Cuando cae la tarde, y el sol es sustituido por estrellas, la animadora nos reúne a todos en el mismo sitio para regresar al campamento.
Otra vez la tortura.
Camino junto a Amélie, mientras veo su carita de que está pensando cosas demás.
La idea de regresar al campamento me emociona de sobre manera, porque dentro de unas horas regresaremos a casa y joder, en serio, nunca extrañé tanto mi casa como lo hago ahora.
Le lanzo una mirada a Amélie, y sonrío sin que me vea.
—Deberías de ir hoy a mi cabaña. —Comento.
Ella tarda un poco en contestar.
—Sí, claro... quiero decir, aún no estoy lista para eso, pero quiero hacerlo. —Responde, tardo un rato en comprender a lo que se refiere, y no puedo evitar soltar una sonora carcajada, ella me mira confundida— ¿Porqué te ríes?
—No me refería a eso, Amélie, —Le aclaro— me gustaría, si quieres. Pero me refería a que pasáramos la noche con los chicos en la cabaña, Ángeles, Mália, Adair, Owen, tú y yo.
Ella se sonroja e intenta ocultarlo con su cabello. Pero mala idea no es... Owen podría entrar a la cabaña de ella, para yo quedarme a solas con Amélie en la nuestra. Duh, más que perfecto.
_Joder, eres una mente. Idiota. _
Tardamos más en llegar que lo que duramos en ir, pero no pierden tiempo en encender la fogata y hacer que nos sentemos al rededor de ella.
—¡Chicos! ya mañana nos retiramos de regreso al Instituto —_no me digas_—, no olviden que faltan tan solo dos días para el baile de conmemoración. Deben buscar su pareja, acompañante, deben buscar los vestidos, el Comité debe comenzar mañana mismo con los preparativos, y pues nada, todos lo esperamos con ansias. Los que deseen quedarse aquí, en la fogata, pueden hacerlo, y los demás pueden retirarse. Gracias por su colaboración.
—Vamos a mi cabaña, todos van a estar aquí y sinceramente no tengo ganas de celebrar algo inexistente con ellos. —Dice Adair, y nos levantamos para correr a su cabaña antes de que alguien se de cuenta.
Adair cierra la puerta de la cabaña con llave y enciende el aire acondicionado de la Sala de estar. Su cabaña es más espaciosa que la nuestra; tienen un sofá frente a un televisor, y cuatro puertas, seguramente, dos habitaciones compartidas, una individual y el baño.
—Habían juegos de mesa y películas en la cómoda, así que, vamos a ver qué tan buenas son. —Dice Ángeles, tirando unas películas en la mesita. No pierde tiempo y elige una al azar, para luego ponerla en el viejo DVD.
Ángeles y Adair se sientan con Mália frente al televisor, Owen, Amélie y yo nos sentamos en el sofá. Owen se levanta y apaga todas las luces, me mira en ese momento y sin que Amélie se de cuenta me lanza una mirada pervertida. Entiendo su referencia, y lo único que consigo hacer es reirme, y más, cuando él se sienta junto a los chicos en el suelo, dándonos la espalda.
Amélie está muy concentrada en la película; yo estoy concentrada en mi autocontrol para no tocarla. Es que es tan hermosa, que mis manos arden por abrazarla todo el tiempo, quisiera tocarla, de la forma más delicada que pueda existir... y a mi manera.
Cuando siento que gira su cabeza para mirarme, me pongo rígido. Se pone de pie, y me dice:
—¿Puedes ayudarme con algo? —Pregunta, inocente y con una sonrisa.
Yo asiento, y me pongo de pie, siguiendola hasta su habitación. Yo entro primero, y ella va detrás de mí.
—¿Podrías abrir la ventana por mi? Olvidé hacerlo ahora, ya sabes, para que la pieza se refresque. Es que está duro el seguro. —Yo asiento ante sus órdenes, y me inclino para batallar con la ventana.
El muy maldito seguro, se opone a toda costa a que lo mueva, y duro unos minutos sufriendo hasta que sede, entonces, escucho una puerta cerrarse y me giro de inmediato, lo que veo es la cabellera larga de Amélie, y luego, se gira hacia mi con las mejillas rojas; le ha puesto pasador a la puerta.
—¿Qué pasó? —Pregunto con inocencia, como si no supiera nada de lo que pasa.
Todo sucede rápido. Ella da pasos largos y rápidos hacia mi y me besa con ferocidad, sus finas manos viajan hasta mi cuello y se enredan en él, yo la tomo de la cintura y le correspondo el beso, cómo no, pero a la primera falta de oxígeno, nos separamos. Aprovecho para mirarla a los ojos y ver el deseo reflejado en ellos.
—¿Estás segura? —Pregunto, y ella no pierde el tiempo.
—Sí.
Vuelve a atrapar mis labios, y esta vez, sus frías manos juegan con el borde de mi camiseta, hasta que me la quita, sin vergüenza, se separa de mi solo para mirar mi abdomen, y sonriendo, coloca un dedo en él.
_No es traviesa, decían. _
Salta de regreso a mi y me sigue besando, con cuidado, levanto su camiseta y la lanzo al piso, ni si quiera me deja detenerme para mirarla. La cargo, y la llevo a la cama en donde termina de sacarse los shorts, seguidos de su ropa interior.
_Santos Dioses Griegos. _
Mi respiración se entre corta y me da miedo romperla.
Su cuerpo está bien dotado, no lo niego, pero aún así se ve tan delicado que siento que con una brisa ligera se romperá en miles pedazos. Una picazón en mi estómago se hace presente, y sé que no es buena señal. Me dejo llevar por la sed de ella, entonces, me coloco sobre ella con cuidado de no aplastarla, y la sigo besando.
Jamás he sentido tanto deseo por alguien.
Me levanto solo para quitarme los vaqueros, y su azul mirada viaja de inmediato a mi cadera; me hace sentir nervioso.
—No tengas cuidado, por favor. —Pide, y yo río entre confundido y burlón por lo que mi chica dice.
—¿Inocente, decían? —Bufo—, inocente mis ganas.
Beso con suma delicadeza sus labios, bajando por su cuello, hasta llegar a sus pechos. Escucho un dulce sonido que suelta inconscientemente con su boca, y joder, es el mejor sonido que he escuchado en toda mi puta vida, en serio.
Y así transcurre la noche, entre besos y caricias, envueltos entre las sábanas, solo ella, yo, y nuestras ganas de ser uno solo.