XII (Final)

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Llegaron al segundo campamento en la noche. Estaba dentro del tronco de un árbol de ciclópeo tamaño cuyo follaje parecía concreto, tenía un aspecto amenazador y que olía a humedad. La entrada era pequeña y estaba oculta por dos arbustos.

A estar en ese ambiente recordó de nuevo a Tobías y una de las últimas veces en que pasaron juntos, solo los dos; extrañaba su presencia de animal dominante y las ideas locas que se le metían en la cabeza, recordó aquella tarde de lunes donde los dos fueron a un riachuelo con la excusa de cazar insectos para diseccionarlos en nombre de la ciencia. Llegaron y lo primero que hicieron fue desvestirse por completo para después entrar a las aguas diáfanas y reverberantes de aquel pequeño río en donde disfrutaron la compañía de ambos, en ese entonces no había preocupación de ningún tipo y ningún niño moría por extrañas convulsiones que les cerraban la garganta y que los dejaban apacibles con la mirada al techo y helados. «¿Qué diría Tobías si estuviera aquí? —pensó—, más seguro se burlaría de mí, de mi presente, pero me tomaría las mejías y me besaría en la frente felicitándome por mi mejor gran logro, mi familia, si, son mi mejor logro y debo luchar por mantenernos juntos, no debo de huir como en las veces anteriores», se dijo a sí mismo. Apagó su linterna por un momento, en la noche vio las hojas muertas caer, recordó la última vez en que él y sus tres amigos estuvieron juntos —porque también recordaba a Jack y a Gabriel— y caviló por un momento sobre lo que sucedería, pero no llegaba a una conclusión, al final se lo dejó todo esperando lo mejor, como siempre lo hacía, aunque no siempre obtenía buenos resultados.

Se percató de que lo estaban esperando así que volvió a encender la linterna.

Entraron.

Dentro era todo distinto. Había sacos de dormir, restos de una fogata y troncos cortados para hacer de bancos. Todos entraron, y se acomodaron lo mejor que pudieron dentro del mustio lugar, poco apetecible, pero era el único sitio seguro.

Al tiempo todos se quedaron dormidos después de contar historias de sus estrepitosas vidas siempre omitiendo detalles innecesarios para los demás.

Nick se despertó por el llanto de su hijo, como en otras ocasiones él tomaba el turno para tranquilizarlo mientras Judy trataba de descansar lo más que podía.

Las tinieblas lo abrumaron de nuevo; el llanto de su hijo volvió a ser más fuerte, esta vez lo tomó y lo cargó, tardó unos minutos en que su vista se acostumbrara en la oscuridad y viera con perfecta claridad lo que estaba a su alrededor, pocas veces tenía esa oportunidad ya que en la ciudad todo estaba iluminado y no era necesaria esa adaptación. Salió un rato cargando a su hijo, tuvo especial cuidado de cubrirlo para que no se resfriara y para eso lo que hizo fue tomar su camisa y envolverlo en ella, pensaba que tal vez su olor lo ayudaría a calmarlo, junto con el aire fresco y una caminata se dormiría de nuevo. Recién había salido cuando se dio cuenta que el bosque estaba siendo iluminado por pequeñas lucecillas verdes que andaban flotando como llevadas por el viendo de un lugar a otro, se le acercaron algunas y se percató que eran luciérnagas. Se sentó en un tronco que estaba cerca mientras le daba sutiles sacudidas al niño para que se calmara, y funcionó: poco a poco se quedaba dormido hasta que el llanto calló por completo y entonces, Nick, taciturno con la mirada puesta en su hijo, recordó que no le habían puesto nombre con todo lo sucedido y se dijo que mañana sin falta lo haría, qué pensaría en un nombre perfecto para él y que sería el mejor nombre del mundo. Cuando el niño se hubo dormido, se quedó un rato más afuera, no sentía el frío, aunque estaba sin camisa, solo miraba a las luciérnagas bailar, mientras su luz verduzca parpadeaba y las hacia desaparecer y aparecer. Era hermoso.

Pasado un tiempo volvió a saco e hizo espacio para que su hijo cupiera y así poder dormir y que el niño siguiera sintiendo ese aroma familiar.

En la mañana Nick habló con su esposa y le hizo el comentario sobre el nombre del niño.

El raro hilo rojo de la cienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora