Amélie
Arrastraba mis pies por el pasillo del instituto junto a Mália, camino a los casilleros. Intento recordar las materias que veré, pero no puedo, mi mente está absorta en otra cosa; la noche anterior, había visto a alguien mirándome. Bueno, en realidad no lo ví, lo sentí. Podía sentir una mirada penetrante traspasarme la espalda, era demasiado obvio. Me costó algo dormirme, parezco un panda mutante o algo parecido, tengo unas ojeras bastante notables y mi piel pálida no ayuda en nada. Tal vez, si llegara a ser un pálido bonito, pero no; parece que la mayor parte del tiempo estuviera enferma, incluso a mi madre le cuesta diferenciar cuando estoy enferma y cuando no, a diferencia de Mália, que tiene un pálido bonito, su piel es blanca, y suave. Quisiera golpear mi cabeza contra el casillero; en cuanto empiezo a sacar los libros, recuerdo cual es la primera materia que veo en el día: Matemáticas. Y no es precisamente mi favorita. Cuando termino, espero a Mália a un lado de su casillero, y me debato entre decirle o no lo de anoche.
—Creo que alguien me observaba anoche. —Le suelto.
Ella deja su mano dentro del casillero, y me mira sorprendida.
—¿De verdad? que extraño, Sunny. No recuerdo haber escuchado nada anoche. —Se pone seria. Termina de sacar sus libros y cierra el casillero— ¿Estás segura de que no fueron los perros o gatos de algún vecino? Seguro solo viste una sombra cualquiera, anoche habían muchos vecinos fuera de sus casas. Ah, tal vez estás estresada por tu regreso a la Academia, y por eso ves y oyes cosas irreales. Tranquila, Sunny.
Es probable; últimamente he estado ensayando mucho con el violín, mi regreso a la Academia es algo que me importa bastante, y tal vez la idea de que no encajaré aquí me da delirios.
En matemáticas nos separamos. Creo que las únicas clases que vemos juntas son hasta ahora: Literatura, Deporte... y ya. Supongo.
A penas entro, localizo un puesto al fondo, en la primera fila. Camino con cuidado de no tropezar con ninguna mesa, y me siento. Engancho de inmediato mis pies en la silla y saco mi cuaderno, por inercia, miro a la puerta, y veo entrar a un par de chicos. Me avergüenzo, e inconcientemente me llevo una mano a mi cuello, uno de ellos, el de cabello oscuro, es mi vecino y sí, la confusión que tuve al verlo con la hermana fue ridículamente estúpida. En parte no es mi culpa: minutos antes de ir la había visto encima de él, entonces ni su quiera se me cruzó por la cabeza que fuesen hermanos. ¿Incesto, tal vez? no lo sé. Detrás de ellos, pude ver una pequeña figura, con el cabello largo hasta su cadera, y caminando muy pegada a la espalda del chico... Oh, Dios.
El par de chicos se sientan detrás de mi, y la muchacha, se para a mi lado, a penada.
—¿Podría... podría sentarme aquí? —Su voz es baja, tímida.
Yo le sonrío y asiento.
—Un gusto. Soy Amélie. Amélie Scott. —Le digo, extendiendo mi mano.
Ella la mira, y con lentitud la toma.
—Adair Eisfel. —Dice, sonriendo.
Es linda; tiene unos hermosos ojos verdes, y su cabello es rubio oscuro, o tal vez castaño claro con algunos reflejos, y lo tiene bastante largo, con ondulaciones en las puntas, ahora que la tengo más cerca, puedo ver que probablemente es de la misma estatura que yo, y sí, tiene un poco de parecido al vecino, pero solo en los ojos, a él no lo he detallado del todo bien.
Y veo que te tardas bastante.
El profesor entra, y comienza a dar la clase, de vez en cuando siento una mirada escudriñandome la espalda, pero en cuanto intento voltear disimuladamente, desaparece. En cuanto suena el timbre, me despido de Adair y salgo disparada en busca de Ángeles y Mália.
Las consigo después de un buen rato, en los casilleros, Ángeles está sonriendo, y por dentro me alegro demasiado; cuando la conocimos, no sonreía mucho. Y ahora es menos tímida.
—Hola —Sonrío, llegando junto a ellas.
—¡Sunny! —Chilla Ángeles, yo río y miro a Mália.
—Le he permitido que te diga así. —Dice, orgullosa, y cierra su casillero— Ay por el amor al chocolate, vámonos ya que muero de hambre.
Vamos juntas a la cafetería, y en cuanto entramos, Ángeles insiste en que nos sentemos en una mesa que tiene vista al patio, y al mismo árbol de la última vez. Vamos charlando, y estoy tan sumida en la conversación, que no me doy cuenta del tacón rojo Chillón que se atraviesa frente a mis pies y me hace tropezar. Caigo de rodillas, y segundos después siento algo viscoso encima de mi camiseta.
—Uy, perdón, cielo. Creo que me has tumbado mi desayuno. —Finge inocencia, y comienza a reírse con malicia, sin embargo, es la única que lo hace; el resto de estudiantes se quedan en silencio, un silencio abrupto e incómodo.
Del otro lado de la cafetería, se escucha una voz:
—¿Porqué le haces daño, América? ¡Estás celosa porque la chica es más hermosa que tú! ¡Tranquila nena, no es zorra, no te quitará a ninguno de tus tantos hombres! —Me giro, y es el chico rubio.
Me levanto con cuidado de no manchar más mi uniforme, y la miro.
—Si estás molesta solo porque defendimos a Ángeles; déjame decirte que me parece ridículo e inmaduro de tu parte. Ninguna de nosotras te hemos hecho algo, yo menos, para que me hagas esto. Y ¿sabes qué? No te queda para nada bien la inocencia, irradias de todo menos eso. —Digo, y me giro para seguir caminando con Mália y Ángeles. Se escucha un abucheo fuerte y unos que otros aplauden, y veo como América se levanta, y contonea sus caderas con su combito de gatas hasta salir de la cafetería.
Cuando nos sentamos en la mesa, Mália tiene su par de ojos azules abiertos de par en par.
—Nunca creí que viviría para ver a mi Sunny pelearle algo a alguien. Oh Dios. —Chilla— ¡Estoy orgullosa así es!
Yo río y ruedo los ojos.
—Es una tonta. —Digo, y de solo recordar el color de sus zapatos, tan rojo, tan chillón, me dan náuseas.
—Idiota, es más acorde a ella —Dice Ángeles—. Me molesta desde hace tiempo. Y sinceramente, nunca me molesté en defenderme. Cuando ustedes lo hicieron, tuve miedo de que ella abriera su bocota de plástico y les dijera algo que hiciera que se alejaran de mi.
Frunzo mi ceño.
—No nos alejaremos de ti. —Afirmo.
Y ella sonríe ampliamente, comiendo su pastel.
—Sándwich de mantequilla de maní. —Dice Mália, poniendo cara de asco.