estaba serio y me sujetaba con fuerza.

De repente, escuché su voz, la voz de mi vampiro. Me instaba a que me acercara, que no debía temerle. Intenté mirar por encima del hombro de Jim, pero no conseguía ver nada. Jim seguía quieto sujetándome con fuerza. El vampiro le dijo que me soltara y, aunque su voz daba miedo, Jim no lo hizo.

Yo seguía intentando verle y me solté de la mano que me agarraba y, al fin pude mirar. El Conde estaba a unos diez metros de nosotros, tan hermoso y pálido como siempre. Sujetaba una rosa entre sus dedos y, con una sonrisa me la ofreció. Era roja como la sangre y brillaba con luz propia. Me adelanté unos pasos para cogerla pero un grito de Jim me alertó y me paré en seco.

Le miré y lo olí. Un olor como no había olido jamás. Se me hizo la boca agua y mi garganta empezó a arder con un fuego que se fue extendiendo por mi pecho. Escuché el corazón de Jim bombeando sangre, escuché el líquido corriendo por todo su cuerpo. Se me hizo imposible soportar el ardor por más tiempo y me abalancé sobre él. Clavé los dientes en su cuello con una facilidad pasmosa y sentí el alivio en todo mi ser al tragar litros y litros de la sangre de Jim ante la mirada satisfecha y ardiente del Conde.

La rosa que sostenía empezó a perder color. Los pétalos fueron cayendo uno a uno marchitos y ennegrecidos. Terminé y me limpié la boca. El Conde tiró la rosa muerta a los pies de Jim. Una vida menos, una rosa menos.

Ahí fue cuando me desperté en medio de un grito y empapada en lágrimas. El sol se filtraba por la ventana. Miré a mi alrededor. Él se había ido. Estaba sola.

El dueño de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora