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Soledad.

Sólo aquella simple palabra podría describir la vida de un pelinegro que vaga por las calles sin rumbo alguno.

Sus pequeños pantalones de color café, su camisa blanca y sus zapatos bien lustrados de marca no contrastan con las pintas de aquél barrio.

Pero si bien apenas había obtenido el tiempo necesario para salir corriendo y salvarse de la hipocresía que desprenden los adultos, no es como que si le tomara mucho cuidado vagar un rato por la zona más alejada de su casa; después de todo, esto era mejor que nada.

A pesar de que los residentes del lugar le observan con cierta hostilidad, el más joven sigue caminando por los alrededores; ignorando todo a su paso.

Suspira con cansancio una vez que llega hasta un pequeño parque de juegos con grandes signos de descuido, terminando por ubicar a pocos metros una banca bajo la sombra de un enorme árbol.

Camina con parsismonia, mirando nuevamente a sus alrededores mientras que el sol se encuentra en su punto más alto; apenas era el segundo día de verano, pero el moreno ya sentía que se estaba derritiendo dentro de su incómoda —y fea, según las propias palabras dichas del niño— ropa de diseñador.

Sus pies agradecen el descanso cuando se relaja sentado sobre la banca; pero aún así, con clara frustración, el pequeño se afloja el molesto corbatín apretando su cuello, terminando por lanzar el mismo lo más lejos que puede. No obstante; jamás esperó que, dentro de un corto lapso de tiempo, el corbatín vuelva a caer sobre sus pies.

Levanta su mirada sorprendido, puesto que hasta ahora, a pesar de sus pintas de niño rico, nadie se había acercado hasta su persona.

Hasta ahora el joven castaño había creído que las miradas de su padre eran de temer, empero, ninguna así como la de sus ojos; la que irónicamente un rostro aniñado se cargaba.

Orbes de color miel; dulces y feroces a la vez, una pequeña nariz respingona, acompañada con unas mejillas y labios extremadamente rosas; siendo además un constraste con su cabello corto y de color azabache fuerte, el cual se mueve al son de una refrescante brisa que sopla por casualidad.

El pequeño moreno se levanta de su lugar, entre asustado y nervioso; casi tropezando cuando el pequeño niño de piel pálida le observa sin expresión ninguna, señalando además su corbatín en el suelo.

— Esa cosa vale más que mi propia casa, cuídalo idiota.


...


Tres días habían pasado desde que los guardias de sus padres lo habían "salvado" de aquél lugar. De nuevo las miradas acusatorias volvían a su persona, por lo que TaeHyung aprieta sus labios rabioso, encogiéndose en su lugar.

— Todavía sigues castigado, así que no irás al campamento con tu hermano.

Su voz era distante y fría, así como también su trato en general.

— Padre— interviene su mellizo— Creo que TaeHyung ya ha aprendido su lección— trata de persuadirlo, sin embargo, TaeHyung rodea los ojos y bufa; haciendo que su padre lo mire con severidad.

Les hace una seña con su mano, exigiéndoles que se retiren, ya no tenía caso querer hacer entrar en razón a ése niño problemático.

JiMin en cambio, gruñe por lo bajo cuando su hermano menor no parece ayudarle; por lo que termina por hacer una reverencia, retirándose junto a un —ahora— desanimado TaeHyung.

Mientras caminan por los interminables pasillos de la mansión Park, el silencio hace de las suyas; terminando por sumir al menor de los mellizos en una indescriptible rabia mezclada con una sofocante tristeza.

Chico Rosita » Jeon JungKook (+16) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora