Robert tiene un revolver.
Quiere dispararme.
Esta apuntándome.
Sonríe. Tengo miedo. Pero mamá dijo que soy fuerte.
Papá dice que no matan a los ángeles.
Entonces posiblemente muera en ese instante que se fumaba el segundo cigarrillo.
Y el reloj estaba roto, no se movía, parecía que todo estaba en pausa, pero yo seguía parpadeando, y el movía sus pies al ritmo de su música hipnotizarte.
Quería preguntarle si iba a matarme o si ya podía irme.
Pero parecía dispuesto a pasar horas jugando a su juego.
Me crucé de piernas, y lancé un suspiro aburrido. Rode los ojos y me detuve a observar a su perro.
El gran animal peludo parecía a punto de explotar de lo gordo que estaba, seguro que las noches en que él preparaba su cena y de tan drogado que estaba, no comía, y su perro aprovechaba a devorar todo.
Parecía interesante salir corriendo de allí. Abandonar su amenaza.
Pero quería manipularme con su revolver de mentira.
Si apretará el gatillo, solo saldría agua envenenada del grifo.
Y su cigarrillo se consumía tan velozmente como nuestras vidas.
Mordí mi labio inferior. Tan aburrido.
Volvió a reírse, y sentado en el sillón apunto el arma de juguete a su cabeza.
Me obligo a contar hasta once. Lo hice sin prisas, pero deseando que tuviera balas de verdad.
Cuando me iba acercando, reía más fuerte. Se mecía en el sillón con el arma en su cien.
Y pronuncie el once con mis labios pintados, cerré los ojos imaginando su cabeza volando en mil partes.
Y escuché un disparo. Mi corazón se detuvo. Pensé que era parte de mi imaginación. Hubiese caído al suelo del miedo, tropezado con mis tacones, pero como estaba sentada en el sillón, frente a él, solo permanecía en el lugar, apretando mis uñas con el cuero.
Primero abrí un ojo, y luego el otro. Había sangre por todas partes, y el cigarrillo aun en su mano. Me reí, pero un escalofrío me recorrió el cuerpo. Como cosquillas juguetonas.
Su casa sumida en la oscuridad, con una luz verde proyectada de la pecera, con los peces muertos, iluminaban su ahora cuerpo convertido en cadáver.
Me puse de pie, tomé la caja de cigarrillos y el encendedor. Mis llaves y mi maquillaje. El dinero estaba sobre la mesa, mil por hora. Solo había pasado media hora y ni siquiera me tocó. Simplemente se suicido delante de mi.
Abrí la puerta, y abandoné la escena del crimen en mi auto, a una velocidad prohibida.