Ritual de Sangre

6 0 0
                                    


En ese momento, en la otra punta del planeta, en el lejano Pantano de las Penas, tres humanos se retorcían en sus ataduras. Uno de ellos era un soldado raso, defensor de la cercana Avanzada de la Marea Pantanosa, se había resistido valerosamente a la fugaz embestida de la Horda que tuvo como resultado su captura y la de otros dos civiles, que poco habían podido hacer.

Lo cierto es que el intempestivo ataque había sido sorpresivo. La guardia de la Avanzada no esperaba un malón de trolls del pantano que, tan rápido como llegaron, se fueron, con su presa entre manos, en dirección a las grandes ruinas que coronaban el pantano.

El antiguo Templo de Atal'Hakkar, hundido por las fuerzas del Vuelo Verde, era el único bastión de la tribu troll Atal'ai, los adoradores del dios Hakkar, el corrompido dios troll sanguíneo. Lo cierto es que unos héroes anónimos, curiosamente amaestrados por Ysera, habían derrotado al dios Hakkar y sellado con magia de la naturaleza la entrada al templo.

La tribu Atal'ai se encontraba, en ese momento, viviendo en la superficie del templo hundido, esforzándose por romper el sello que los separaba de su amo y señor. Y para eso eran necesarias las víctimas humanas.

Tres trolls verdes como el agua del pantano arrastraron a su presa hasta el tope de la estructura donde se encontraba el sello. Raíces espinosas rodeaban toda la piedra y desprendían un gas tóxico cuando sentían una presencia cercana. Sumado a eso, un extraño hielo se extendía en la puerta y congelaba al instante a quienes se acercaban lo suficiente.

-Jefe- dijo uno, mientras los otros depositaban en el suelo a los tres sacrificios.

El "jefe" lo cortó con un ademán. Era un troll completamente blanco, como solían serlo los de aquella tribu, llamados troll de sangre, con el cuerpo rodeado de tatuajes y cicatrices. Estaba completamente desnudo a excepción de una faja de cuero alrededor de su pecho. Empuñaba una lanza cuya punta plateada parecía despedir electricidad. Se hallaba concentrado en un punto en la lejanía mientras emitía un ligero sonido, a medio camino entre un ronroneo y un tarareo.

Levantó su lanza que se tornó verde por un momento y, satisfecho, se encaramó hacia los humanos.

-¿Cómo va eso, colegas?- dijo, pasando su lengua por sus colmillos.

No dejó que contestaran. Con un solo golpe de su lanza, las tres cabezas rodaron por la superficie del templo. La sangre corrió a borbotones, llegando a los pies del troll blanco. El jefe les hizo una señal a los trolls que lo rodeaban para que lo dejaran solo.

La sangre lo revitalizaba. Sentía las energías vitales de todos los seres vivos a su alrededor, fluyendo desde cada cédula hacia él. Era un druida, uno muy raro por cierto. Pocos druidas de sangre quedaban en Azeroth. La mayoría habían sido perseguidos por sus prácticas macabras y muchos habían sucumbido. No podían prohibirle la entrada al Claro de Luna, pues todos los discípulos de Cenarius eran bienvenidos pero evitaba ir, pues sus compañeros druídicos le eran hostiles.

No importaba, él tenía un sólo dios. Y cuando derribara la barrera que lo separaba del Templo, su misión estaría realizada.

La sangre se agolpaba, llena de coágulos, y comenzaba a subir por sus piernas. El troll respiró profundamente, mientras sus manos adquirían un brillo opaco e iniciaba el ritual.

A lo lejos, se escuchó un estallido, como de un disparo. Una luz verdosa bajó del cielo e impactó contra el lago que rodeaba el templo. El agua ebullió al instante, mientras un infernal, un elemental de fuego y destrucción de la Legión Ardiente, emergía de la superficie y comenzaba a nadar hacia los trolls.

-Señor- siseó uno- ¿Qué hacemos?

