Capitulo 1

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   Lucius Malfoy estaba en su casa de Francia, la única propiedad que le dejaron conservar luego de su destierro de Inglaterra. Ya habían pasado siete meses desde la guerra en la cual Lord Voldemort había sido derrotado. Siete meses desde que habían muerto Narcissa y Draco, su único hijo. Siete meses desde que lo había perdido todo.

   Allí sentado frente a la chimenea escuchando nevar, no podía dejar de recordar el día de la gran batalla final. Lo había intentado, había intentado echarse atrás como le aconsejó su viejo amigo Severus, pero cuando quiso hacerlo ya era muy tarde; cuando quiso darse cuenta ya estaba en Hogwarts viendo como los demás mortífagos peleaban con niños que tenían la edad de su hijo, y eso lo enfermó. Lo único que pudo hacer fue intentar poner la mayor cantidad de hechizos de protección que podía sin que nadie se percatara, mientras buscaba entre la multitud a Draco.

   Cuando Voldemort anunció que había matado a Potter, Lucius en lo único que pensaba era en que quería poner a salvo a Draco. Lo llamó ni bien lo vio entre los otros alumnos, y cuando lo tuvo junto a él, recién pudo respirar tranquilo.

   Pero su tranquilidad no duró mucho tiempo. Todo pasó demasiado rápido después de eso, Potter volvió a la vida y el caos del principio se duplicó.

   Intentó mantener a su familia unida, intentó huir, pero la multitud los terminó separando; cuando se quiso dar cuenta se encontraba solo otra vez, abriéndose paso a base de hechizos contra los mortífagos que intentaban detenerlo.

   Entonces todo paró. Potter mató a Voldemort y Lucius al fin pudo llegar al centro de lo que quedaba del Gran Comedor.

   Lo que hubiera dado por llegar a tiempo.

   Entre los cadáveres de los caídos estaba Narcissa que aún conservaba el gesto de protección sobre el cuerpo de Draco. Ambos sin vida.

   Lucius no pudo acercárseles, no pudo siquiera cerciorarse si de verdad estaban muertos, los aurores habían llegado en ese momento y lo arrestaron junto a los demás mortífagos.

   Las únicas imágenes que le habían quedado grabadas de ese día eran Narcissa y Draco abrazados entre los demás cadáveres, y Potter con los ojos anegados de lágrimas y una mano extendida hacia él en un vano intento de haber querido sujetarlo. Todo lo demás se había convertido en un borrón de colores y sonidos que no tenían mucho sentido.

   Lo llevaron a Azkaban sin derecho a juicio, dándole cadena perpetua. A Lucius no le importó, ya lo había perdido todo, que más daba también perder su libertad; lo único que le importaba era saber qué habían hecho con los cuerpos de su familia.

   Estuvo cuatro meses en Azkaban hasta que un día un auror lo sacó de su celda y lo llevó al Ministerio sin siquiera dirigirle la palabra. El nuevo Ministro le informó que quedaba libre y tenía menos de una semana para abandonar Inglaterra; no se le permitía volver a usar magia y sólo le dejaron conservar una pequeña casa que tenía en las afueras de París en el mundo muggle; tampoco tenía derecho ya a su fortuna, sólo a una nimia pensión que se le entregaría cada mes.

   Salió de la sala de audiencias sin saber muy bien qué había pasado o por qué lo habían liberado. En el atrio del Ministerio había una multitud de gente que empezó a insultarlo ni bien lo vieron, algunos de ellos incluso levantaron la varita contra él pero los aurores ni se movieron para detenerlos. Lucius sólo pudo retroceder e intentar esquivarlos hasta que uno de los auror, uno que no tendría más que 20 años, se acercó a él y, tomándolo del brazo, lo sacó del Ministerio. Lo apareció frente a Malfoy Manor y le dijo que lo esperaría allí hasta que él pudiera tomar todo lo que creía que podía necesitar.

   Lucius se lo agradeció en silencio y entró a su mansión. Estaba deteriorada, la habían saqueado y quemado en muchos lugares; no quedaba nada de la antigua gloria que había tenido. Recogió lo poco que quedaba de entre los escombros y volvió a salir sin atreverse a echarle una última mirada.

   En la entrada lo esperaba el auror quien, sin querer mirarlo a la cara, le preguntó en un susurro si quería ver dónde habían colocado a su familia. Lucius asintió con la cabeza y en silencio lo siguió a la parte trasera de la mansión donde estaba el cementerio familiar.

