La sangre chorreaba entre sus dedos,
goteando sobre el charco; ahogando
las penas de su castigada alma.
El silencio se formó ante su último
aliento, tan hambriento de calma.
Y ahí, en medio del vacío que alguna
vez significó una esperanza, murió...
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ANTES Viernes 17 de Septiembre, 1993
Clarisse Carver ansiaba que su día terminara pronto.
El viaje de cuatro horas por carretera de Litchfield hasta Nockfell estaba siendo, sin duda alguna, una mierda. Y para ese punto, una agobiante sensación de malestar la invadía mientras la rumia mental carcomía su mente y resonaba incluso por encima de la música que su walkman reproducía...
El auto se detuvo, pero ella no abrió los ojos, manteniendo el ceño fruncido en un intento por apaciguar la migraña que tenía, la cual terminó por intensificarse al escuchar el estruendoso pitido acompañado de la voz de su padre:
—¡Hemos llegado! —anunció, haciendo sonar el claxon una y otra vez con impaciencia—. ¡Vamos, despierta dormilona!
Su joven acompañante apartó la oreja de la fría ventanilla, abriendo los ojos con pereza a la vez que dejaba caer sus auriculares sobre el cuello, dando una mirada al exterior. En seguida, el soso edificio de cinco pisos, en donde había estado viviendo por más de diez años, le daba la bienvenida.
Salió del auto al mismo tiempo que se echaba la mochila al hombro, sin apartar la mirada de los Apartamentos Addison. Era extraño; jamás había deseado regresar, pero, después de dos largas semanas con la abuela, viendo solo las noticias y soportando a su fastidioso primo que había aprendido a hablar hace no mucho, estar de vuelta parecía traerle un alivio casi irreal.
No tuvo intención alguna de esperar a su padre, y mientras que Killer Queen de Queen se escuchaba a través de sus audífonos a todo volumen, se adentró al único elevador del lugar. Sus dedos rozaban de forma ansiosa los botones del reproductor que se mantenía sujetado firmemente a su cintura; solo quería ver a sus amigos y jugar todo el resto de la tarde Street Fighter o cualquier mierda que se le cruzara.
Cuando las puertas de metal se abrieron en el cuarto piso, las desgastadas paredes que se mantenían desprendiendo un penetrante olor a humedad, la hicieron sentir por fin en casa. Al salir del elevador, observó con cautela al chico de melena rebelde apoyado sobre la puerta del apartamento 404, que la esperaba con aburrimiento.
—¿Tarde mucho? —preguntó de prisa Clarisse, acercándose a él
—Un poco, sí —dijo Larry, dando un pequeño asentimiento como afirmación a su propia respuesta—. Aunque, a decir verdad, apenas acabo de llegar, así que supongo que ambos llegamos tarde.
Suspiró aliviada al oír a Larry, esbozando una sonrisa de oreja a oreja, sintiéndose feliz de volver a ver a su mejor amigo. Golpeó con suavidad su hombro, haciendo que él soltara una risa ligera a la vez que retrocedía, fingiendo un impacto fuerte.
—Por favor, no permitas que me vuelvan a llevar —chilló con fingido dramatismo Risse, llevando el dorso de la mano hasta su frente e inclinando la espalda, haciendo que la mochila resbalara casi por completo de su brazo—. Sufrí como no tienes una idea.