El "jefe" respiró, al finalizar su ritual, y todo su cuerpo enrojeció. Se acercó a la puerta bloqueada y apoyó su mano derecha. Inmediatamente, la puerta explotó y salió despedida hacia abajo. El hielo y las plantas intentaron cerrar nuevamente la entrada pero la energía que emanaba el troll derretía y marchitaba a su paso.

-¡Qué nadie entre!- gritó, y saltó dentro del templo.



El interior estaba añejado. A pesar de los años, supo mantenerse en pie, inmaculada piedra blanca, como fruto de adoración a aquel dios troll de antaño. Ahora, tras un tiempo sumergido bajo el agua, las paredes internas estaban llenas de moho y algas, los pisos estaban resbaladizos y había un extraño olor a humedad y pescado podrido.

Precioso.

El troll, aún de color rojo brillante, caminó por los pasillos que tantas veces había recorrido, o soñado en recorrer, mientras sus manos se movían violentamente. Diversos cadáveres, tanto de trolls como de dragonantes, dificultaban su andar. Podía ver el accionar del Vuelo verde en las diversas enredaderas que bloqueaban puntos estratégicos y columnas de mármol y verlas marchitarse a su paso.

Como suponía, el Vuelo verde no se iba a conformar solamente con la trampa de la entrada y la primera defensa no se hizo esperar. El jefe troll se quedó congelado de inmediato en un bloque de hielo sólido. Tres esqueletos, surgidos de los diversos cadáveres a su alrededor, comenzaron a aporrearlo. Con un leve levantamiento de cejas, el hielo explotó y los esqueletos se desintegraron.

Así, varios intentos de detenerlo después, entre los que se encontraban tres dragones reanimados, un bloque de mármol gigante que casi lo aplasta y una ilusión que lo puso literalmente de cabeza, el troll llegó a su destino, en lo más profundo del templo.

El altar del dios Hakkar se encontraba al otro lado... de un foso que no parecía tener fin ni fondo. El troll sentía como la fuerza de la sangre empezaba a abandonarlo y oía pasos a lo lejos, probablemente lo estarían buscando; así que se arrodilló y se transformó en un ciervo, rojo sangre, esbelto, alto y con grandes cuernos. Tomó carrera y saltó.

A medio camino, el vacío comenzó a agrandarse y sus varias patas se agitaron desesperadas al no tocar suelo. Y cayó. En aquel momento lo abandonó el poder de su ritual de sangre y no tuvo energía suficiente para cambiar a un animal que pudiera volar.

<<Hakkar no permitirá que yo reciba ningún daño>> pensó, y con la mente en paz se dejó caer.

Y cayó.

Transformado nuevamente en un troll, sus pies tocaron el suelo. Abrió los ojos. Se encontraba ante el altar. Todo había sido una mera ilusión. Sonrió.

Se acercó al altar. Un espectro turbio, mal iluminado, endeble, se posaba en sus cuatro extremidades sobre la loza de piedra. El troll sacó una cabeza reducida de su bolsa y se la ofreció, contento.

Inició su cántico.

Las energías del lugar y sus alrededores fluyeron hacia el avatar de Hakkar que adquirió un brillo rojizo, mientras su espíritu comenzaba a adquirir una forma corpórea. Finalmente, el troll cumplía el objetivo de su vida.

Recordó fugazmente sus inicios en las actividades druídicas, sus compañeros trolls de antaño y la fuerza que lo había llamado para reinstaurar el antiguo dominio troll en Azeroth, como antaño habían gobernado. Miró a su dios a los ojos y se dejó llevar.

-¡Alto, Ran'Deer!- gritó una voz aguda a sus espaldas- Debes responder por tus crímenes contra la Alianza.

Lo ignoró completamente. Abrió su boca y el espíritu de Hakkar entró en él para poseerlo. El Dios troll caminaba nuevamente.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Mar 07, 2019 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Broken PastWhere stories live. Discover now