Llegando a un punto en el que te obsesionas por un objetivo que te olvidas de aquello por lo que empezaste a hacerlo. Te olvidas de disfrutar del proceso de creación y lo conviertes en algo caótico y sin sentido.
Quizá el problema sea en cómo nos organizamos, en cuáles son nuestras prioridades, si una meta o la carrera, si un título o el aprendizaje, si un premio o la creación. Quizá deberíamos parar y disfrutar del momento, porque todo se acaba, llega el día en el que te ves al final del camino, ves que todo se acaba y entristeces, en vez de disfrutar el ahora.
Llegan épocas de grandes cambios. De repente te despiertas y tienes 18 años, a tres días de terminar el instituto, a cuatro de hacer tu última obra con tus compañeros y a cinco de entrar en el mundo de los adultos. Te despiertas y te das cuenta de que todo va a cambiar, que puede que en vez de centrarte en tus objetivos futuros deberías haber disfrutado esa adolescencia que no volverá.