Amélie.
A la mañana siguiente, desperté con cierta emoción, era mi primer día en el instituto Wife, y mi primer día viviendo en Greenwife. Mientras me peinaba el cabello, Mália abrió la puerta y asomó su cabeza.
—¿Estás lista? —Preguntó, podía distinguir el destello de alegría en su voz.
—Ni si quiera me he puesto el uniforme —reí— ¿Y tú?
Entró por completo, y pude apreciar su vestimenta. El uniforme constaba de una falda vino tinto, una camiseta blanca con una corbata vino tinto, y un saco negro. Realmente le resaltaba el color pálido de su piel, el cabello blanquecino lo llevaba recogido en una coleta alta, se sentó detrás de mí, en la cama, y mientras terminaba de cepillar mi cabello, la veía a través del espejo del tocador. Por un momento, su mirada quedó perdida en la nada.
—Estoy algo asustada —Murmuró.
Me levanté y abrí mi armario, buscando el uniforme.
—¿Por qué?
—¿Y si no le agrado a nadie ahí? —Me giré hacia ella, alzando una ceja. Ella señaló su cabello— ¿Y si piensan que soy rara?
Suspiré, y la miré.
—Entonces, se estarían perdiendo de una increíble persona rara.
—Por eso eres mi Sunny —Dijo— Eres tan positiva en todos los aspectos que incluso llego a pensar que eres más un arcoíris andante que yo.
Y tenía razón, somos algo diferentes en ese aspecto; ella es mucho, mucho más alegre que yo, son contadas las veces que ella está triste, o llora, ve al mundo con una paciencia y un amor tan increíble, además, de las dos yo soy la más seria, sé cómo manejar ciertos asuntos, a diferencia de ella, que ríe hasta en los momentos menos oportunos, también es la más enérgica de las dos, y la que más se preocupa en tener amigos, a mí me basta y sobra con tenerla a ella como hermana y mejor amiga. Incluso se empeña en hacer feliz a los demás estando a su alrededor, claro que, cuando oye que se meten conmigo, o con cualquier otra persona importante para ella, es una persona totalmente diferente, casi irreconocible.
Termino de colocarme el uniforme, y bajo junto a ella. En la cocina está mi mamá cocinando, y mi papá leyendo el periódico, lo baja a la altura de su pecho y nos mira a través de sus lentes.
—¿Están nerviosas?
Río, y comienzo a devorar mi cereal.
—Un poco.
—¡Bastante! —Chilla mi hermana.
Luego de desayunar, papá se ofrece a llevarnos. No me niego en lo absoluto, pues es más ventajoso para mí ir en auto, que caminando. A parte de que no sé en donde queda Wife, mi resistencia física nunca fue buena, y probablemente llegaré tarde. Paso todo el camino jugando con mi mano nerviosa, el auto frena en frente del instituto, seco el sudor de mis manos en la falda y me bajo, Mália se me une, y luego de despedirnos, comenzamos a caminar hacia la entrada. Ella se apega a mí, como si mi aura fuera suficiente protección. Al entrar al interior del instituto, por suerte, no fuimos el centro de atención como me había planteado la noche anterior, pero esta no era la verdadera prueba de fuego. Hay dos: El salón de clases, y la cafetería. Normalmente en el descanso es en donde todos los estudiantes se reúnen en sus propios grupos, y es lógico que se darán cuenta de las mellizas nuevas. Mientras repito mi horario de clases, una y otra vez intentando apaciguar mis nervios, camino hasta la primera clase, en donde desgraciadamente tuve que separarme de Mália, pues no compartimos el mismo horario, son pocas las clases que veremos juntas. Me detengo frente a la puerta del aula, tomo el pomo, y sostengo la respiración en mis pulmones, lo giro, y doy dos pasos. Intento mantener la calma, y con la mirada, busco pacientemente un lugar en donde sentarme. Es un punto a mi favor; el profesor, o profesora, aún no llega, así que puedo caminar con tranquilidad hasta el asiento que está casi en medio del pasillo. Engancho mis pies en las patas de la silla, saco un cuaderno y un bolígrafo, y comienzo a rayar notas musicales en cada esquina de la hoja. Cuando oigo la puerta abrirse, levanto mi mirada, un señor de tal vez unos 50 y tantos años entra a la sala, vistiendo unos pantalones holgados negros, una camisa de cuadros, y unos zapatos de vestir marrones, el indicio de calvicie al principio de su cabeza es visible, y unos lentes cuelgan del puente de su nariz, mira a todos los estudiantes, inspeccionándolos, hasta que su mirada se posa en mí, y el salón entra en un silencio algo incómodo, pero completo.