   La reja que protegía la entrada estaba doblada y violentada, pero milagrosamente había permanecido en pie. Lucius caminó lentamente hasta las nuevas tumbas que estaban casi a la entrada; las de su esposa y su hijo. Las lápidas estaban grabadas elegantemente y rodeadas de rosas blancas. Se quedó parado allí sólo mirando, sin llorar, después de todo los Malfoy nunca debían mostrar sus verdaderos sentimientos frente a los demás, eso era lo que siempre le había enseñado su padre, y a su vez él se lo transmitió a Draco. Ya tendría tiempo de dejarse abatir cuando estuviera tras puertas cerradas. Al menos ahora podía sentirse tranquilo sabiendo que no habían tirado en cualquier fosa común a su familia. No sabía quién se había encargado de todo eso, ya que nadie parecía apreciarlos en esos momentos, pero agradecía eso y que hubiera puesto un especial cuidado en que todo estuviera limpio y con las flores favoritas de su esposa.

   No supo cuanto tiempo estuvo así, sólo volvió a la realidad en el momento que sintió la mano del auror sobre su hombre que murmuró un tímido “Lo siento, pero tenemos que irnos”. Lucius no sabía por qué lo estaba tratando tan bien cuando el resto del mundo mágico lo odiaba, pero en ese momento no quería pensar en nada más.

   Saliendo de Malfoy Manor, el muchacho activó el traslador que los llevó a Francia; sacó un sobre con la primera cuota de la pensión, se lo dio y, deseándole suerte, desapareció. Lucius se quedó sólo en la puerta de su casa por largos minutos antes de entrar.

   Ahora ya llevaba tres meses allí y su vida se había vuelto una monotonía sin sentido en la que se levantaba, comía lo que había podido comprar ese día y se quedaba largo rato sentado en el sillón frente a la chimenea deseando haber muerto junto a su familia.

   Así estaba ese día que escuchó que llamaban a  su puerta por primera vez. No se movió, no tenía ánimos ni para ponerse de pie e ir a abrir; pero volvieron a tocar, cada vez más fuerte y de manera desesperada, que ya no pudo seguir ignorándola.

   Abrió la puerta y en la entrada se encontró con una figura envuelta en una capa negra muy grande cuya capucha tenía echada sobre la cabeza y estaba llena de nieve. Lucius le miró por un momento sin decir nada, esperando que no fuera una broma de mal gusto.

-¿A quién busca? –Preguntó luego de la inspección.

-¿Recuerdas tu promesa, Lucy? –dijo la figura con una voz suave de mujer que sonaba algo irregular por estar temblando del frío.

-¿Qué? –Preguntó sintiéndose desconcertado. Sólo una persona lo llamaba así a veces, pero estaba muerto.

   La figura se sacó la capucha dejándola caer sobre su espalda. Era una muchacha de unos 19 años de cabellos negros y lacios, estaba pálida y demacrada, con los labios morados por el frío; se la veía muy diferente a cuando la vio por última vez, pero esos ojos verdes esmeraldas eran inconfundibles.

-¿Recuerdas tu promesa? –Repitió –Yo cuido a tu familia…

-Y tú cuidas la mía –completó Lucius sin pensar. La miró fijamente preguntándose  cómo esa chica sabía de la promesa.

   Se hizo a un lado dejándola pasar, si quería respuestas lo primero que debía hacer era no dejarla morir de frío en su puerta. La guió a la sala y le hizo señas para que se sentara frente al fuego mientras le servía un vaso de whisky de fuego. La chica lo tomó agradecida.

  -¿Cómo sabes eso? –le preguntó al fin –Sólo una persona lo sabía, y él no tenía familia.

   Helena Potter no contestó de inmediato, se quedó mirando el fuego mientras aferraba contra su cuerpo la capa negra. Capa que Lucius conocía muy bien.

-Yo soy… era su esposa –se corrigió –Nos casamos antes de la guerra, en secreto –abrió su abrigo dejando ver su embarazo de unos ocho meses –Nosotros éramos su familia.

   Lucius se quedó pasmado ante las palabras de la chica; nunca en toda su vida se hubiera imaginado que Severus Snape, su único amigo, se hubiera casado con Helena Potter.

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