Sumisa parte 2

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POV. Christian

De pronto Ana da un respingo, sorprendida ante mi presencia. Sí, he venido por tu e-mail. Se quita los auriculares de un tirón y el ruido amortiguado de la música llena el silencio que se ha instalado entre nosotros. —Buenas noches, Anastasia...

Me mira boquiabierta y con los ojos como platos. —He pensado que tu e-mail merecía una respuesta en persona. Intento adoptar un tono neutro. Ana mueve la mandíbula arriba y abajo, pero permanece muda. La señorita Steele se ha quedado sin palabras. Vaya, eso me gusta. —¿Puedo sentarme? Asiente con la cabeza y sigue mirándome completamente atónita mientras me acomodo en el borde de la cama. —Me preguntaba cómo sería tu habitación —digo para intentar romper el hielo, aunque la charla insustancial no es uno de mis fuertes.

Ana pasea la mirada por el dormitorio, como si lo viera por primera vez. —Es muy serena y tranquila —añado, aunque ahora mismo estoy muy lejos de sentirme sereno y tranquilo. Quiero saber por qué ha rechazado mi propuesta sin opción a discutirla. —¿Cómo...? —empieza a preguntar con un hilo de voz, pero se queda a medias. Habla en susurros —¿Quieres tomar algo? —dice en un tono estridente. —No, gracias, Anastasia. Bien, no ha olvidado los buenos modales, pero deseo resolver cuanto antes lo que me ha traído hasta aquí: su inquietante e-mail.

—Así que ha sido agradable conocerme... —comento haciendo hincapié en la palabra que más me ofende de toda la frase. ¿Agradable? ¿En serio? Se mira las manos, que descansan sobre su regazo, mientras tamborilea nerviosa con los dedos sobre los muslos.

—Pensaba que me contestarías por e-mail —responde con una voz tan desangelada como su cuarto.

—¿Estás mordiéndote el labio a propósito? —pregunto en un tono más duro de lo que pretendía. —No era consciente de que me lo estaba mordiendo —murmura, muy pálida. Nos miramos a los ojos. Y el aire prácticamente desprende chispas entre los dos.

¡Joder! ¿Acaso tú no lo sientes, Ana? La tensión. La atracción. Mi respiración se acelera cuando veo que se le dilatan las pupilas. Despacio, sin prisas, alargo la mano hacia su pelo y le quito una de las gomas con cuidado para deshacerle la trenza. Ella me observa, hipnotizada, sin apartar sus ojos de los míos. Le deshago la otra.

—Veo que has decidido hacer un poco de ejercicio. Recorro la delicada línea de su oreja con los dedos y masajeo el carnoso lóbulo con suaves tirones. No lleva pendientes, aunque tiene agujeros. Me gustaría saber cómo le quedarían unos diamantes. Le pregunto, sin alzar la voz, por qué ha estado haciendo ejercicio. Su respiración se acelera también.

—Necesitaba tiempo para pensar —contesta. —¿Pensar en qué, Anastasia? —En ti. —¿Y has decidido que ha sido agradable conocerme? ¿Te refieres a conocerme en sentido bíblico? Se ruboriza. —No pensaba que fueras un experto en la Biblia.

—Iba a catequesis los domingos, Anastasia. Aprendí mucho. Catequismo. Culpa. Y que Dios me abandonó hace mucho tiempo.

—No recuerdo haber leído nada sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizá te dieron la catequesis con una traducción moderna —dice para provocarme, con un brillo incitante en la mirada. Ay, esa lengua viperina... —Bueno, he pensado que debía venir para recordarte lo agradable que ha sido conocerme. —Mi tono desafiante impregna el ambiente. Me mira con la boca abierta, pero deslizo los dedos hasta la barbilla y se la cierro—. ¿Qué le parece, señorita Steele? —susurro con mis ojos clavados en los suyos. De pronto, se abalanza sobre mí.

Mierda. Consigo cogerla por los brazos antes de que llegue a tocarme y me giro de manera que cae en la cama, debajo de mí y con los brazos extendidos por encima de la cabeza. Le vuelvo la cara para que me mire, la beso con dureza; mi lengua explora su boca y la reclama. Ella arquea el cuerpo en respuesta y me devuelve el beso con la misma pasión. Por Dios, Ana, qué me estás haciendo... En cuanto la siento retorcerse en busca de más, me detengo y la miro fijamente. Ha llegado el momento de poner en marcha el plan B.

—¿Confías en mí? —pregunto cuando abre los ojos con un parpadeo. Asiente con vehemencia. Saco la corbata del bolsillo trasero de los pantalones para que la vea, luego me pongo a horcajadas sobre ella y le ato las muñecas a uno de los barrotes de hierro del cabezal. Se mueve y se contonea debajo de mí, y le da tirones para comprobar si está bien atada, pero la corbata resiste sin problemas. No se escapará. —Mejor así. Sonrío aliviado porque la tengo donde quería. Ahora toca desnudarla...

23 de mayo de 2011 20:45

En otro lado

POV. Sam

Mi hermano y yo entramos al apartamento, después de comer comida italiana en un restaurante, le indicó cuál será su cuarto para que se instale, pero cuando estoy por irme él me detiene – Bruja hay algo de lo que tenemos que hablar – me dice serio – Y eso, ¿sería de? – preguntó algo confundida – De Leila – y ahí se detiene todo, mi hermano menciona un nombre tabu para toda la familia, cierro la puerta para hablar con tranquilidad.    

50 Sombras de Grey - Gris vs Azul (Christian Grey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora