http://18_UNA PESADILLA REVELADORA

361 74 28
                                    

WWW. TERCERA PARTE

Con el alivio de tener a un detective investigando la desaparición de su hermano, Hange se quedó dormida tan pronto apoyó la cabeza en la almohada. Se deslizó en el sueño como en una media de seda.

Por primera vez en los últimos días, se sentía relajada y, al cerrar los párpados, arrancó una experiencia de ensueño de lo más agradable.

Al principio había una casa aislada y de enormes proporciones, casi un palacio, que acababa en un pináculo sobre el que flameaba una bandera negra.

Hange se encontraba frente a la entrada principal, que estaba bañada en papel de oro. El sol brillaba en las alturas y la temperatura, pese al desierto que rodeaba la mansión, era perfecta.

A un lado de la casa, en un inmenso patio, niños jugando, riendo, saltando. Al otro, una cuadra con varios camellos, caballos y una jirafa con un sombrero de copa.

En las alturas flotaban docenas de globos aerostáticos que moteaban el cielo de vivísimos colores.

Hange abrió la reja, cuyos goznes rechinaron como si llevaran años sin trabajar, y contempló la fachada del edificio. Había algo en aquella arquitectura que la serenaba, quizá la armonía de los elementos decorativos, tal vez ciertos detalles que, sin saber por qué, le resultaban familiares.

Las ventanas del aquella mansión estaban abiertas y las cortinas, blancas y sedosas, bailaban al son de las corrientes de aire.

Hange caminó por una calle de ladrillos de cristal que terminaba a los pies de una escalinata sobre la que se alzaba, majestuosa e imponente, la puerta del caserón.

Tuvo que reunir fuerzas para abrir una de las hojas y acceder a un recibidor sin mobiliario pero igualmente hermoso. En el centro de la sala, una escalera de caracol, y en los laterales, unos agujeros por los que, de vez en cuando, brillaban unos puntos de luz de naturaleza desconocida.

En las paredes laterales se alzaban seis puertas, cada una de un color distinto, que intrigaron a Hange. Podía ascender por la escalera de caracol o aventurarse por una de esas entradas.

Tras pensarlo un buen rato, eligió la primera opción. Empezó a subir por esos escalones metálicos, de color cobre y con esmeraldas incrustadas, que rechinaban cada vez que apoyaba un pie.

A medida que ascendía, el suelo del recibidor empezaba a llenarse de agua procedente de todas las esquinas y de los agujeros llegaron unos quejidos agudos.

El reconfortante sueño penetraba así en el reino opaco de la pesadilla. Cuando su cabeza asomó por la primera planta de aquel palacio, la oscuridad comenzó a adueñarse del lugar.

Los pórticos de las ventanas se cerraron bruscamente, las cortinas blanquecinas se convirtieron en negras y el sonido emitido por las criaturas de los agujeros se tornó ensordecedor.

Tan pronto se adentró en el piso, la escalera de caracol inició su derrumbamiento. Los tornillos se desprendieron uno a uno, los peldaños y la barra central se desplomaron como un árbol recién talado.

En medio de la habitación donde ahora se encontraba Hange, quedó, como un pozo artificial, el agujero antes destinado a dicha escalera.

No veía nada. El único punto de referencia era el hueco en el centro de la sala, por donde se filtraba un poco de luz. Todo lo demás se había transformado en tinieblas. Avanzó resuelta a encontrar alguna puerta que le permitiera abandonar el lugar.

Mientras caminaba, sus pies tropezaban con frágiles objetos que resultaban imposibles de identificar. Cuando por fin alcanzó una de las paredes, reparó en que un líquido viscoso las recubría. Le sobrevino una arcada.

Hange seguía rodeada de oscuridad. Recorrió las cuatro paredes con cautela, siempre temerosa de tropezar con algo desagradable, hasta que se dio cuenta de que se encontraba en una sala ciega, sin ventanas, ni puertas, ni vías de escape. Sólo ese agujero en el centro del suelo, obviamente inútil dada la altura a la que se encontraba respecto a la planta baja. Además, todo estaba inundado.

