Clover.
A la mañana siguiente, despierto del peor humor del puto mundo.
No sé si es por la fotografía, o por la frase, o por Amélie. O simplemente por todo. La verdad es que no sé, pero no me agrada porque siento unas ganas enormes de matar a alguien, o de lastimar a alguien. Cosa que desde hace un par de meses, más específicamente, desde que estoy con Amélie, no se ha hecho presente.
Me pongo el uniforme de mala gana, y voy a tumbar la puerta de Adair a golpes para que despierte. Ella sale ya lista de su habitación con una sonrisa, y yo la ignoro, me doy media vuelta y bajo las escaleras.
—¿Cual es tu problema? —Me pregunta, una vez que vamos caminando.
—No estoy de humor. —Respondo, con desdén.
Ella no responde, simplemente camino junto a mi hasta llegar al Instituto. Los alumnos están más alborotados que otros días y no tengo que hacer mucho esmero en saber porqué. Una chica pasa por nuestros casilleros con un folleto del baile, diciendo que se celebrará este fin de semana. Lo tiro en mi casillero y saco los libros que supongo que me tocan hoy. Unas manos se pasan por mi cintura y pongo mi mejor sonrisa falsa cuando me volteo. Ella, en su inocencia, me sonríe radiante, se pone de puntillas y planta un beso en mis labios. lamentablemente, no digo nada, me doy la vuelta y cierro mi casillero.
—¿Qué le pasa? —Oigo su voz.
—No está de humor el muy imbécil. —Responde Adair, y contengo mis ganas de gritar.
Joder.
Paso de largo al salón, y me encuentro a Owen en nuestro puesto. Se da cuenta de mi cara de odio pleno a todos, y me golpea el brazo.
—¿Qué tienes? —Pregunta.
Sin decir ni una palabra, saco la fotografía de mi bolsillo y se la extiendo por encima de la mesa. Él queda en silencio por un segundo, y luego maldice.
—Ahora todo tiene sentido. —Dice, y ríe como loco— Esto no está bien, oh, no hombre. Ésta loca no parará hasta tener nuestros cadáveres en su cama.
—No sé que hacer. —Confieso a mi amigo, y por primera vez en años de conocerlo, veo algo más en sus ojos que locura:
Compasión.
Tristeza.
Miedo.
Incluso yo. Nunca me pasó por la mente que estaría tan reacio a perder a alguien, tan asustado, tan frustrado por no poder encontrar una solución.
El timbre suena, y hace que ponga más cara de fatidio. Amélie entra al aula, y sin perder tiempo, se sienta frente a nosotros. se gira; me mira con cara de que me matará en cualquier momento.
—¿Qué te pasa? —Pregunta, y aunque su voz es dura, sigue siendo tierna.
—Nada. —Respondo, sin mirarla a los ojos.
—Bien. Ahora dilo otra vez, pero mírame a los ojos. —Dice de vuelta, y yo río amargamente.
—Ya te dije que no me pasa nada, Amélie. Deja de ser tan jodidamente fastidiosa. —Respondo, y me arrepiento al instante cuando veo sus ojos mirarme confundida; se cristalizan.
No sirves para nada.
Me da la espalda, y no me habla en todo lo que queda de clases. Incluso en la salida, se va con las chicas sin decir nada. Adair tampoco me habla, así que me voy con Owen, a mi casa, porque según él no tiene ganas de ir a la suya.
—Eres un capullo, Clover. —Dice él, riéndose de mi y de mis desgracias.
—Sí, sí, lo soy.
—No sirves como novio Clover.
—No, no, no sirvo. ¿Algo más?
—No. Es todo.
—Bien. Gracias por tu opinión miserable.
—Adair te está mirando con cara de asesina serial.
Alzo mi mirada, y veo a mi hermana en la entrada queriendo lanzarme miles de cuchillos con la mirada, y a su lado, Amélie.
—Y ella nada más no. —Bufo— Debería invitarla a salir y arreglar las cosas, ¿verdad?
—Deberías. —Dice él.
No plantamos frente a ellas, y Owen ríe de repente.
—Yo me retiro. Nos vemos mañana.
—Yo tengo que hacer unas cosas, deja de ser un imbécil y comportate Clover Eisfel. —Dice Adair, entra a la casa, y cierra la puerta en mi cara.
Me giro hacia Amélie, algo apenado. Me rasco el cuello y le doy un intento de sonrisa.
—¿Quieres ir a dar un paseo? —Pregunto, inocente.
Falta poco para que la noche caiga, y seguimos caminando sin un rumbo fijo.
—Lamento lo de ahora —Dije—, no estaba del mejor humor, y sé que tampoco es una excusa. Lo siento.
Joder, aprecia esto pelirroja. Clover no se disculpa con nadie.
La miro; sus ojos azules me observan con detenimiento, como si estuviese buscando un mínimo acto que le diga que estoy mintiendo y armar la tercera y cuarta guerra mundial. Pero se relaja, baja su mirada, y toma con cuidado mi mano, para luego entrelazar sus dedos pequeños y delgados con los míos.
—¿Crees en las promesas? —Pregunta, mirando a un punto muerto en la calle.
Por favor, no la cagues ahora.
—Depende. —Respondo, y me apresuro en aclarar— No suelo prometer nada, a nadie. Pero existen las excepciones.
—Prométeme que no me olvidarás.
Mi cara se desencaja, y me quedo estático por un momento, ella se vuelve y me mira. El viento hace que su cabellera rojiza se mueva dramáticamente, y su seriedad solo hace que me preocupe más.
—¿Porqué te olvidaría? —Pregunto temeroso.
—La vida da muchas vueltas, Clover. El destino es injusto, y nada es para siempre.
—Deja de hablar de esa manera, por favor. —Digo, y me sorprendo cuando mi voz sale rota.
Se supone que no puedo llorar.
Se supone que las personas como yo no pueden llorar.
—¿Quieres hacer una excepción conmigo? —Pregunta, dándome una de sus mejores sonrisas—, no me olvides.
—Prometo siempre recordarte. —Digo, sin dudar ni un segundo.
Sigo dudando de cómo ella puede estar tan segura de lo que pasará.
Porque si dice eso repentinamente, es por algo, ¿no?.