Capítulo II

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Sentía el cuerpo caliente. Hacía mucho tiempo que no estaba así de relajado y agusto. No lograba recordar demasiado, pero, al ver la cabellera ónice tapar el rostro de su portador, enrojeció. Aquel hombre le estaba dando un baño de esponja, y se sentía condenadamente bien.

Estaba enjabonando su pierna izquierda por sobre el agua, con una delicadeza tan sublime que encendió nuevamente la música en su cabeza. Se relajó y se dejó hacer, cerrando los ojos para disfrutar del baño.

Pero no pasó ni un minuto, cuando su estómago le avisó que se voltearía nuevamente. Se sentó sobre la bañera y cubrió su boca con ambas manos. Cosa que alertó al contrario, el cual cogió la cubeta y se la entregó.

No vomitó demasiado, sólo un poco de bilis rojiza.

—Llevo un buen rato pensando que tus labios tienen ese color producto del vino tinto que te gusta beber -opinó Bucciarati-.

—Ignora eso.

El peligris le entregó la cubeta a Bruno y se sumergió en el agua, haciendo burbujas al hundir su boca y nariz.

—Veo que estás mejor, termina de asearte, iré a preparar tu cama.

—No es necesario que hagas todo esto, soy un completo desconocido para ti, y una irrefutable carga.

—No vuelvas a decir eso -volteó y se acercó a la tina-. Aceptaste ser mi subordinado, ya no eres un desconocido, Leone Abbacchio -se acercó a su rostro-, mucho menos una carga.

Dicho eso, el pelinegro se retiró del lugar, cerrando la puerta tras de sí.

Abbacchio estaba atónito ¿Qué clase de persona era Bruno Bucciarati? La orquesta en su cabeza no dejaba de sonar, incluso cuando terminó su baño. Se secó el rostro y el pecho, luego cubrió su cadera con la misma. Observó a su derecha un espejo angosto y largo, empañado por el vapor; alzó su diestra y limpió la zona que reflejaba su rostro.

¿Quién era aquella persona en el espejo? No lo conocía para nada, hasta que contempló el atisbo de brillo en sus ojos.

—Ahí estás, veo que aún vives.

Su cabello estaba más largo de lo que creía o recordaba, pero no estaba mal, sólo algo maltratado; ya se encargaría de eso. Fue en eso, que la saliva se agolpó en su boca, volviendo a liberar la inexistente presencia de alimentos en su estómago sobre el lavamanos.

Asco.

Volvió a mirar su reflejo, esta vez con sus labios, y la comisura de los mismos, manchados de púrpura. Parece que, lo que decía el tal Bruno, era cierto. Encendió la llave del lavabo y enjuagó sus labios y boca. El sabor era desagradable.

Salió del baño y observó el pequeño departamento, bastante sencillo para lo extravagante que lucía el dueño. Conoció el lugar para no perderse, hasta que llegó al dormitorio donde estaba el pelinegro. La cama ya estaba tendida y pulcra.

—¿Conociendo la casa?

—Hmp…

—Te he dejado ropa limpia, deberías descansar, te traeré algo de comer.

—No es necesario, no tengo hambre… -sin embargo, su estómago rugió-

—Tus tripas dicen lo contrario, regreso en un minuto.

¿Qué se supone que debía hacer? La amabilidad de aquel hombre lo incomodaba y asustaba hasta cierto punto, pero… por más que lo intentaba, sus intenciones de ayudarle parecían ser genuinas. Aquello no era normal. Bruno Bucciarati no era normal.

 Bruno Bucciarati no era normal

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