Hange era consciente de que estaba dentro de una pesadilla y deseó con todas sus fuerzas despertarse. Se pellizcó los brazos creyendo que así la abandonaría la ensoñación, pero sólo consiguió hacerse daño. También pensó en lanzarse por el agujero del suelo.

Había oído decir que, en los sueños, uno siempre despierta antes de morir, así que lo mejor era saltar al vacío cuando no encontrabas otro modo de regresar a la realidad. No tardó en comprobar que era el típico consejo más fácil de dar que de realizar.

Porque, tras colocarse en los márgenes del agujero y poner los brazos en cruz resuelta a lanzarse, la visión de esa agua oscura que prometía tragársela hizo que fuera incapaz de dejarse caer.

Todavía tenía los pies al borde del precipicio cuando una cerilla se encendió en medio de la sala. Al principio le pareció un fósforo flotando en el aire, sin nadie que lo sujetara.

Lentamente el resplandor fue revelando un rostro sombrío, encapuchado, envejecido. Un rostro dominado por un ojo inmóvil y oscuro, completamente desprovisto de vida. Cuando su dueño sopló sobre la cerilla y las tinieblas engulleron de nuevo la sala, Hange sintió pánico y dio un paso atrás.

Quedó con los talones colgando en el vacío. Unos segundos después, cuatro cerillas más se encendieron en medio de la oscuridad y cada una de ellas reveló una cara hostil, fiera y mortecina. Al no vérseles el cuerpo, parecía que flotaran en la oscuridad, como cabezas clavadas sobre estacas.

Estaba rodeada por cinco hombres que dejaron caer sus cerillas cuando ya se habían acercado lo suficiente como para atraparla. En el instante en que los fósforos se extinguieron, las tinieblas lo devoraron todo.

El crujido de los objetos que pisaban al caminar daba a entender que se estaban cercando a Hange.

Todavía junto al agujero del suelo, ella no podía más que rezar para abandonar esa pesadilla lo antes posible. Pero nada la salvaría.

Nada, salvo el precipicio que la hundiría en las aguas negras...

Ya tenía un pie colgando en el vacío, lista para dejarse caer, cuando una trampilla se abrió en el techo y emitió un chorro de luz tan intenso que los cinco encapuchados retrocedieron varios pasos, cubriéndose los rostros con las capas.

Hange miró entonces a las alturas y descubrió el rostro pálido de Levi asomando por la portezuela, gritando su nombre y lanzando una cuerda.

—Sujétate —gritó.
Hange se sujetó a la cuerda con todas sus fuerzas mientras los cinco hombres, luchando sin descanso contra la luz, se abalanzaban hacia su posición.

Levi alzó su menudo cuerpo justo cuando uno de los encapuchados se precipitaba contra ella con un cuchillo en la mano.

Cuando al fin alcanzó la segunda planta, Levi cerró la trampilla y ambos se fundieron en un gran abrazo. La piel de él estaba fría, su rostro blanquecino y el flequillo sobre los ojos.

Sus caras estaban a menos de cuatro dedos y ahora los dos se miraban con intensidad. Sus alientos se entremezclaban y sus labios temblaban.

Levi cerró los ojos y acercó su rostro al de Hange. Y tal vez hubieran llegado a besarse si ella no hubiera despertado en ese preciso momento, jadeando y empapada en sudor.

La acumulación de emociones extremas la hacía sentirse agotada.

Pese a la belleza del primer acto y la dulzura del último, la angustia central de aquella pesadilla proyectó sobre el corazón de Hange una sombra tan espesa que ya no pudo volver a dormirse.

〰️〰️〰️〰️〰️〰️〰️〰️〰️〰️〰️〰️〰️
Tiene sentido el sueño de Hange, después de todo gracias a Levi pudo escapar de tener una suerte como la de Alex, aunque eso del casi beso fue todo obra suya.

¿Alguna pregunta o duda ya sea de la historia o de algo más?

Haré mi mejor esfuerzo por responder a sus interrogantes.

Todos aman los votos y los comentarios.

Nos leemos pronto 👋🏻

-Levihan- El chico que vivía encerrado en una habitación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora