IX

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Roger se orilló. La calle poco transitada y de fondo se escuchaba el bullicio de las protestas alejadas del punto de donde se encontraban. Dio un suspiro y volteó hacia atrás para ver a los dos animales, asustados y con los pelos crispados tratando de salir del vehículo que todavía estaba encendido.

—No tienen de que preocuparse, la señora Pietri, mi amiga, me los encomendó.

Les mostró desde de celular varios mensajes de textos, correos y registros de llamadas, pruebas irrefutables de la relación que ambos tenían. A Roger le tomó cerca de veinte minutos el poder tranquilizarlos por completo y ganar su confianza. Les explicó y les dijo que todo saldría bien, que irían a un lugar cerca de los límites de la ciudad, una zona poco habitada que estaba a varios kilómetros de donde se encontraban.

Los dos estaban nerviosos, pero no tenían otra opción así que aceptaron. En el camino no gesticularon palabras, pero las incógnitas estaban presentes. Se preguntaron por qué Roger el Hijastro de Rey los estaba ayudando.

El matrimonio del rey que gobernaba en esa época fue insospechado, después de la repentina muerte de su anterior esposa se sospechó que jamás volvería a vérsele con alguien, pasó el tiempo y esas dudas de parte de la población se empezaron a convertir en vientos huracanados que elevaban todo a su paso, pero no solo fue eso, también, dentro de ese mismo huracán empezaron a surgir hipótesis desde diferentes medios que buscaban nada más que audiencias, estos decían que fue el mismo Rey el culpable de muerte de la Reyna, el huracán empezó a tomar fuerza dentro de la ciudad y empezaba a destruir todo a su paso a una velocidad horrífica, los más cercanos al león empezaron a dar versiones que se contradecían a sí mismas y no hicieron más que empeorar las cosas, pero, una tarde de agosto una noticia impacto a toda la población, el rey pronunció un breve discurso que se trasmitió en vivo en toda la ciudad por diferentes medios, en el aclaró los malos entendido y dio a un canal de televisión oficial lo que parecían ser las pruebas de su inocencia, pero lo más impactante fue la presentación de la que sería su futura esposa, una zorra de nombre Berenice y de apellido desconocido. Fue más que suficiente para acallar a todos pues la noticia se concentró en ellos dos durante más de dos años, mostrando fotos de ambos y el futuro hijastro que para ese entonces no era más que un pequeñuelo risueño de ojos azules, esos mismos aojos azules que miraron después a la pareja desde el espejo retrovisor con un halito de misericordia y un poco de expiación para sí mismo.

Roger no buscaba saber nada más de ellos a parte de sus respectivos nombres, pero algo le decía que merecían una explicación un poco razonable sin necesidad de entrar en detalles de cosas sin importancia.

—Si se preguntan porque es que estoy aquí es sencillo, la señora Pietri me lo pidió en persona, no podía quedarle mal. También, sobre lo de CIMEZ, es también sencillo, la familia Real posee una vasta fortuna y pertenece a los accionistas más grandes de la ciudad. Nada más que eso.

Los dos guardaron por un momento un silencio extraño y tranquilizador.

—Gracias. —Fue lo único que pronunció el zorro en todo el trayecto camino al lugar donde debían estar.

Fueron a un lugar llamado Nueva Asunción, un pequeño barrio que estaba a una hora en dirección sur de donde ellos se encontraran. Primero bajó Roger para asegurarse de que todo estuviese bien, después de diez eternos minutos volvió y llamó a los dos. Fueron al edificio de diez pisos que parecía abandonado. Entraron al vestíbulo que estaba vacío, fueron por los ascensores y marcaron el quinto piso, este se detuvo con estrepito y la puerta se abrió, claramente se trataba de un antiguo hotel que al parecer dejó de funcionar desde hace mucho tiempo atrás, pero a pesar de eso se encontraba en perfectas condiciones y hasta parecía que se transportaba a la época en la que estuvo en su mejor momento.

El raro hilo rojo de la cienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora