Día 1

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Caminaba por el laberinto de pasillos de las habitaciones militares, a paso rápido. Saludaba a alguna cara conocida con apenas un asentimiento, antes de dejarlas atrás con un buenos días en el aire.

Era pronto en la mañana, y ya llegaba tarde. Un ápice de ira me recorrió el cuerpo, y juré que si el Mayor Paul me decía algo por el retraso, lo asesinaría. Apreté el paso, acomodando los botones del chaleco solo por costumbre.

¿Acaso era mi culpa que se me comunicara la reunión diez minutos antes de llevarla a cabo?

No había recibido reportes ni documentos y, ¡carajo!, ni siquiera sabía de qué se trataba.

¿Un ascenso merecido? Posiblemente no.

La puerta de ingreso a las instalaciones generales estaba al final del pasillo, custodiada por agentes de seguridad, que checaron la identificación colgada de mi cuello.

Zack Zimmerman

No decía nada y nada más hacía falta. Veintinueve años y uno de los científicos más importantes de los Estados Unidos de América. Acceso ilimitado a todos los rincones del área 51.

Me abrieron el paso y seguí caminando hasta llegar a mi destino. Toqué la puerta y al entrar a la oficina, el Mayor se encontraba hablando con otro hombre, ambos se callaron inmediatamente.

–Zimmerman –saludó el Mayor, tenía una sonrisa amplia en el rostro que no me alentaba lo más mínimo–, lo esperábamos.

–Buenos días, Señor. –correspondí, fijando mi vista en el caballero a su derecha.

–Zimmerman, te presento al científico Albert Wester. –El mencionado dio una cabezada en mi dirección en forma de saludo.

–Mucho gusto –dijimos simultáneamente mientras nos estrechábamos la mano.

Wester era un hombre pequeño, delgado y con la barba recién afeitada. Su bata blanca cerrada por completo y hasta las rodilla, estaba planchada y limpia. Parecía el tipo de hombre que cuidaba su apariencia. Pero yo aún no sabía porqué estaba aquí.

–¿A qué se debe su llamado? –pregunté intentando enfocarme en Paul otra vez.

–La guerra en Europa llegó a su fin, nuestros objetivos ahora se ven reflejados en rearmarse para enfrentar una amenaza Soviética. –respondió Paul, había dejado de sonreír y ahora su mirada viajaba de Albert a mí y a Albert otra vez–. El señor Wester nos propuso algo –tanteó–, ya ha sido aprobado por el Gobierno, tenemos los fondos.

–¿Qué es? ¿Una invasión del ejército a la Unión Soviética? –Si Paul creía que podía mandarme a Moscú estaba muy equivocado.

El Mayor negó con la cabeza, una sonrisa ladina asomando en su rostro. Cogió una carpeta, como la que tenía Wester y me la acercó. La agarré temblando de anticipación y cuando leí "confidencial" en la portada, solté el aire tembloroso.

–¿Un bombardeo?– Para nadie era un secreto que las pruebas de las bombas nucleares habían sido un éxito, ¿habrá guerra otra vez? Sobre mis pensamientos escuché la risa entre dientes de Paul.

–Zack, ¿lo vas a abrir ya o no?– levanté la vista hacia él, regresando al despacho, estaba sentado sobre su escritorio, cruzado de brazos. En otra ocasión quizá hubiese molestado a Paul por dejar la formalidad frente a otra persona, pero lo único que pude hacer fue abrir la carpeta.

Mis ojos vagaron por las letras, pasaron por la descripción, los informes, las fórmulas, muchos químicos, la mayoría de uso restringido, fármacos. En ningún lado decía lo que era, pero no era necesario. Conocía muy bien la teoría, el funcionamiento, el objetivo.

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