Erase una de cualquier vez, una chica con el alma perdida, de sonrisa muerta y aroma de lágrimas; con risa triste y cuerpo tenso; furia en un puño y muerta en vida.
Ella iba cada día al instituto. Se levantaba, se vestía e iba al instituto. También comía. Salía del instituto, llegaba a casa y comía. Por las noches solo lloraba. Lloraba, después lloraba y al final lloraba. Después dormía, e iba al instituto de nuevo. Volvía a comer, volvía a llorar, volvía a dormir. Una vida entretenida.
Un día su corazón le prohibió llorar y dejó de sentir. Después de tanto ardor, dime, ¿Qué corazón no se rompe? Y no volvió a ser la misma.
Dicen que es fácil salir de este bucle eterno, que simplemente hay que pensar en positivo, pero a ella por más que lo intenta, le sigue costando la vida levantarse cada mañana. Le sigue costando la vida encontrar una razón para continuar. Pero parece que todo el mundo es experto, aún que realmente no tengan ni puta idea.
El final de esta historia lo decidirá el destino, porque ya está escrito, es lo que tiene vivir en un mundo determinista, que jamás existirá el libre albedrío.